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03 de mayo de 2024

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La obra de Lope de Vega que narra las vidas de María y Jesús

Dividida en cinco libros, la obra tiene por asunto las vidas de María y de Jesús desde el nacimiento de la Virgen hasta la llegada a Egipto de la Sagrada Familia

En 1612, Lope de Vega publica Pastores de Belén. Prosas y versos divinos, obra que dedica a su hijo Carlos Félix: «Estas prosas y versos al niño Dios se dirigen bien a vuestros tiernos años; porque si él os concede los que yo os deseo, será bien que cuando halléis Arcadias de pastores humanos sepáis que estos divinos escribieron mis desengaños, y aquéllos, mis ignorancias. Leed estas niñeces, comenzad en este Christus, que él os enseñará mejor cómo habéis de pasar las vuestras. Él os guarde».
Dividida en cinco libros, la obra tiene por asunto las vidas de María y de Jesús desde el nacimiento de la Virgen hasta la llegada a Egipto de la Sagrada Familia. Los relatos bíblicos –puestos en boca de rústicos pastores– alcanzan un irresistible encanto, con esa emoción ingenua y candorosa que Lope de Vega sabe insuflarles. Y junto a los relatos de tema bíblico, se intercalan glosas, villancicos, canciones de cuna, letrillas...; todo un caudal de formas de tipo tradicional, que Lope de Vega revitaliza con exquisito gusto, y que no solo se encuentran entre las más bellas composiciones sacras de la poesía española, sino que además constituyen, en su abigarrado conjunto, una de las más valiosas aportaciones de todos los tiempos a la lírica popular. Dos de estas composiciones se recogen seguidamente, y reflejan cómo Lope de Vega expresa sus más puras emociones infantiles; una «blandura de niño» de insospechado acierto poético.

La Niña, a quien dijo el Ángel...

La Niña, a quien dijo el Ángel
que estaba de gracia llena,
cuando de ser de Dios madre
le trajo tan altas nuevas,

ya le mira en un pesebre, 5
llorando lágrimas tiernas,
que obligándose a ser hombre,
también se obliga a sus penas.

«¿Qué tenéis, dulce Jesús?,
le dice la Niña bella; 10
¿tan presto sentís, mis ojos,
el dolor de mi pobreza?

Yo no tengo otros palacios
en que recibiros pueda,
sino mis brazos y pechos 15
que os regalan y sustentan.

No puedo más, amor mío,
porque si yo más pudiera,
vos sabéis que vuestros cielos
envidiaran mi riqueza.» 20

El niño recién nacido
no mueve la pura lengua,
aunque es la sabiduría
de su eterno Padre inmensa.

Mas revelándole al alma 25
de la Virgen la respuesta,
cubrió de sueño en sus brazos
blandamente sus estrellas.

Ella entonces desatando
la voz regalada y tierna, 30
así tuvo a su armonía
la de los cielos suspensa:

Pues andáis en las palmas,
ángeles santos,
que se duerme mi niño, 35
tened los ramos.
Palmas de Belén
que mueven airados
los furiosos vientos
que suenan tanto: 40
no le hagáis ruido,
corred más paso,
que se duerme mi niño,
tened los ramos.

El niño divino 45
que está cansado
de llorar en la tierra
por su descanso,
sosegar quiere un poco
del tierno llanto. 50
Que se duerme mi niño,
tened los ramos.
Rigurosos hielos
le están cercando;
ya veis que no tengo 55
con qué guardarlo.

