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28 de marzo de 2024

R.R. Reno: «El progresismo insiste en un nuevo futuro de cual es profundamente pesimista»

R.R. Reno: «El progresismo insiste en un nuevo futuro del cual es profundamente pesimista»

El escritor, profesor y periodista Russell Reno charla sobre tolerancia, convicciones y relativismo: «Las personas más abiertas y tolerantes son las que tienen las convicciones más hondamente enraizadas»

Russell R. Reno (Baltimore, 1959) dirige la influyente revista First Things, de corte intelectual, religioso y conservador, a la par que ecuménico: colaboran en ella judíos, protestantes y católicos. Precisamente en una rama protestante —la episcopaliana— se educó Reno, si bien en 2004 se convirtió al catolicismo. Profesor en la universidad jesuita de Creighton (Nebraska), es un hombre afable, sabe chapurrear algunas palabras en castellano, y atiende con delicadeza y sin verborrea a nuestra conversación. Habla con precisión y naturalidad.
– Uno de sus libros más recientes y reputados es El retorno de los dioses fuertes. ¿Cuál es la idea principal de este libro?
– Las catástrofes de las dos guerras mundiales condujeron a una reacción contra cualquier creencia fuerte, convicciones fuertes, lealtades fuertes, amores fuertes, de modo que el proyecto cultural en Occidente ha consistido en debilitar esos amores fuertes. Si no hay nada por lo que valga la pena luchar, entonces nadie luchará. Y la tesis de mi libro estriba en que este proceso está llegando a su final. Hay un deseo de retorno de lo que llamo dioses fuertes, que es una metáfora de amores fuertes. La nación, la familia y, obviamente, Dios, que es el amor más fuerte.
Reno hablando sobre los retos de Occidente en el contexto del Congreso del CEU

Reno hablando sobre los retos de Occidente en el contexto del Congreso del CEUPaula Argüelles

– Recientemente, ha dicho Chantal Delsol que el ecologismo es una nueva religión. ¿Algunos de esos dioses fuertes que regresan pueden suponer una forma de neopaganismo?
– Pudiera ser, pero no acabo de verlo. Me parece que se trata de una continuación del proceso previo, lo que denomino piedad negativa. Es una convicción fuerte, pero negativa. La corrección política insiste mucho en el castigo, constituye una piedad negativa.
– Precisamente hace unas semanas comentaba Quintana Paz que la cultura «woke» se caracteriza por su rechazo al perdón, su insistencia en el castigo. Usted coincide, ¿no?
– Sí; mi amigo Joshua Mitchell sostiene que en una sociedad post–cristiana hay abundancia de culpa. De modo que el movimiento «woke» va encontrando chivos expiatorios, por ejemplo, el privilegio blanco, la heteronormatividad, o lo que sea. Y todo el mundo tiene mucho miedo de encontrarse entre los culpables.
– ¿El totalitarismo es la utopía de pretender hacer real en esta tierra lo que el cristianismo siempre había situado en el más allá: el Cielo y el Infierno?
Eric Voegelin pensaba que el progresismo era una escatología secularizada y un intento de traer el Cielo a la Tierra. Parte del genio del cristianismo consiste en separar lo político de lo que constituye nuestro destino final. Es decir, en política tratamos de conseguir los bienes relativos de la Ciudad de los hombres, y admitimos que una felicidad final y completa sólo se da en la Ciudad de Dios, que está en el Cielo, y lograr esa Ciudad está en las manos de Dios, no en nuestras manos. Cuando perdemos de vista esa distinción entre la Ciudad del hombre y la Ciudad de Dios, surge la tentación totalitaria de emplear el poder político para traer la perfección a la vida humana.
CEU

