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20 de abril de 2024

efímera, pero no tantoMer Barona

María de Coppi, la misionera asesinada que ya nadie recuerda

María, pudiendo ser a estas alturas una jubilada en Italia, decidió un día hacerse misionera. La semana pasada la mataron de un disparo en la frente

Actualizada 09:40

María de Coppi tenía 84 años. Una mujer alegre, vital, entregada, pero sólo era una misionera en un remoto rincón de Mozambique, por lo que no abrirá ningún informativo, no será noticia aunque unos yihadistas la hayan asesinado de un disparo en la cabeza.
La diócesis de Nakala, al norte de Mozambique, a través de sus misiones y sus misioneros (poca ONG se asienta allí) intenta ayudar a paliar el paro, la pobreza y el futuro sin futuro de miles de mozambiqueños a los que la reciente aparición de bolsas de gas no va a sacar de la miseria, sino que seguramente hará aumentar los dos millones de desplazados que ya tiene el país. Porque las potencias occidentales ya han puesto sus ojos en esos yacimientos, y eso es augurio de más guerra y dolor. Porque África sigue siendo para el resto del mundo poco más que el sitio del que sacar, por las buenas, pero normalmente por las malas, todas las riquezas posibles sin implicarse en su desarrollo.
María llegó a Mozambique en 1963, con la ilusión de sus veintipocos años y la idea de integrar su misión evangelizadora en la comunidad macúa, ayudando a las mujeres de la región a crecer como personas dignas. Quienes la conocieron destacan su espontaneidad, su capacidad de escucha, y su alegría contagiosa en un país en guerra encubierta desde 2017 por más que los libros de Historia digan que acabó en 1992. En un país donde imperan el miedo y la ley de los fuertes, que se sienten impunes para quemar la escuela, la misión y el centro de salud de Chipene y acabar con un proyecto de más de 50 años sin temer las consecuencias. Porque una población empobrecida, asustada, inculta y dependiente, que no aspire a un futuro mejor, es manejable.
María de Coppi, una italiana que hablaba portugués con un acento cantarín, decidió ir a ese rincón del mundo a ayudar, y a hablar de Dios y de vida precisamente en un lugar en el que la vida no vale nada y el miedo se respira como el aire. Decidió entregarse hasta el punto de no abandonar la misión, sabiendo que sus asesinos no se conformarían sin derramar sangre y que, si no, perseguirían a las demás mujeres que habían huido a los bosques. Decapitaciones, mutilaciones y asesinatos, así es la vida, o como queráis llamar a eso, en la región; algo que nos parece tan lejano y terrible que nos negamos a creer que sea cierto. Y en medio de ese horror se encuentran voluntariamente hombres y mujeres que creen que Dios tiene un plan para cada persona, que los mozambiqueños merecen un futuro mejor.
Como María que, pudiendo ser a estas alturas una jubilada en Italia, decidió un día hacerse misionera, y a la que la semana pasada mataron de un disparo en la frente; un disparo, una frente y una vida –plena y auténtica– que no han abierto ningún informativo.
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