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24 de abril de 2024

Ángel Barahona

¿Puede el diablo expulsar al diablo?

Belzebú no puede expulsar a Belzebú, solo multiplicarlo. Los profetas y agoreros del destino juegan a usar el pasado para deducir de él, como causa, el futuro

Actualizada 10:39

Decía René Girard que la bomba atómica es el nuevo sagrado violento. Su discípulo Jean-Pierre Dupuy lo ratifica: «Lo sagrado nace de un mecanismo similar de auto-exteriorización de la violencia. Se puede decir que la bomba atómica, sobre todo en la época del principio de la Guerra fría, era nuestro nuevo sagrado» (J-P. Dupuy, La guerre qui ne peut pas avoir lieu). Lo sagrado arcaico precristiano canalizaba la violencia indiferenciada hacia una víctima sacrificada por el bien de todos en búsqueda de la paz. Recurriendo al término paulino que Girard reutiliza en Achever Clausewitz técnicamente, nos dice que el katejon (el primero en usarlo para el análisis político fue Carl Schmitt), es «el que retiene, el que frena la marcha hacia el apocalipsis». Para Girard, el katejon por excelencia es el satán de la Biblia, aquel del que se dice en Marcos 3, 22-30: «Satán expulsa a satán».
Satán es el principio de autorregulación de la violencia, ejerciéndola. La violencia es capaz de protegerse hacia el exterior de ella misma en un movimiento de autotrascendencia y después de esta exterioridad, autorregularse y autolimitarse. Desde este punto de vista la disuasión nuclear es la «Encarnación Suprema» de este Lucifer puramente laico, puramente humano. Este «portador de luz» muestra la violencia como necesaria, natural y legítima. La violencia del tigre es una violencia inocente, forma parte de la naturaleza. Cómo decía Rousseau la violencia del tigre es extraña al mal. El tigre nuclear no tiene este candor. Su existencia viene de una decisión humana extremadamente arriesgada: la de dejar que se desencadene la violencia de los hombres y de sus máquinas de muerte contando con su poder de autorregulación.

Belzebú no puede expulsar a Belzebú, solo multiplicarlo

Esto es verdaderamente un pacto con el diablo, muy arriesgado. Belzebú no puede expulsar a Belzebú, solo multiplicarlo. Los profetas y agoreros del destino juegan a usar el pasado para deducir de él, como causa, el futuro. Pero Dupuy nos presenta otra idea extraída de Hans Jonas y Günter Anders se detiene en la curiosa coincidencia del nombre de Hans Jonas, con el profeta del mismo nombre que habría de anunciar a Nínive su apocalipsis particular. Del gusto por el género parabólico de Anders, su amigo nos trae a colación un texto bastante interesante. Noé estaba cansado de escuchar a los profetas agoreros que anunciaban sin cesar una catástrofe que no acababa de llegar y que nadie se tomaba en serio. Vestido de saco y penitente aguantaba las burlas de los demás que le preguntaban una y otra vez cuándo sucedería la catástrofe. Su respuesta siempre era la misma: mañana. «Pasado mañana, el diluvio será cualquier cosa que habrá sido y cuando el diluvio habrá sido, todo aquello que es no habrá jamás existido. Cuando el diluvio se haya llevado todo lo que es, todo lo que habrá sido, será demasiado tarde para recordar, pues no habrá nadie que pueda hacerlo. Entonces, ya no habrá diferencia entre los muertos y aquellos que les lloran. Si he venido ante vosotros es para invertir el tiempo, para llorar hoy los muertos de mañana. Pasado mañana será demasiado tarde […dicho lo cual] Un carpintero golpeó a su puerta y le dijo: déjame ayudarte a construir el arca, para que lo que viene sea falso. Más tarde un techador se une a ellos diciendo: llueve por encima de las montañas dejadme ayudaros para lo que viene sea falso» (Thierry Simonelli, Günther Anders. De la désuétude de l’homme). Ojalá podamos contar que fue una predicción falsa, pero por si acaso construyamos el arca.
«Poniendo en escena el duelo de muertos que no se han producido todavía, esta fábula invierte el tiempo, dice Noé, en el sentido en el que el efecto (el duelo) precede a la causa (los muertos)», señalaba Dupuy. Porque, en efecto, necesitamos ponernos en lo peor, predecir el efecto, para poner los medios para evitar la causa. «La paradoja de la profecía de la desgracia se presenta como signo. Hacer creíble la perspectiva de la catástrofe necesita que se incremente la fuerza ontológica de su inscripción en el futuro. Los sufrimientos y los muertos anunciados se producirán inevitablemente, como un destino inexorable. Pero si rehusamos a convencer al mundo que este es el caso habremos perdido de vista la finalidad de este artificio, que es precisamente motivar la toma de conciencia y la acción a fin de que la catástrofe no se produzca: déjame ayudarte a construir el arca para que esto sea falso».
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