
Jóvenes durante una Rise Up en la pasada JMJ de Lisboa 2023
Según el CIS, la juventud quiere valores pero no los busca en el catolicismo
Según el barómetro de julio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), solo el 37 por ciento de los menores de 25 años y el 31 por ciento de los menores de 35 se declara católico
Con casi 80.000 jóvenes, España fue el país con más participantes en la pasada Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) celebrada recientemente en Lisboa; un dato que, pasada la euforia, contrasta con las encuestas que muestran un marcado descenso de la adhesión y práctica del catolicismo en las nuevas generaciones de españoles.
Según el barómetro de julio del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), solo el 37 por ciento de los menores de 25 años y el 31 por ciento de los menores de 35 se declara católico.
Hace diez años, en 2013, este porcentaje ascendía hasta el 45 por ciento para los menores de 25 y hasta el 59 por ciento para los de menos de 35. Hace veinte, esos porcentajes se situaban en torno al 66 y 70 por ciento, respectivamente.
Valores en las redes
No obstante, la religión está a la orden del día en redes sociales como Tik Tok o Instagram, donde se han viralizado fenómenos como el grupo de música católico Hakuna, que cuenta con más de 215.000 oyentes en Spotify.También fue uno de los grupos invitados a actuar en la JMJ de Lisboa, otro fenómeno viral que se ha podido seguir casi al completo por redes sociales y durante el que, incluso, se organizó un festival de «influencers» católicos.
En Instagram, los «influencers» que promueven los valores católicos congregan millones de seguidores. Es el caso de María G. de Jaime y Tomás Páramo (936.000 seguidores entre los dos), que tras tener a su primer hijo con 19 años han abanderado la lucha contra el aborto.
Otras como María Pombo (3,1 millones de seguidores), Rocío Osorno (1,5 millones) o Teresa Andrés (732.000) también hacen gala de su religiosidad, junto a caras conocidas como la marquesa de Griñón, Tamara Falcó (1,5 millones), que mostró abiertamente su fe durante su paso por el concurso Masterchef Celebrity.
Nos hemos acostumbrado a organizar nuestras vidas de acuerdo a cómo serán percibidas on line.
En abril, unas 60.000 personas asistieron a un concierto organizado por la Asociación Católica de Propagandistas en la plaza de Cibeles de Madrid para, según la organización, «celebrar la Resurrección y visibilizar la fe».
Nostalgia de valores
Siloé, una de las bandas destacadas del «indie» nacional que este mismo fin de semana actúa en el festival Sonorama, utiliza símbolos católicos en sus portadas y videoclips y tiñe buena parte de sus letras de preocupaciones y referencias religiosas.
«La religión y la espiritualidad son temas que nos interesan a todos, pero muchas veces se consideran un poco tabú porque no disponemos del tiempo suficiente para poder hablar de ellos, algo que sí permite la música», explicaba su líder, Fito Robles.
Idealización
La nostalgia del pasado también se están haciendo un hueco entre los jóvenes, pasado por el tamiz de lo etiquetado como tradicional: las llamadas tradwifes (esposas tradicionales) en Instagram, que, nacidas en Estados Unidos, ensalzan la figura de las amas de casa de los años 50 y 60, que aboga por una imagen de mujeres sobrias y perfeccionistas, entregadas al servicio de su pareja.
En este sentido, Elise Ureneck, consultora del Comité de Libertad Religiosa de la Conferencia de Obispos Católicos de los Estados Unidos, señala en Angelus News su decepción con la generación de este tipo de imagen sobre las mujeres: «Estoy decepcionada por la necesidad de mi generación de cultivar y proyectar una marca personal altamente exigente. Después de casi 20 años en las redes sociales, nos hemos acostumbrado a organizar nuestras vidas de acuerdo a cómo serán percibidas en línea. La vida se siente como una actuación artística».
Elise Urenek apunta, sobre todo, a los peligros de inmadurez e infantilización de las relaciones por una parte, desde un «conservadurismo impregnado de nostalgia» en el caso de estas tradwifes y como reacción a un «rígido progresismo que persigue a toda costa la justicia futura», en el caso de los movimientos contrarios a los valores tradicionales de la familia.