Josemaría Escrivá, cincuenta años después
El impacto de Escrivá trasciende el ámbito religioso; su visión sobre la importancia de la vida cotidiana, el cuidado de los detalles, el papel de la universidad y la integración armoniosa del trabajo y la vida familiar han resonado en millones de personas alrededor del mundo
En un mundo dividido y caótico, el mensaje contemplativo de Escrivá, ahora que se cumplen cincuenta años de su fallecimiento, cobra una relevancia sin precedentes. Su legado trasciende la historia, y permanece vivo en la práctica diaria de tantas personas que desean integrar su fe en todos los aspectos de su existencia y, en última instancia, dar un sentido pleno a su vida ordinaria.
Gran admirador de san Pablo y santa Teresa de Jesús, de carácter aragonés y corazón universal, Josemaría Escrivá amaba apasionadamente la calle por considerarla su verdadera celda. Emprendedor e inconformista, Escrivá siempre soñó en grande —«soñad y os quedaréis cortos», decía— e instó a los cristianos a colocar a Cristo en la cumbre de todas las actividades humanas. Concebía a la humanidad como una sola familia, una sola raza: la de los hijos de Dios, viviendo con la dignidad y libertad propias de quienes han sido creados conforme a la imagen divina.
Su vida no fue nada fácil. Las numerosas adversidades que padeció sirvieron para forjar su alma. Pronto, Escrivá se enfrentó a pérdidas de seres queridos, ruina familiar, enfermedades y persecuciones, tanto dentro como fuera de la Iglesia. Sufrió calumnias y difamaciones y fue acusado ante el Tribunal de la Masonería y el Santo Oficio. A pesar de las dificultades, siempre siguió lo que creía que era la voluntad de Dios, priorizando su fe, —¡tan gorda que se podía cortar!, en famosa expresión suya—, sobre sus deseos personales.
El tiempo favorece y pone en su sitio a los grandes emprendedores y revolucionarios, otorgándoles el reconocimiento que merecen. Así, estos diez lustros han ensalzado la figura de Escrivá, al igual que ha ocurrido con otros destacados españoles del siglo XX que fueron sus contemporáneos: Pablo Picasso, Salvador Dalí, Federico García Lorca o Miguel de Unamuno, entre otros muchos. Junto a la del Padre Pío, la de Escrivá fue una de las canonizaciones más populares de la historia de la Iglesia.
En el ámbito de la espiritualidad, fue pionero en la búsqueda de la santidad en medio del mundo, en la importancia del diálogo ecuménico e interreligioso, en la centralidad de la Eucaristía, en la coherencia de vida o en la relevancia de la secularidad. Le atraía la iglesia de los primeros cristianos, trabajadora, vibrante y alegre, profundamente inspirada en la familia de Nazaret: Jesús, María y José desempeñando sus respectivas ocupaciones dentro y fuera del hogar. Ferviente defensor del papel de los laicos en la iglesia y en el mundo, llamó a más de mil personas al sacerdocio. Tanto monta, monta tanto.
Su mensaje se centra en la búsqueda de la contemplación en medio de las actividades humanas lo que permite al ser humano volar alto, dar a la caza alcance. Enseña a vivir, como María de Betania haciendo el trabajo de su hermana Marta y conduce irremisiblemente a la sencillez y humildad. Mediante la contemplación, el ser humano conoce que es un ser para el amor, y que el Amor es un Dios eterno, bello, bueno, misericordioso y verdadero.
Para Escrivá, el ruido de la calle, el alboroto de las plazas, el estrépito de los aeropuertos, la algarabía de las redes sociales, no son capaces de romper ese silencio que se respira en el centro del alma al coronar la cima de unión con Dios. Tampoco el lugar de trabajo: un laboratorio, un centro comercial o una gasolinera son lugar de encuentro con Dios. Al contemplar abrazamos eternamente los mundos material y espiritual, y experimentamos cómo ambos se entrelazan en la búsqueda de la unidad de la belleza y la belleza de la unidad.
Un alma contemplativa, totalmente libre de ataduras mundanas, es capaz de ver a Dios en lo más ordinario de cualquier circunstancia. No es casualidad que una de las experiencias más unitivas de san Josemaría se produjera en un tranvía madrileño. Dios se presenta como trascendente e inmanente al mismo tiempo y poco importa entonces lo que hagamos materialmente pues nada ni nadie puede separarnos de Él. Viviendo así, el mundo entero es Emaús.
El impacto de Escrivá trasciende el ámbito religioso; su visión sobre la importancia de la vida cotidiana, el cuidado de los pequeños detalles, el papel fundamental de la universidad en la sociedad, su firme defensa de la libertad personal y la integración armoniosa del trabajo y la vida familiar han resonado en millones de personas alrededor del mundo. Además, sus iniciativas han dejado una huella imborrable en sectores como la educación y la salud. Basta pensar en la Universidad de Navarra, que alberga la prestigiosa Clínica Universitaria y la reconocida IESE Business School.
Cincuenta años después de su muerte, el mensaje de Escrivá perdura. Nos recuerda que cada acción, por pequeña que sea, es transformadora y puede contribuir a la construcción de un mundo global más solidario. Y que la contemplación, indisolublemente unida a la acción, es imprescindible para el correcto desarrollo de la humanidad.
Rafael Domingo Oslé es catedrático de la Universidad de Navarra