Caballos y cervezas
Fernando de Habsburgo, educado por su abuelo el cínico Rey Católico, (en quien Maquiavelo se inspiró para su obra «El príncipe»), adoraba esta España donde nació y se crio. Sus amigos le preferían como Rey, conculcando los derechos de su hermano mayor
Queridos incautos: Oktoberfest en Múnich. Ese contradictorio divertido jolgorio. Pese a su nombre, se celebra a finales de este «séptimo» mes de septiembre.
En Roma los meses eran solo 10. Los primeros honraban a sus dioses. Jano, Februo, Marte, Venus, Maia y Juno. Luego, el séptimo septiembre, octavo octubre, noveno noviembre y el décimo diciembre. Entre medias metieron un mes para honrar a Julio César. Su sobrino y sucesor Augusto no quiso ser menos. Así quedó el galimatías que rige los años de nuestras vidas.
Festejo de los bávaros, que desde hace apenas 100 años aceptan (algunos de mala gana) ser alemanes. Discurre a lo largo de una ancha avenida principal. A ambos lados enormes carpas más o menos permanentes decoradas con referencias a la caza y al mundo rural. Cuernas de venados, jabalíes, rebecos…
Un inmenso gentío apretujado contempla el desfile vestidos en atuendos vernáculos rindiendo homenaje a su idiosincrasia y pasado. Cada asociación local marcha marcialmente con uniformes y banderas, al son de tambores y trompetas. De todos es temida su afición por los desfiles. Berlín se diseñó para ser escenario de los mejores desfiles militares. Decía Woody Allen en una de sus películas: «Cuando escucho a Wagner, me entran ganas de invadir Polonia». Hoy las nuevas generaciones de alemanes, víctimas de sus complejos, caen en la debilidad y la gazmoñería por el terrible peso de su pasado.
Enormes carros cargados de barriles de cerveza, llenos de campanitas, y flores. tirados por unos caballos negros tan inmensos como jamás viera. Desde ellos un ramillete de jóvenes Valquirias saludan y animan al personal.
Alegría. Casi todo el mundo está algo «achispado» como dicen en mi pueblo. Se lleva el beber cantidades ingentes de cerveza como un rito. Abstenerse puede ser casi una afrenta.
Orgullosos de su traje regional. Hay mucha gente que lo viste incluso a diario. Especialmente en la hostelería. Ellas, muchas rubias y todas sonrientes, visten lo que llaman Dirndl. Un favorecedor vestido con tan generoso escote, que realza tanto su figura, que a los hombres nos cuesta reparar de reojo en la prodigiosa cantidad de jarras que traen cargadas en cada mano.
Ellos orondos y bonachones. Me recuerdan un poco al abuelo de Pinocho. Con fantasías capilares en barbas y bigotes, cargados de abalorios, pipas y cadenas con muñequitos. Traen unos pantalones de cuero cortos que llaman lederhosen. Como español se me antojan algo vergonzantes para todo aquel que haya cumplido más de 12 años. Encima de todo, llevan una chaqueta de botones de cuerna de venado sin cuello, que para fastidiarles les digo que es la hija de la chaqueta del traje corto español.
Me remonto a la muerte del Emperador Carlos, cuando su hijo Felipe II heredaría el Imperio, y a su hermano Fernando, como consolación le dejaron aquella pequeña provincia que llaman Austria.
Fernando de Habsburgo, educado por su abuelo el cínico Rey Católico, (en quien Maquiavelo se inspiró para su obra «El príncipe»), adoraba esta España donde nació y se crio. Sus amigos le preferían como Rey, conculcando los derechos de su hermano mayor. Carlos nacido en Gante, era tan extranjero que ni siquiera hablaba español. Ardiendo en aquella ambición se prendieron los intereses de los nobles y estallaron las guerras de los comuneros.
Tal vez el sabio Emperador Carlos, a su muerte se resignó a dividir sus dominios, para alejar a su muy popular hermano, por no ensombrecer los derechos dinásticos de su hijo Felipe. Eran tiempos bélicos. El futuro rey Felipe II encargaría mi antepasado, Diego López de Haro, marqués del Carpio, la creación de nuestra más poderosa máquina de guerra: el caballo español.
Aprovechando las maravillosas cuadras de la Córdoba de Abderramán se seleccionaron los mejores sementales y yeguas. Buscaban un caballo para la guerra. Extremadamente valiente. Capaz de cargar contra banderas, griterío, cañonazos, fuego y humo. Debería ser fácil de manejar, ágil y resistente. Y comer poco. Por eso no eran grandes. Y, ante todo, un maravilloso carácter. Para poder montar a cualquier novato reclutado en una leva en cualquier parte del Imperio. Tanto empeño, puso el Rey que llegó a amenazar: «aquel que echare el burro a las yeguas buscando hacer mulas en mis reinos de Andalucía y Extremadura, será ahorcado en plaza pública, pues de entre todos, son los que tengo por más adecuados para producir mis caballos»
Fernando partió llorando hacia sus dominios, llevándose lo que más adoraba: sus caballos. A su llegada se instalaron en las verdes praderas que salen en las películas de Heidi. Craso error. Los caballos tendían a engordar y abotargase. Enseguida buscaron unas montañas pobres y duras semejantes a nuestras tierras. Y las encontraron en Lipizia. Por ello se llaman lipizianos.
Con ellos conformaría la escuela española de Viena. Es un orgullo ver ese maravilloso edificio donde se siguen practicando nuestras vetustas disciplinas ecuestres. En el espectáculo de la doma, se enseña a los caballos, a saltar y cocear para poder escapar en caso de que le rodearan.
En los cuadros con el listado de los maestres y directores, los más antiguos siempre españoles. Actualmente, mandamos algún Semental español para refrescar la sangre de aquellos caballos, que siguen guardando las virtudes bélicas y el inmejorable carácter de nuestra más apreciable máquina de guerra.
Napoleón persiguió obsesivamente aquella yeguada. Sus tropas los intentaron alcanzar por todos los medios. Los caballos huían más rápido y nunca lo consiguió. Si lo hubiera logrado, habría montado sobre ellos a sus jinetes polacos y la historia del mundo sería otra.
Entonces me invento que estos primeros jinetes españoles traían aquellas chaquetas sin cuello, que son las antecesoras de esas sus chaquetas que tan orgullosamente lucen. Como dicen los italianos: Se non è vero, è ben trovato: El relato está construido, y no pierdo ocasión de glorificar nuestro pasado que hoy denostan nuestros enemigos y hasta nuestros dirigentes. Aunque desgraciadamente, hoy es difícil distinguir a los unos de los otros.
El conde de Teba es arquitecto y ganadero