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19 de abril de 2024

Ángel Barahona

Nuevos chivos expiatorios

Hay ahora mismo una caza de brujas. El simple hecho de ser acusado por alguien hace de ti un culpable. Y si la justicia te exonera, es porque es patriarcal y tú eres un hombre y gozas de beneficios

Actualizada 04:45

La caída del comunismo despertó a las izquierdas europeas a una nueva forma de encarar la vida. Las condujo al campo de batalla de las ideas de progreso, de libertad, de igualitarismo. La revolución proletaria trocó en revolución cultural. Estamos ante el éxito de ese vuelco. Los progresistas de izquierda, que combatían en el nombre de los descartados de la Tierra, los proletarios –«muchos hijos»–, han pasado a ser los defensores a ultranza del neofeminismo radical, de las ideologías de género, –por tanto, free-children– del antirracismo y la descolonización. Reduciendo a todos los que no están en esta perspectiva a homófobos, racistas, colonialistas, etc. En el horizonte, enemigos de su proyecto de ingeniería cultural, están el hombre blanco, el patriarcado, los hijos, la diferencia sexual y la familia en tanto ostentadores de valores judeocristianos. Pascal Bruckner, un «antiguo nuevo filósofo» francés, en su último libro recoge estas ideas. El título lo dice todo: Un culpable casi perfecto. La construcción de un chivo expiatorio blanco (2021). Los colectivos minoritarios, que denomina nuestro autor «interseccionales», señalan a estos culpables construidos por las nuevas ideologías, como una especie de dinosaurios que hay que erradicar del espacio público. «Ya que el conflicto de identidades ha reemplazado la lucha de clases, todas las categorías oprimidas tienen en común el focalizarse sobre el yugo de un mismo enemigo, el hombre blanco heterosexual como el culpable interseccional por excelencia... Creemos innovar, pero reescribimos de otra manera las leyes de Nuremberg. Como en el siglo XX, el mundo se divide de nuevo en razas y etnias».
Decir esto empieza a ser peligroso. En una entrevista de El País Semanal, Pascal dice que un abogado revisa sus libros antes de publicarlos en Grasset, porque está harto de demandas, objeto de una persecución sistemática por los nuevos inquisidores posmodernos que le tachan de conservador de derechas. Él se autocensura, pero hay cosas que no puede evitar decirlas: «la censura puede venir de todos lados y eso incluye a la izquierda y a la extrema izquierda. Hay ahora mismo una caza de brujas. El simple hecho de ser acusado por alguien hace de ti un culpable. Y si la justicia te exonera, es porque es patriarcal y tú eres un hombre y gozas de beneficios. El neofeminismo es el feminismo de la venganza. Hubo una revolución feminista, hoy es el terror. Cortan cabezas, una detrás de otra. Y es importante subrayar que estas actitudes son minoritarias entre la población, pero con mucha presencia en los medios de comunicación».

La cultura posmoderna, que parecía fundamentarse en el relativismo, se está volviendo cada vez más fundamentalista. Las ayer víctimas hoy se han tornado verdugos. Su lema: «Prohibido pensar»

Adorando la razón desde la Ilustración, y sus mantras adoptados por los nuevos marxismos, la libertad, la igualdad, y una especie de nueva sociedad utópica basada en el conocimiento científico, de repente se ha encontrado que en su sociedad progresista reina la irracionalidad, el sentimentalismo, la dictadura del deseo y mil fórmulas nuevas que suenan ridículas a la luz de la razón, pero que campean a sus anchas en la sociedad emotivista contemporánea. Lo que empezó casi como el resultado de un devaneo intelectual en las universidades americanas, se está instalando en Europa como norma cultural: términos como antirracismo, equidad racial, apropiación cultural, no-discriminación o discriminación positiva, se hacen presentes actualmente y paradójicamente donde más multiplicidad y diversidad de razas y etnias existen. «Si Estados Unidos presagia el futuro del mundo occidental, el nuestro es sombrío y el suyo aún más». Occidente tiene, para Pascal, todas las papeletas para convertirse en el culpable ideal. Pankaj Mishra, La ruina de los imperios, había dicho lo mismo: por todos lados la civilización occidental se ve atacada por aquellos que reclaman una vendetta poscolonial. Occidente representa la odiada colonización para todos aquellos países que sufrieron su presencia durante siglos. En la medida en que Europa se iba alejando de la cultura judeocristiana que le dio origen se iba tornando racista, imperialista y supremacista. Ambos coinciden en que Europa va a tener que soportar pagar la deuda de su supremacismo histórico dentro de sus fronteras, como si los hijos tuvieran que pagar los pecados de los padres. La invasión de los nuevos bárbaros culturales posibilitará que las políticas que triunfen sean aquellas que denuncien el dominio blanco, el poderío patriarcal, y cualquier sistema de diferenciación por el sexo. Desde esa perspectiva, que ha calado en el plano estructural como si fuera la verdad inapelable, tratarán de imponer su forma de ver el mundo, es decir, reeducar, a aquellos que defiendan posturas conservacionistas o tradicionales. «Cada uno se convierte en una minoría sufriente a medida: la personalización consumista y la personalización victimaria marchan al mismo paso. Unos llevan sus prejuicios como otros sus adornos: se puede ser mujer, vegano, homosexual, indígena, discapacitado, y todas estas características refuerzan su inmunidad simbólica». La cultura posmoderna, que parecía fundamentarse en el relativismo, se está volviendo cada vez más fundamentalista. Las ayer víctimas hoy se han tornado verdugos. Su lema: «Prohibido pensar».
Tratando de superar los males -innegables – de la cultura occidental, hemos caído en otros males mayores. «Para oponerse al «racismo estructural y sistémico», los Estados Unidos han inventado un «antirracismo estructural y sistémico»: la misma cosa al revés, pero con los mismos efectos». Panorama sombrío que reclama ser tomado en serio.
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