La Iglesia católica, en su 'prime'
Cuando la Iglesia abandonó la penitencia corporal, el ayuno, la abstinencia y el silencio, el mundo inventó el gimnasio, el ayuno intermitente, el veganismo y el 'mindfulness'. Llámalo «oportunidades perdidas»
Si la Iglesia católica está ahora en su prime es por todo aquello en lo que se mantiene fiel a sí misma. En todo lo que adaptó a los tiempos se ha vuelto completamente irrelevante.
El cónclave más seguido de la historia se despliega en un contexto sociocultural digital, efervescente, estimulante, tecnocrático. El mundo, instalado en la inmediatez, mira sin pestañear una chimenea. En este mundo donde todo se sabe y donde los whatsapps se filtran, contuvimos el aliento ante el misterioso secretismo de un colegio cardenalicio que, tras el extra omnes, se sumerge en el silencio mediático. Prevost no estaba entre los veinte papables.
Sale al balcón. Un conocido comunicador dice que la plaza de san Pedro parece diseñada para la televisión. Sin el latín, sin la ceremoniosidad, sin las rúbricas (Habemus Papam!), sin las campanas, sin el pueblo que se congrega y sin los balcones que se llenan de cardenales sonrientes, el cónclave, reducido a mero trámite interno, no llamaría la atención espiritual de nadie.
Pero hay algo vivo en la tradición apostólica, cuando es fiel a sí misma, cuando da testimonio desacomplejado y desideologizado de sí misma, algo que la hace culturalmente relevante. Los ateos, los wokes, los millennials han seguido el cónclave con más entusiasmo que yo. Los memes, que siempre hablan de las verdades antropológicas del presente, dan cuenta de ello.
Siempre lo digo. Cuando la Iglesia abandonó la penitencia corporal, el ayuno, la abstinencia y el silencio, el mundo inventó el gimnasio, el ayuno intermitente, el veganismo y el mindfulness. Llámalo «oportunidades perdidas».
A los que nos hemos formado con los hijos del Concilio -o, por mejor decir, con los hijos de la reforma postconciliar- nos han educado en la conciencia de que los capisayos, las rúbricas, la ceremoniosidad y la seriedad alejan a la gente. «No voy con sotana porque la gente se asusta». Por aquel entonces, la pastoral, muy especialmente la liturgia y la catequética, se convirtió en algo lúdico, participativo, entretenido. Cambiamos el culto a las imágenes, en algunas iglesias, por la veneración al PowerPoint.
Hoy, el seguimiento mediático del cónclave viene a demostrar, precisamente, lo que muchos llevamos años defendiendo: que, si la Iglesia en Occidente pierde su identidad cultural, cae en la irrelevancia.