– ¿Sucumben las universidades católicas a esa tentación de sumarse al mundo «woke»?
– En los Estados Unidos, disponemos de un enorme entramado católico, probablemente cien universidades católicas, y, durante los últimos cincuenta años, se han empeñado con ahínco en volverse «normales» y formar parte de la cultura académica laica general. Por tanto, si Harvard coge un resfriado, la universidad católica de América también se resfría. De modo que sólo las escuelas más valientes, sólo las instituciones más comprometidas con su identidad católica pueden evitar verse arrastradas por la cultura académica dominante y todas sus perversiones.
– ¿Esto supone el fracaso de un diálogo honesto entre el mundo católico y el mundo no católico?
– No, no es tanto una cuestión de diálogo. Lo que sucede es que las personas más abiertas y tolerantes son las que tienen las convicciones más hondamente enraizadas, puesto que no se sienten amenazadas por el hecho de que otras personas estén en desacuerdo. Y la «cultura de cancelación» supone un signo de debilidad, no de fuerza. Es algo paradójico que Benedicto XVI glosó: la dictadura del relativismo. Según Benedicto, el relativismo genera el impulso hacia la dictadura. Si no crees de verdad que tus convicciones están enraizadas en la verdad, estableces vigilancia sobre cualquier disidencia, pues los puntos de vista alternativos se convierten en una amenaza. Si soy un católico convencido y me fijo en los argumentos y las razones de mi fe, puedo discutir con un judío, un musulmán, un laico, porque sus puntos de vista no suponen una amenaza para mi confort existencial, porque mi confort existencial proviene de las raíces profundas de mi propia fe.
– ¿La universidad se ha convertido en un imperio de lo «confortable», y no en un lugar donde se discute sobre la verdad?
– Incómodo, cómodo… Este es el problema que entraña la palabra «valores». No me gusta la palabra «valores», porque los valores son lo que valoro. Lo cual tiende a centrar la atención no en la razón y la verdad, sino en los sentimientos y las emociones. Esto conduce a que la que la gente quiera «espacios seguros», quiere sentirse cómoda. Es un problema grave que viene de hace mucho tiempo.
– ¿Esto no acaba conduciendo a una sociedad polarizada?
– El progresismo pasó de ser un proyecto económico —concerniente a las relaciones entre el mundo laboral y la empresa— a ser, a partir de los años 60, un proyecto cultural de liberación. Primero, liberación sexual, y, al final, una liberación contra todo tipo de fronteras, ya sean las relativas a las naciones o las barreras entre hombres y mujeres; de la inmigración a la ideología transgénero. El consenso de sociedad abierta llevado al extremo. Lo cual ha generado una reacción por parte de gente que no quiere vivir en un mundo sin límites, ni fronteras, ni anclajes. Y esto conduce a la polarización, a un profundo conflicto sobre qué significa ser humano.
R.R.Reno durante su entrevista con El Debate

R.R.Reno durante su entrevista con El DebatePaula Argüelles

– ¿No recuerda esto a la canción de John Lennon? «Imagina que no existen países ni religiones».
– Sí, por supuesto. Porque la religión es una fuerza vigorosa que ancla nuestras almas en lo trascendente. Y esa es el ancla más profunda y poderosa de todas. Y esa canción, Imagine, es un mundo completamente fluido donde no hay orillas, ni islas. Estás nadando en un océano sin fin. Resulta agotador. Aunque los movimientos populistas en Occidente pueden tener un punto cínico, y aunque estén dirigidos por políticos muy cínicos, el impulso subyacente popular supone un intento desesperado por encontrar un líder que asiente sus sociedades en algo sólido. Los tres cimientos son la Iglesia, la familia, y la nación. Vivimos en una época de paradojas. Por un lado, movimientos de liberación que prometen un futuro utópico en el que tú puedes determinar quién eres, incluso puedes convertirte en hombre o en mujer. Y, al mismo tiempo, una perspectiva muy sombría del futuro. Cuando yo era joven, la gente creía en el progreso, y ahora lo máximo a lo que podemos aspirar es la sostenibilidad. El progresismo insiste en la revolución que está a punto de crear un nuevo futuro, y, a la vez, es profundamente pesimista acerca de ese futuro. Es una combinación de cinismo e idealismo, de idealismo y pesimismo. Nadie quiere vivir en un mundo de idealismo vacío cuya última palabra es, al fin y al cabo, la de la desesperación.
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