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Poesía de Navidad 2025

Fernando Carratalá

Gabriela Mistral y su emoción religiosa en la celebración de la Navidad cristiana

La fe se hace presente en sus poemas, centrada fundamentalmente en la figura de Cristo, como expectativa de trascendencia tras la muerte

Adoración de los pastores, de Tintoretto

Adoración de los pastores, de Tintoretto

Gabriela Mistral (1889-1957) es el pseudónimo de la chilena Lucila Godoy Alcayaga, Premio Nobel de Literatura en 1945, llevó a cabo una intensa labor poética, diplomática y docente. Los cuatro libros de poesía que Mistral publicó en vida llevan por título Desolación (Nueva York, 1922, un libro que incluye poemas en prosa, muy elogiado por la crítica), Ternura (Madrid, 1924; la sección «Canciones de niños» terminó difundiéndose en los ámbitos escolares), Tala (Buenos Aires, 1938, una de las obras más relevantes no solo de la poesía chilena, sino hispanoamericana) y Lagar (Santiago, 1954, una obra que marca el momento de mayor madurez poética de Mistral). Poema de Chile (Barcelona, 1967) se publicó a título póstumo.

La ausencia de retórica y el gusto por la expresión popular son las características más relevantes de su estilo. En el ámbito personal destaca el afán por promover la justicia social para los más humildes, sus esfuerzos por construir una sociedad más justa, y en la que las mujeres no fueran objeto de desigualdades jurídicas o sociales; y, asimismo, sus inquietudes pedagógicas. El célebre poema «La oración de la maestra» sigue hoy plenamente vigente.

La fe cristiana se hace presente en sus poemas, centrada fundamentalmente en la figura de Cristo, como expectativa de trascendencia tras la muerte. Y dentro de su producción lírica, hallamos varias composiciones sobre temas navideños. De entre ellas, elegimos: «El establo», poema que goza de gran difusión, incluido en su libro Ternura (en la sección 'Canciones de cuna').

El establo

Al llegar la medianoche
y al romper en llanto el Niño,
las cien bestias despertaron
y el establo se hizo vivo.

Y se fueron acercando, 5
y alargaron hasta el Niño
los cien cuellos anhelantes
como un bosque sacudido.

Bajó un buey su aliento al rostro
y se lo exhaló sin ruido, 10
y sus ojos fueron tiernos
como llenos de rocío.

Una oveja lo frotaba,
contra su vellón suavísimo,
y las manos le lamían, 15
en cuclillas, dos cabritos...

Las paredes del establo
se cubrieron sin sentirlo
de faisanes, y de ocas,
y de gallos, y de mirlos. 20

Los faisanes descendieron
y pasaban sobre el Niño
la gran cola de colores;
y las ocas de anchos picos,

arreglábanle las pajas; 25
y el enjambre de los mirlos
era un velo palpitante
sobre del recién nacido...

Y la Virgen, entre cuernos
y resuellos blanquecinos, 30
trastocada iba y venía
sin poder coger al Niño.

Y José llegaba riendo
a acudir a la sin tino.
Y era como bosque al viento 35
el establo conmovido…

Versos octosílabos en nueve cuartetas

Recurre Gabriela Mistral al romance con versos octosílabos, distribuidos en 9 cuartetas asonantadas en los pares, con rima /í-o/. Y precisamente la palabra «Niño» centro de atención de los animales, que lo acarician a su manera– se repite hasta cuatro veces a final de verso (2, 4, 22, y 32), y también la palabra «mirlos» (versos 20 y 26), que es un pájaro que destaca por su gran capacidad para imitar sonidos.

Del resto de las rimas, puede tener especial interés la palabra final del verso 14, con la que se califica el vellón de la oveja: «suavísimo» –un esdrújulo que implica una sílaba métrica menos en el cómputo silábico–; además, la combinación sintagmática «vellón suavísimo» dota la verso de una fuerte sonoridad.

Y en cuanto a la palabra elegida para la rima del verso 34 («tino»), el referirse a la Virgen como «a la sin tino» –es decir, desconcertada–, está en perfecta relación con lo que se afirma en el verso 31: que «trastocada iba y venía» –o sea, alterada en sus idas y venidas, moviéndose incesantemente y en varias direcciones–.

Finalmente, el verso 8 («como un bosque sacudido», que termina en el participio con valor adjetival «sacudido», prepara admirablemente los versos 35-36: «Y era como bosque al viento / el establo conmovido…». Y es ahora el participio con valor adjetival «conmovido» el que mantiene la rima en /í-o/ para calificar el «establo». Y de esta manera, en el verso final se alcanza el clímax poético del texto que se prolonga más allá del mismo, gracias a los puntos suspensivos: «el establo conmovido», una forma de resumir la conmoción tumultuosa que se desata en el establo -y no solo en su interior, ya que sobrevuelan aves-, originado por los animales que, con su tierna algarabía, pretenden arropar al Niño recién nacido. «al romper en llanto» (verso 2).

El «establo» se ha convertido así en el elemento básico de un poema –lo cual es poco frecuente en la literatura navideña– en el que la Sagrada Familia –están presentes el Niño, la Virgen y José– tiene un papel más pasivo, cediendo el protagonismo a animales de muy distinta especie, nominadas, inicialmente, como «las cien bestias» (verso 3). Y entre ellas encontramos un buey (verso 9), una oveja (verso 13), dos cabritos (verso 15), faisanes y ocas (verso 19), gallos y mirlos (verso 20).

Y todos los animales están revestidos con ese sencillo candor infantil que caracteriza a la poetisa: el aliento del buey, apenas perceptible, es capaz de trasladar a los ojos del Niño la belleza del rocío de la noche, del que elimina, por tanto, su frialdad, reemplazada por la ternura (cuarteta 3); mientras una oveja restregaba su lana mullida en el rostro de Niño, un par de cabritos acariciaban con la lengua sus manos (cuarteta 4); faisanes, ocas, gallos y mirlos ocuparon el establo (cuarteta 5): los faisanes, volando sobre el Niño, lucían los vivos colores del plumaje de sus largas colas (cuarteta 6); las ocas picoteaban las pajas para que el colchón que formaban resultara más confortable, en tanto que un sinnúmero de mirlos revoloteaban sobre el Niño (cuarteta 7).

Ante tal alboroto, la Virgen no lograba tomar a su hijo en brazos. En esta cuarteta 8 hay dos recursos estilísticos dignos de mencionar: en primer lugar, el desplazamiento calificativo producido al atribuir a «resuellos» la cualidad de «blanquecinos», lo que sin duda viene exigido por la rima, aunque el resultado obtenido alcance sugestivas connotaciones estéticas, habida cuenta, además, que se produce la sinestesia derivada de la combinación de una imagen visual con otra auditiva: el color de los cuernos tira a blanco («blanquecinos»), y la respiración producida por los «resuellos» es violenta y, por tanto ruidosa (versos 29 y 30: («cuernos / y resuellos blanquecinos»); y, en segundo lugar, el calificativo «trastornada» se aplica tanto a la Virgen, como a la agitación de su continuo ir y venir, por lo que funciona como complemento predicativo: «Y la Virgen [...], trastocada, iba y venía»); si bien se ha antepuesto a las formas verbales «iba y venía», también por exigencias de la rima.

Con todo ello, se obtiene una cuarteta 8 fuertemente expresiva: «Y la Virgen, entre cuernos / y resuellos blanquecinos, / trastocada iba y venía / sin poder coger al Niño» (versos 29-32). Sin duda, otra ordenación de las palabras empleadas habría descompuesto el ritmo silábico y tímbrico; compruébese: «Y la Virgen, trastocada, iba y venía entre resuellos blanquecinos sin poder coger al Niño». Y no podía faltar san José, que llega riendo para atender («acudir») a Virgen y Niño, completándose, así «el establo conmovido» (cuarteta novena).

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