Ángeles divinos
que vais volando,
que se duerme mi niño,
tened los ramos. 60

Quizá este sea uno de los más famosos villancico de Lope de Vega, puesto en labios de la Virgen, mientras que la «voz del narrador» se va intercalando en el soliloquio (versos 1-4, 5-8, 21-24, 25-28, 29-32).
Estamos ante un romance algo atípico, en el que pueden diferenciarse dos partes. La primera comprende los versos 1 al 32, todos ellos octosílabos, con rima asonante /é-a/ en los versos pares, y en la que se recogen las palabras de la «Niña bella» al «dulce Jesús»: llora «lágrimas tiernas», porque dada su pobreza, solo puede alojarlo en un pesebre; sin embargo, como madre que es, le ofrece a su hijo todo su amor: «mis brazos y pechos / que os regalan y sustentan» (versos 15-16, en los que la bimembración de nombres y verbos hace más expresiva, desde una perspectiva semántica, la construcción sintáctica: «brazos que os regalan y pechos que os sustentan»).
Esta primera locución de la Niña bella se extiende del verso 9 al 20, en estilo directo, excluido el verso 10, que es el inciso explicativo para determinar quién está hablando. Previamente, Lope de Vega ha empleado los cuatro versos iniciales para resumir la Anunciación del Ángel a María, indicándole que está llamada ser la Madre de Dios; y, con posterioridad, presenta al niño recién nacido como hijo del Padre eterno (versos 21-24). Estos 32 versos se han distribuido en ocho cuartetas asonantadas, lo que da al texto un marcado ritmo cuaternario.
La segunda parte se extiende desde el verso 33 al 60, y toda ella es una nueva locución de la Virgen con su «voz regalada y tierna» (verso 30); pero el poeta introduce muchas diferencias con respecto a la primera parte, tanto respecto al agrupamiento de los versos, como a su número de sílabas y tipo de asonancia en las rimas, aun cuando el ritmo cuaternario persista; además, ahora figura un estribillo que se repite cuatro veces: «que se duerme mi niño, / tened los ramos» (versos 35-36, 43-44, 51-52 y 59-60; es decir: «sujetad los ramos»; estribillo conformado por un heptasílabo seguido de un pentasílabo. Y, en efecto, la distribución tipográfica de los versos es distinta, porque ahora se agrupan en dos conjuntos de 12 (versos 33-44 y 45-56), seguidos de una cuarteta que se cierra con la repetición del estribillo (versos 57-60); se rompe el isosilabismo, ya que se combinan versos heptasílabos, hexasílabos y pensasílabos, y desaparece el octosílabo; y además cambia la rima: ahora los versos pares riman en asonante /á-o/. Y en ambos agrupamientos de 12 versos se emplean tres heptasílabos, tres hexasílabos y seis pentasílabos, pero distribuidos de diferente manera, todo lo cual

Las pajas del pesebre…

Las pajas del pesebre…
Las pajas del pesebre,
Niño de Belén,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.

Lloráis entre las pajas 5
de frío que tenéis,
hermoso Niño mío,
y de calor también.

Dormid, Cordero santo;
mi vida, no lloréis; 10
que si os escucha el lobo,
vendrá por Vos, mi bien.

Dormid entre las pajas,
que aunque frías las veis,
hoy son flores y rosas, 15
mañana serán hiel.

Las que para abrigaros
tan blandas hoy se ven,
serán mañana espinas
en corona cruel. 20
Mas no quiero deciros,
aunque vos lo sabéis,
palabras de pesar
en días de placer;

que aunque tan grandes deudas 25
en pajas las cobréis,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel.

Dejad el tierno llanto,
divino Enmanuel, 30
que perlas entre pajas,
se pierden sin por qué.

No piense vuestra Madre
que ya Jerusalén
previene sus dolores 35
y llore con José;

que aunque pajas no sean
corona para rey,
hoy son flores y rosas,
mañana serán hiel. 40

Componen este romancillo 40 versos heptasílabos, distribuidos en cuartas asonantadas con rima aguda /é/ en los pares, obtenidas a veces mediante formas verbales en las que se emplea la segunda persona del plural con cierto tono arcaizante, en lugar de la del singular, ya que el «yo poético» entabla un soliloquio con el «divino Enmanuel» (verso 6: «tenéis»; verso 10: «lloréis»; verso 14: «veis»; verso 22: «sabéis»; verso 26: «cobréis»). Hay, sin embargo, tres versos hexasílabos en el conjunto: el 2 («Niño de Belén», el 20 («en corona cruel»; verso que se convertiría en heptasílabo si mediante diéresis se deshace el diptongo), y el 30 («divino Enmauel», verso que también se trocaría en heptasílabo si se prescindiera de la sinalefa).
El arranque del poema podría haberse inspirado en un poema de Góngora, compuesto en 1608, y titulado Las flores del romero; aunque de asunto bien distinto, se compone de 32 versos heptasílabos, y este es su inicio: «Las flores del romero, Niña Isabel, / hoy son flores azules, / mañana serán miel». Precisamente los versos «hoy son flores azules, / mañana serán miel», tres veces repetidos, hacen las veces de estribillo. En el caso del poema de Lope de Vega, el estribillo lo componen estos otros versos: «hoy son flores y rosas, mañana serán hiel», que se repiten cuatro veces (versos 3-4, 15-16, 27-28 y 39-40); un estribillo que soporta el eje temático del poema: la felicidad del actual nacimiento, frente a un mañana trágico: el de la amargura de la Crucifixión (y de ahí el apropiado empleo de la palabra «hiel»).

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