
San Felipe de Jesús, crucificado y con su oreja ensangrentada
San Felipe de Jesús, el primer mártir mexicano que fue crucificado en Japón
Tal vez poco conocido en España, el fraile que entró dos veces en la orden franciscana es el patrón de Ciudad de México, cuya fiesta se celebra hoy
Hoy es un día grande en México, porque se conmemora la festividad de San Felipe de Jesús, el primer mártir mexicano que alcanzó la santidad. También es festivo por ser el aniversario de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, promulgada el 5 de febrero de 1917 quizás –en la opinión de muchos– en un intento de la activa masonería mexicana por opacar la fiesta de uno de los santos más queridos en el país. Pero el intento es en vano, porque el primer mártir mexicano sigue gozando de una inmensa popularidad.
Felipe de las Casas Ruiz nació el 1 de mayo de 1572 en Ciudad de México. Sus padres eran Alonso de las Casas, natural de Illescas (Toledo), y doña Antonia Ruiz Martínez, originaria de Sevilla. Ambos habían emigrado un año antes al virreinato de la Nueva España, poco después de contraer matrimonio. Era, por tanto, español, un español que nació en lo que hoy es México. Fue el mayor de once hermanos, de los que tres siguieron la vida religiosa, y su padre estaba emparentado con fray Bartolomé de las Casas.
Se cuenta una curiosa anécdota sobre el futuro santo. De niño no parece que fuera encaminado, precisamente, hacia la santidad; más bien, lo contrario. No porque fuera malo, sino por inquieto, hasta tal punto que una cuidadora suya, harta de sus travesuras, le dijo un día que él sería santo... cuando la hoguera marchita del jardín de su casa reverdeciera. No muchos años después, cuando Felipe fue crucificado en Japón, muchos testimonios refieren que la higuera reverdeció. Pero no adelantemos acontecimientos.

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Felipe registra otro dato singular en su biografía: entró dos veces en los franciscanos. En la primera ocasión, era un adolescente y pidió ser admitido en el noviciado, tal vez atraído por el espíritu aventurero de los frailes misioneros. Duró poco: la austeridad y las penitencias hicieron mella en él, así que se escapó del convento y regresó a casa de sus padres. Se empleó como platero, pero ganaba muy poco dinero, así que su padre decidió mandarle a probar fortuna a Filipinas.
Rumbo a Filipinas
Tras unos años allí, Felipe tocaría de nuevo la puerta de los franciscanos, esta vez en Manila, donde fue recibido y donde empezó realmente su proceso de conversión. La capital filipina le había seducido por su ambiente saturado de arte, riquezas y placeres, pero la angustia, el vacío y el sinsentido se habían adueñado de él. El joven constató que lo que solía parecer placentero o divertido se tornaba doloroso y vergonzante.

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Vistiendo ya el pardo hábito franciscano, adoptó el nombre de Felipe de Jesús y se entregó a la oración, a los estudios y al ejercicio de la caridad, algo completamente nuevo para él. «Era un mundo que sí llenaba su corazón de alegría», refieren sus biógrafos.
Tiempo después, recibió la autorización de sus superiores para ser ordenado sacerdote. Además, le permitían regresar a México para ser ordenado en su ciudad natal. Junto a fray Juan Pobre y otros franciscanos se embarcó rumbo a Nueva España, pero una gran tempestad desvió la embarcación hacia las costas de Japón, donde fray Pedro Bautista y algunos otros hermanos franciscanos ya realizaban un arduo trabajo evangelizador.
«Fray Felipe no se sintió descorazonado por el imprevisto, y pensó que podía ser una oportunidad poderosa para fortalecer su 'sí' al Señor, ese que implica estar donde Él ordenaba y comunicar la Buena Noticia del Evangelio a los que no lo conocen», prosiguen sus biógrafos. Felipe se lanzó, por tanto, a evangelizar. Los esfuerzos pronto darían fruto, y eso lo llenaba de ánimo.
No quiso escapar
Pero las autoridades y la nobleza locales empezaron a ver con malos ojos el creciente número de conversiones entre los naturales de la isla. Pronto estallaría una persecución ordenada por el daimio Toyotomi Hideyoshi, Taikōsama, contra los franciscanos, los jesuitas y los cristianos en general. Taikōsama temía que la presencia extranjera pusiera en riesgo sus intereses políticos y comerciales. «Muchos laicos y religiosos fueron apresados y condenados a muerte. Fray Felipe, quien no era aún sacerdote y gozaba de la condición de náufrago, hubiera podido evitar la prisión y los tormentos. Sin embargo, rechazó la posibilidad de irse y eligió quedarse a morir junto a los demás misioneros franciscanos que residían en el lugar», señalan las biografías del santo.
El 5 de febrero de 1597, el fraile fue forzado, con otros 25 franciscanos, jesuitas y algunos laicos, a realizar una caminata a través de pueblos y villas a manera de escarnio público. A él, como al resto de futuros mártires, le cortaron una de las orejas.
Murió con 25 años
Finalmente, llegaron a Nagasaki y fueron conducidos al monte Nishizaka, donde serían crucificados. A fray Felipe de Jesús lo colgaron a la cruz sujetándolo de las muñecas y del cuello, para lo que se valieron de unas argollas. La que le pusieron en el cuello ejercía tal presión que Felipe empezó a asfixiarse. Mientras se quedaba sin aire y las fuerzas se le iban, repetía «Jesús, Jesús, Jesús». Al rato, dos verdugos se acercaron y le hundieron sus lanzas en el cuerpo. Felipe fue el primero del grupo en morir. En ese momento tenía 25 años. Fue beatificado, junto con sus compañeros, el 14 de septiembre de 1627 y canonizado el 8 de julio de 1862.

Un bajorrelieve representa a los 26 mártires del Japón en el parque Nishizaka, en Nagasaki
Entre 1958 y 1962 se construyó en Japón el conjunto arquitectónico del parque Nishizaka, en Nagasaki, en el lugar donde los veintiséis mártires perecieron. El complejo lo preside la iglesia San Felipe de Jesús y hay un museo al lado en el que se honra la vida y muerte del grupo de mártires.