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27 de abril de 2024

TribunaAlfredo Liñán

De la lluvia y otras calamidades

Zapatero se cargó de un plumazo el ambicioso y necesario «plan hidrológico nacional» porque así lo había prometido en no sé qué mitin, indiferente al daño que causaba a miles y miles de familias y a todo el levante español

Actualizada 01:30

Eran otros tiempos. Tan lejanos, que yo era colegial y aún recuerdo el gesto de satisfacción de Valentín, el portero de la casa –un viejo gruñón que debía de odiar a los niños y doy fe de que motivos nunca le faltaron– señalándonos la escalera. Había «restricciones» de electricidad y era obligado subir a patita y cartera al hombro hasta el piso que fuera. Era la «pertinaz sequía» que dejaba las turbinas a medio gas, las ciudades a oscuras, y a los ciudadanos, bufando escaleras arriba. Los pocos pantanos que había a la sazón, enseñaban las encías y era necesario administrar. Yo entonces no era consciente, pero estábamos en la postguerra y la cosa andaba achuchada. Había que remediar el asunto y prepararse para cuando viniera un nuevo ciclo de «pertinaz» y, manos a la obra, cava que te cava, nacieron aquí y acullá pantanos y más pantanos que, aparte de producir la necesaria energía y regular caudales para prevenir avenidas, convirtieron miles de hectáreas de secano rabioso en fértiles regadíos. Un delito de lesa ecología, al parecer. Un desastre que, por ejemplo, convirtió las tierras tradicionalmente irredentas, Guadiana abajo, en vergeles sin los que la vieja Extremadura hoy en día sería, de manera definitiva, un paisaje mágico de pueblos vacíos y bellos atardeceres. El bulevar de los sueños rotos de la España desangrada.
Escribo, aún impresionado por el desolador espectáculo de antiguas «tierras de pan llevar» convertidas en pajonales prematuros, que, tras la ventanilla del tren parecían proyectarse como una película desoladora de campos de batalla abandonados. La sequía, esa antigua compañera de esta tierra bronca que años atrás se hubiera traducido en temido tiempo de hambruna. Pero las cigarras que han acampado en el lejío conocido pomposa y vanamente como: "Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico” –con categoría de «Vicepresidencia tercera» por si faltaba algún perejil– en lugar de ocuparse en acumular agua para paliar la tragedia y prevenir lo que pueda venir –estamos principiando el ciclo– han decidido demoler hasta ciento sesenta presas de agua, por no sé qué dogma ecologista, trasconejado tras los verderones europeos, por supuesto. Aquel mal sueño que se llamó Rodríguez Zapatero se cargó de un plumazo el ambicioso y necesario «plan hidrológico nacional» porque así lo había prometido en no sé qué mitin, indiferente al daño que causaba a miles y miles de familias y a todo el levante español. Y ahora, cuando una vez más se hace presente un probable ciclo de sequía –nada nuevo bajo el sol– nuestras ilustres cigarras se dedican a destripar presas diz que para que los salmones puedan remontar corriente arriba. España tierra de salmones. Y de merluzos.
La pertinaz sequía –polvo, sudor y hierro– ha sido toda la historia compañera y amenaza de esta tierra encajada entre la verde Europa y el secarral africano. No es necesario inventarse conspiraciones aeronáuticas, ni escatologías climáticas. Conque nuestros conspicuos responsables gubernamentales jueguen a ser hormigas en lugar de cigarras, ya nos daríamos por contentos. Que como decía aquel sensato párroco de pueblo: «Yo al santo lo saco en procesión si queréis, pero la cosa no está de llover». Y, al final, va a resultar que el santo soy yo, porque, cuando andaba dando fin a este artículo, como una venganza, el cielo se cerró en lluvia. Pues al estribillo. Pertinaz.
  • Alfredo Liñán Corrochano es licenciado en Derecho
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