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en primera líneaGonzalo Cabello de los Cobos

Ábalos: un corazón que no le cabe en el pecho

«Yo creo que no me acuerdo» se ha convertido en la canción de mi verano. En España ya no se niega: se duda. Desmemoria como escudo ante todas las evidencias y adversidades. El PSOE, que lo aplaudía en tiempos de furores parlamentarios, tardó más de un año en expulsarlo. Pobre José Luis

Lo confieso: José Luis Ábalos me cae bien. Ya está. Lo he dicho. En un país donde todo se juzga a la carrera y se condena por reflejo, admitir algo así es casi temerario. Pero es que hay algo en él que me despierta cierta simpatía. No admiración, ni mucho menos indulgencia. Simplemente simpatía, casi ternura. Quizá porque tiene tanto rostro que ni se molesta en disimularlo. No tiene el cinismo elegante del corrupto profesional, ni la frialdad del burócrata que sabe lo que hace. Ábalos, con sus torpezas, su sonrisa picarona y su manera de estar siempre un poco fuera de lugar, es otro caso. Y eso, por raro que parezca, lo hace más reconocible. Sobre todo, en España.

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El Debate (asistido por IA)

Berlanga no habría sido capaz de inventar un personaje así. No por falta de talento, sino por exceso de verosimilitud. Es demasiado. ¿Un ministro que presuntamente elige prostitutas por catálogo en su despacho? ¿Que responde ante el Supremo con un pausado «yo creo que no me acuerdo»? Parece guion, pero es la más cruda y patria realidad.

El bueno de José Luis no es un gran cerebro del crimen ni un ideólogo de la malversación. Lo suyo fue más bien una acumulación de decisiones equivocadas, whisky, pitillos, amistades dudosas y afectos desmedidos. En esa explosiva y emotiva mezcla se movía con soltura, como si la política fuera en realidad una prolongación de su afán sentimental. El problema, claro, es que no se trataba de su casa, sino de un ministerio con amplio presupuesto y responsabilidad. Y como si fuera un cubata, lo mezcló todo: lo institucional con lo emocional, lo público con lo privado, las licitaciones con las confesiones.

Ahora está imputado por cohecho, tráfico de influencias, malversación, blanqueo y organización criminal. Un repertorio completo para nuestro héroe. Pero lo que más llama la atención no es el hecho delictivo, sino la música de fondo que no para de sonar a su alrededor. Las grabaciones en las que él y su asesor Koldo (este da para otro artículo) eligen mujeres como quien encarga una ronda de chupitos en Benidorm. «Pero a ti gusta más Ariatna», le decía Koldo en una conversación. «No sé, la Carlota se enrolla que te cagas», responde nuestro héroe haciendo cábalas sobre su excitante futuro.

Pero hay más. Cuando la UCO entró en su casa el 10 de junio, una amiga suya que estaba con él, Anaís (sí, a mí también me flipa el nombre), modelo valenciana conocida por haber rodado alguna escena con Jordi El Niño Polla (yo tampoco sé quién es), intentó ocultar un disco duro metiéndoselo en los pantalones. Según el atestado, Ábalos, con esa calma de quien cree que aún controla la situación, le pidió que sacara al perro, mientras ella intentaba salir con la prueba apretada entre la cintura y el vaquero. Todo muy doméstico, muy de pareja en sábado por la mañana… salvo por los agentes de la UCO en el salón. La escena, si no fuera real, sería impensable. Con Ábalos todo es posible y maravilloso.

Porque si algo ha quedado claro en toda esta aventura es que Ábalos cuida de las suyas. Les consigue contratos, les da plazas públicas, les asegura estabilidad financiera. En tiempos de incertidumbre, José Luis ofrece certezas. No es de amor fugaz ni de aventuras improvisadas. Él es más bien de compromiso prolongado y contrato indefinido. Pero es que es lo que les digo. Tiene una ternura retorcida, casi conmovedora, que convierte el nepotismo más descarado en un gesto afectivo lleno de generosidad.

«Yo creo que no me acuerdo» se ha convertido en la canción de mi verano. En España ya no se niega: se duda. Desmemoria como escudo ante todas las evidencias y adversidades. El PSOE, que lo aplaudía en tiempos de furores parlamentarios, tardó más de un año en expulsarlo. Pobre José Luis. Ya no tiene amigos en el seno del PSOE, ese partido ejemplar, sin apenas mácula. El PSOE es una institución por encima de toda sospecha, aunque el investigado (ahora los) sea nada menos que el Secretario de Organización del partido.

Pero no pasa nada. José Luis, mientras tanto, sigue impasible, firme en su papel de funcionario despistado, un poco pasado de vueltas, pero siempre tranquilo. Como si aún guardara otro episodio en la recámara (y todos, seamos sinceros, esperamos que así sea). Porque necesitamos más capítulos de esta historia. A poder ser, del nivel de aquel del Parador de Teruel, donde Ábalos, agotado tras una dura jornada de servicio público, habría irrumpido en el alojamiento con todos los miembros de la ya conocida 'caravana party', sufragada con dinero del contribuyente. Ábalos aseguró que cenó solo. Yo me imagino que lo que vino después… ya pertenece al terreno de la leyenda.

Solo queda preguntarse: ¿qué será lo próximo? ¿Un adosado en Cuenca pagado con fondos europeos? ¿Un after en Albacete con simios drogados y desnudos? Veremos. Lo que sí sé es que todavía queda mucho por salir y que más de uno debe estar apelotado.

España y José Luis, José Luis y España.

Gonzalo Cabello de los Cobos es periodista

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