A mi hijo Gonzalo
Todo lo que me está pasando ahora tiene que ver con el poco tiempo que tenemos. Y eso, creo yo, es precisamente la madurez; saber apreciar cada segundo y no malgastarlo con personas o cosas innecesarias. Fácil de decir, difícil de hacer…
Hace unos días he sido padre por segunda vez. La alegría ha sido máxima, la verdad. Todo ha salido fenomenal y madre e hijo se encuentran perfectamente. Pero con este último ha sucedido algo que no sucedió con el primero. Su llegada al mundo también ha sido como una gran epifanía que, aunque llevaba ya meses revoloteando por mi mente tratando de abrirse camino, me he negado a aceptar hasta ahora: ya no soy joven.

Las señales se han ido acumulando hasta explotar en mi cara como si fuese una supernova. Ya no disfruto con las cosas que hasta hace pocos años me encantaban. Antes podía estar saliendo dos días enteros sin inmutarme y ahora a las diez de la noche lo único que quiero, da igual la circunstancia, es meterme en la cama. Hace poco solía interesarme y disfrutar con temas supuestamente trascendentales y ahora me doy cuenta de que, en realidad, me alegran cosas como pensar que mi hijo se llama como yo, Gonzalo, que según el diccionario que tenía de pequeño en el colegio, proviene del germánico y significa «dispuesto a lucha».
Yo ya lo he asumido. Soy un hombre de mediana edad lleno de manías que quiere meterse en la cama muy pronto y leer novelas de gente sobre todo muerta. Ahora me toca hacer que las personas que viven a mi alrededor lo entiendan y, sobre todo, lo asimilen. Y no es tarea fácil, créanme.
Y con la revelación de mis propios años, se han sucedido muchas más. La primera fue sobre mi tripa. Llevaba muchísimo tiempo pensando que podría acabar con ella fácilmente como cuando tenía 20, «un par de meses sin cenar y asunto solucionado», hasta que por fin he comprendido que esta vieja amiga y yo no nos separaremos en nuestra vida. Unas veces nuestro afecto será mayor y otras veces menor, pero siempre existirá apego mutuo.
Pero la muerte ha sido sin duda lo que más me ha conmovido en esta serie inacabada de manifestaciones. Por primera vez en mi vida he sido consciente del poco tiempo que tenemos. Durante nuestra infancia cada mes era una vida entera, ¿se acuerdan? El tiempo parecía mágicamente ralentizado. Quizás para darnos más experiencia y prepararnos para lo que vendría después, quién sabe. Pero, de repente, y sin darnos tiempo para asimilarlo, la arena comenzó a caer de forma cada vez más precipitada. Y así año tras año hasta llegar al punto de pensar que cosas que a lo mejor sucedieron hace un lustro en realidad pasaron hace tan solo unos meses… ¿Recuerdan el COVID?
Todo lo que me está pasando ahora tiene que ver con el poco tiempo que tenemos. Y eso, creo yo, es precisamente la madurez; saber apreciar cada segundo y no malgastarlo con personas o cosas innecesarias. Fácil de decir, difícil de hacer…
Por eso quiero hacerle un regalo especial a mi hijo Gonzalo, que espero pueda utilizar en el futuro. Ya lo hice con Íñigo en «Once principios para mi hijo» y ahora le toca a él.
Hijo mío, cuando leas esto, probablemente seas aún demasiado joven para comprender lo que te digo. Como es propio de tus escasos años, seguramente sientas que el mundo te pertenece y que la razón es un privilegio exclusivo tuyo. Si es así, me alegra, porque si eres inteligente pronto descubrirás que de los mayores errores se pueden extraer las lecciones más profundas.
Te adelanto que la vida no es fácil. Y esa es la mayor lección que puedo darte. Tú a lo mejor ahora crees que sí, pero ya verás como a lo largo del camino te vas dando cuenta de que la estupidez también es algo que pasa.
La cuestión es cómo te enfrentas a los problemas que sin duda te van a ir surgiendo. Mi consejo es que no lo hagas nunca solo. No seas tan soberbio como para pensar que tú puedes con todo. Es demasiado doloroso y no tiene ningún sentido. Tienes una familia y unos amigos que siempre estarán ahí para ayudarte.
Cuidado eso sí con aquellos a los que llamas verdaderos amigos. Selecciónalos con extremo cuidado y no pienses nunca que son más de cinco o seis. Simplemente es imposible. Un verdadero amigo es aquel que busca tu amistad sin esperar absolutamente nada más que reciprocidad en el cariño. Y respecto a la familia, bueno, me refiero a los más cercanos. No creas que por ser tu tío o tu primo van a dar la cara por ti cuando tengas dificultades. Eso tenlo por seguro.
Sé cauteloso y desconfía siempre para empezar, no entregues tu confianza sin pensar, y muy pronto entenderás quiénes son de verdad tu familia y tus amigos.
La experiencia sirve para darse cuenta de lo que sobra en tu vida. Aprende a aprovechar el tiempo y elimina todo aquello que no te aporte valor. Y si tras meditarlo concluyes que el que no aporta valor eres tú, entonces trata de cambiar por todos los medios posibles.
Sé buena persona y busca solo a las buenas personas. Todo lo demás es la nada. El tiempo aquí es limitado, así que mientras antes lo comprendas, mucho mejor. Una vez lo asimiles utiliza ese conocimiento para el bien y aprovéchalo. Aunque no lo creas hay personas que mueren sin entender esto que te digo. No quiero que tú seas una de ellas.
La vida está llena de lecciones, tanto las que elegimos aprender como las que vienen sin previo aviso. Aprovecha cada momento, elige bien a las personas que te acompañan y nunca dejes de ser curioso, agradecido y de aprender. No tienes que ser perfecto, solo ser genuino y esforzarte. El tiempo, aunque escaso, puede ser infinitamente valioso si sabes qué hacer con él. Quiero que seas feliz, que disfrutes, que luches por lo que realmente importa y que nunca olvides que, aunque sea difícil, siempre puedes ser mejor.
- Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista