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23 de abril de 2024

TribunaJosé Ignacio Palacios Zuasti

En el centenario del viaje a Las Hurdes

Las Hurdes comenzaron a salir del abandono en que habían vivido y empezó a entrar en ellas la civilización hasta que, en palabras del actual alcalde de Pinofranqueado, se han convertido en «uno de los lugares más hermosos de España»

Actualizada 01:30

Los pasados días 20 y 21 se celebró en Madrid un seminario sobre los «Cien años de la visita del Rey Alfonso XIII a Las Hurdes», que fue inaugurado por el presidente de la Fundación San Pablo CEU, Alfonso Bullón de Mendoza. Fue este un viaje que el doctor Gregorio Marañón calificó como «una de las cosas mejores que hizo don Alfonso» y que, cuando se realizó, hacía más de 50 años que obispos, como el de Coria, o intelectuales, como Unamuno o Gabriel y Galán, venían denunciando la situación de esa comarca extremeña en la que, según Marañón, se vivía «en la misma miseria física, intelectual y moral de que nos dan cuenta las primeras noticias, hiperbólicas y legendarias, de la historia hurdana». Pero esas quejas de poco habían servido porque la acogida favorable de los ministros y de los Gobiernos casi siempre quedaban en una promesa escrita en el agua que, como mucho, lograban alguna subvención de 6.000 duros en alguno de los presupuestos del Estado. Esto cambió a comienzos de la tercera década del siglo XX cuando un viaje de Marañón, «en misión científica y no literaria», lo hizo visible y logró que ese «desastre crónico» se arreglara, porque «el problema hurdano era un problema fundamentalmente sanitario». Para conseguir «algo útil», don Gregorio recurrió al propio Rey, al que se lo planteó en una comida en casa de la marquesa de Villavieja a la que asistieron, entre otros, Santiago Ramón y Cajal y José Ortega y Gasset, y en la que se logró que el soberano patrocinara con entusiasmo dos importantes proyectos: la que sería la Ciudad Universitaria y el viaje regio a Las Hurdes.
Cuando el 20 de junio de 1922 emprende Alfonso XIII ese viaje, estaba viviendo un annus horribilis de su reinado, ya que, desde abril de 1919, había tenido siete gobiernos conservadores que no sabían cómo resolver ni el problema político y militar de Marruecos ni la difícil cuestión económica. En ese tiempo la lucha social se había incrementado y un presidente del Gobierno había sido asesinado. Además, los republicanos y socialistas se habían marcado como objetivo derribar al Rey, utilizando para ello graves acusaciones y ataques, como la intervención que pocos meses después, el 22 de noviembre, realizaría desde su escaño del Congreso de los diputados el socialista Indalecio Prieto en la que dijo que «la revolución no tendrá históricamente sanción en España más que cuando se abra la cripta de El Escorial, para recoger los restos de un reinado en decadencia», intervención que acabó gritando «¡Muera el Rey!».
Por eso, aunque era un viaje sin protocolo ni comodidades en el que iba a vivir, física y anímicamente, unas duras jornadas, para el Monarca esta visita, que «fuerzas subterráneas» trataron de malograr, le sirvió para evadirse temporalmente de los graves problemas de la nación y para conocer, sin intermediarios, cómo era la vida en ese pedazo de España, el más desgraciado de su Monarquía.
En los cinco días que permaneció en Las Hurdes descubrió una tierra miserable en la que el bocio y el cretinismo eran endémicos, donde la gente vivía en estado lastimoso y donde las fiebres palúdicas les sumían en raquitismo y degeneración. Allá se percató de la gran mortandad infantil, porque las madres «con la colaboración criminal de las Diputaciones de Cáceres y Salamanca», como diría Marañón, abandonaban a sus hijos y se dedicaban a la lactancia mercenaria; allá se encontró con numerosos casos de enanismo «velazqueño» y con manos de seis dedos; allá descubrió que las mejores viviendas eran auténticas pocilgas y cubiles, pues carecían de luz y de ventilación y el único aire que en ellas se recibía era por la puerta; y allá vio una tierra en la que no había carreteras y a las aldeas había que ascender por caminos entre precipicios. En definitiva, descubrió una parte de su reino semicivilizada y una raza depauperada por la miseria material y moral, que estaba aislada en medio de unas sierras casi inaccesibles.
Pero ese viaje le sirvió también a Alfonso XIII para descubrir al humilde obispo de Coria, Pedro Segura, del que Marañón le había dicho que era «un caso excepcional de jerarca eclesiástico, sin igual en la península». Y tanto le agradó que pocos meses después sería nombrado arzobispo de Burgos y más tarde metropolitano de Toledo. Ese prelado fue el que, en una de las jornadas hurdanas, le dijo: «Señor, en el libro de la Historia, que está lleno de mentiras, puede que el viaje triunfal que V. M. acaba de hacer a Cataluña ocupe un lugar preferente; pero en el libro de la Vida, que es el de la verdad, la preferencia será para este otro viaje en que S. M. realiza una obra de caridad y civilización».
A su regreso a Madrid, Alfonso XIII ordenó que de inmediato se enviaran médicos y medicinas para combatir el paludismo, el bocio, el cretinismo y la insuficiencia de desarrollo. Además, bajo su presidencia, constituyó el Real Patronato de Las Hurdes que, en menos de dos años, construyó escuelas, un hospital para inválidos y una carretera que cruzaba toda la región, al tiempo que llevó el teléfono y la Guardia Civil. Fue así como Las Hurdes comenzaron a salir del abandono en que habían vivido y como empezó a entrar en ellas la civilización hasta que, en palabras del actual alcalde de Pinofranqueado, se han convertido en «uno de los lugares más hermosos de España».
  • José Ignacio Palacios Zuasti fue consejero del Gobierno de Navarra de 1996 a 2006
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