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Gonzalo Cabello de los Cobos

Wokismo y pantalones Skinny Fit: una historia de violencia

Desde los albores de la paranoia 'woke', el Hombre Blanco Heterosexual (HBH) ha sido perseguido, discriminado con total impunidad y colocado en el centro de su diana. La retahíla ya la conocen: machirulismo, patriarcado, privilegios, señoro… etc.

Actualizada 01:30

En la última década hemos sido testigos de una caza pública despiadada contra una especie concreta: el Hombre Blanco Heterosexual (HBH). Desde los albores de la paranoia woke, este grupo perseguido ha sido discriminado con total impunidad y colocado en el centro de su diana. La retahíla ya la conocen: machirulismo, patriarcado, privilegios, señoro… etc.

Wok

Lu Tolstova

Ingenuo de mí, al principio pensé que toda esta persecución mediática, política y social quedaría simplemente en palabras. Y aunque muchos cayeron por el camino bajo el peso de esta nueva inquisición, jamás imaginé que el asedio llegaría a ser tan feroz… y certero. Y así, sin darnos cuenta, de las palabras los 'wokistas' pasaron a los hechos.

Nuestros usos y costumbres fueron atacados sin piedad, despreciando sin misericordia todo lo que representábamos. La idea era erradicar un modelo que, según sus dogmas, era inherentemente tóxico. Y así ha sido hasta hoy.

En la actualidad, sentarse con las piernas abiertas en un autobús no es solo una molestia, es violencia. Tanto es así que, en 2015, el diccionario de Oxford incorporó el término manspreading para describir esta supuesta opresión espacial masculina. Decirle «guapa» a una mujer es acoso. No ver el fútbol femenino es machista. Creer que la igualdad es más justa que el feminismo que criminaliza al hombre es ser facha. Y así, un sinfín de ejemplos.

Poco a poco, entre acusaciones y prohibiciones, nos han ido llevando a un lugar donde las palabras han dado paso a acciones concretas y lo que hace relativamente poco parecía una pequeña falta hoy se ha convertido en una realidad perseguida, en ocasiones, por la ley.

Yo lo veo, por ejemplo, en la ropa. Y sí, ya sé que las modas cambian y que bla, bla, bla. Me da igual. No hay más que salir a la calle para darse cuenta de que los chavales de hoy visten más como sus madres que como sus padres. Es un hecho que no pueden negar: la masculinidad comienza a ser un recuerdo del pasado.

Y esto no es fruto del azar. No. Ha sido una estrategia cuidadosamente diseñada por los 'wokistas' para transformar nuestra sociedad en un entorno «más femenino». Y no, no me refiero a esos iluminados que, por moda, van sin calcetines en enero, esos son idiotas, sino a toda una generación de chavales que, de manera inconsciente, toman decisiones moldeadas casi exclusivamente por lo que ven en la televisión y en sus redes sociales, donde la cultura woke impone su narrativa de forma absoluta.

Si Timothée Chalamet y Jaden Smith se visten como mujeres, es que no será tan malo, ¿no?

Ahora que está tan de moda la serie Adolescencia de Netflix, tomen buena nota de lo que sucede cuando dejas a tu hijo solo frente a un ordenador sin la tan necesaria supervisión paterna. Pero esa no es la cuestión ahora…

Me ha costado muchos párrafos llegar a lo que de verdad me importa: los pantalones.

Yo, como HBH de manual, suelo ir de compras una o dos veces al año. Antes de salir, ya sé exactamente lo que quiero: llego a la tienda, cojo lo que necesito, lo pago y trato de huir lo más rápido posible. Pero últimamente he tenido serios problemas con mis pantalones.

Desde que mi madre dejó de comprármelos, hace más años de los que me gustaría, siempre acudo a la misma tienda o a alguna similar para reponerlos. Cada dos años, más o menos, adquiero siete u ocho pantalones, suficientes para resistir hasta la próxima tortura consumista.

Pero mi última aventura fue un auténtico fiasco. Como siempre, tras hacerme con ocho pantalones, los llevé a casa. Esa misma tarde acudí a mi china de confianza para que me subiera los bajos y esperé un par de días hasta recogerlos. Todo iba según lo previsto. De hecho, tanta era mi confianza que, antes de estrenarlos, incluso tuve la brillante idea de deshacerme de los viejos: error fatal.

Cuando llegó el momento de probarme mis nuevos pantalones, para mi horror y sorpresa, descubrí que entre mi piel y la tela de esas cosas horrendas no había ni medio centímetro de relajación. La compresión era mucha.

Confuso, le pregunté a mi mujer por el asunto, insinuando que algún deficiente debía haberme vendido unos pantalones defectuosos. Ella, con ternura conyugal, me respondió recalcando lo que consideraba evidente: el deficiente era yo por no mirar las etiquetas antes de comprar ocho pantalones. Pero, a ver, ¿cómo iba a fijarme en algo que jamás había mirado en más de 30 años de pantalones sanos y cómodos?

Uno a uno, fui revisando las etiquetas, solo para descubrir, con una creciente sensación de desolación, que todos ellos decían Slim Fit, que en el idioma de Cervantes viene a ser algo así como «corte ajustado». Todos. Excepto uno marrón que me había gustado para el campo y que llevaba la terrorífica inscripción Skinny Fit, que se pegaba tanto a mis piernas que tardé más de cinco minutos en poder quitármelos.

Con la desidia propia de un buen HBH, tiré los Skinny directamente a la basura, no creo justo que ningún mortal lleve puesto semejante espanto, y decidí que, a pesar de mi error, no iba a gastar un dineral en otros ocho pantalones nuevos. A fin de cuentas, podía aguantar dos años más hasta la siguiente tanda. Pagué mi estupidez con más estupidez. Suele pasar.

Ya, por fin, puedo confesarles que hace tres días se terminó mi condena. He pasado dos años aguantando pantalones Slim Fit de forma estoica, aunque los odiase profundamente. He cedido al 'wokismo' de forma tacaña y consciente, permitiendo que mis muslos se notaran más de lo estrictamente necesario, y más o menos he sobrevivido.

Ahora ya lo sé. Los pantalones de hombre vienen en todas las formas y estrecheces imaginables, y la única que me gusta, la de toda la vida, la que deja circular la sangre sin estrangular la hombría, es muy escasa y cuesta tres veces más que un Skinny wokista.

No hay duda, querido lector: la guerra contra el Hombre Blanco Heterosexual también se libra en los probadores.

  • Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista
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