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19 de abril de 2024

Mañana es domingoJesús Higueras

«No es Dios de muertos sino de vivos»

No basta con los éxitos alcanzados o llegar a unas metas para poder decir que tu vida está llena de valor, pues si todo termina al destruirse el cuerpo, nuestros esfuerzos corren el peligro de convertirse en un soplo que desaparece sin dejar rastro

Actualizada 17:09

¿Tiene sentido la vida sin la eternidad? Esta es la pregunta que desde que existe la humanidad se hacen todas las generaciones, pues comprendemos que no basta con los éxitos alcanzados o llegar a unas metas para poder decir que tu vida está llena de valor, pues si todo termina al destruirse el cuerpo, nuestros esfuerzos corren el peligro de convertirse en un soplo que desaparece sin dejar rastro.
Todos nos preguntamos muchas veces qué es lo que da valor a la vida del ser humano, porque parece que algunos tienen la fortuna de una vida regalada y fácil y otros una vida atormentada y tensa. ¿Es que Dios reparte los boletos de la lotería de la historia dándoles deliberadamente a algunos el premio y a otros el número inútil? Ante esto, nuestro Señor Jesucristo explica con toda claridad a los saduceos –que hacían bromas respecto a la vida de los resucitados–, que para Dios la muerte no es más que un umbral que hemos de atravesar para entrar en la vida definitiva, que es aquella en la que gozaremos en su presencia de un amor tan profundo que será muy superior a cualquier amor que hayamos experimentado en la tierra, incluso al amor esponsalicio.
Para Dios no existe la muerte, sino la única vida que se desarrolla en diferentes fases: primero en la dimensión corporal, segundo en la espiritual y al final, con la resurrección de la carne, cuerpo y espíritu tendrán tal armonía entre ellos que gozaremos plenamente de la vida con estas dos realidades que nos definen. Solo será en la eternidad cuando Dios pueda hacer justicia a todos sus hijos, dándole a cada uno aquello de lo que careció en la vida temporal y purificando los corazones para que nuestra vida definitiva esté libre de pecados y debilidades que tantas veces nos atormentan y destruyen.
Nuestro Dios es el Dios de la vida y de los vivos. Nos llamó a la existencia no para burlarse de nosotros repartiendo injustamente sus dones o invitándonos a dejar de existir con la muerte; pensar así sería un insulto para Aquel que envió a su hijo al mundo para rescatarnos del pecado y darnos la vida eterna con su muerte y resurrección, pues todas nuestras desconfianzas brotan sin duda de un concepto equivocado de Dios por el cual para él no soy más que un juguete sin importancia. Pero Jesús nos aclara y nos enseña que esto no es así. Es Dios de vivos.
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