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20 de abril de 2024

Higinio marin

Higinio Marín en el Congreso católicos y Vida PúblicaCEU

Congreso Católicos y Vida Pública

Higinio Marín: «Enseñar a un niño a dar gracias es la más inteligente de las estrategias culturales»

El profesor Higinio Marín explica las claves de la confrontación entre Modernidad y tradición, e invita a vivir las virtudes del agradecimiento y del perdón.

Higinio Marín es profesor de Antropología Filosófica de la Universidad CEU Cardenal Herrera. Y, aunque los filósofos puedan parecer tipos aburridos, él suele expresarse con mucho humor y despierta una simpatía sin condescendencia. Analiza con precisión, e, incluso en medio de descripciones incómodas, logra hallar alguna brizna de esperanza para no paralizarse en las denuncias sobre «lo mal que va el mundo». Este sábado ha compartido su talante jovial y pulcro durante la segunda jornada del 24º Congreso Católicos y Vida Pública (CCVP) —que organiza la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP) y la Fundación Universitaria San Pablo CEU—; su conferencia se ha titulado «Tradición e invención de lo humano: los hábitos del corazón».
Domingo González Hernández, profesor de la Universidad de Murcia, ha acompañado a su colega Marín a lo largo de esta conferencia, elogiando algunos de sus títulos, como La invención de lo humano (Encuentro, 2007) o Teoría de la cordura y de los hábitos del corazón (Editorial Pre–Textos, 2010). González define a Marín como «uno de los filósofos más brillantes hoy en España», «fundamental en la historia reciente», y que ha logrado «una hazaña imposible» en nuestra época. Ha citado a Rémi Brague para señalar que el «rechazo al marcionismo» —Marción negaba el valor del Antiguo Testamento— ha permitido la construcción de la civilización occidental. En cierto modo, Marción supone la «primera rebelión antigenealógica», es decir, la tabula rasa con respecto a lo recibido de los padres. Brague, en este sentido, ensalza la «secundariedad» de la civilización occidental: «lo romano con respecto a lo griego, lo cristiano con respecto a lo judío, lo nuevo sólo puede crecer con lo viejo y no contra lo viejo».

La Modernidad

Tras estas palabras, el profesor Marín ha comenzado diciendo que la «crisis de la tradición occidental en la Modernidad» se halla hoy en «un momento culminante». Según Marín, «la Modernidad es una revuelta contra el pasado, una revuelta pertinaz, persistente». Asegura que la «Revolución francesa es una revuelta contra las dimensiones genealógicas de la realidad social y política de su época», pues la estructura de aquel entonces se basaba en los linajes. El linaje determinaba la posición. En este sentido, Marín reconoce que la concepción que entonces había del pasado y de la tradición limitaba la libertad.

«Toda la modernidad pretende convertir al sujeto en su propio autorHiginio Marín

Sin embargo, «el pasado adquiere ecos propios; el pasado empieza a comprenderse como lo necesario, prefigura el futuro y explica el presente». En este punto, Marín postula que en la propia Edad Media hubo corrientes que permitieron eludir esa limitación de la libertad que implicaba el excesivo peso de los linajes. «La universidad es la institución que nace del corazón de la Iglesia y que permite, al contrario que la Antigüedad, la enseñanza de destrezas y capacidades a aquellos que no son los propios hijos», explica Marín. Esa institución se convierte en la generadora de las libertades, al insertarse en el mundo profesional. Por eso, «la universidad la cristiandad medieval prefigura lo más salvable de la modernidad».
En todo caso, el problema que instaura la Modernidad, con su rechazo al linaje y al pasado, es el rechazo a todo lo que nos viene dado. «Inventarse géneros y decir ‘todos, todas, todes’ es oponerse al pasado, es un acto libertario; se asume que lo genealógico es coercitivo, y suspenderlo es emanciparse», apunta Marín. Pero, para la actual Modernidad, «la realidad misma es un antecedente» y todo lo antecedente se entiende como una coacción. La respuesta moderna a la realidad misma consiste en negarla, en proponer el nihilismo, según Marín. El resultado es un «remedio paródico de una creación ab nihilo», pues «la modernidad es la invención de lo humano contra la tradición».

Descartes degrada el misterio a secreto; el secreto es algo que el conocimiento mataHiginio Marín

«Toda la modernidad pretende convertir al sujeto en su propio autor», de manera que «ningún aspecto de su existencia debe ser ajeno a su autoría; lenguaje, sexualidad, el hecho mismo de estar vivo». Así se llega a la situación hodierna: el estado garantiza acabar con la propia vida. Porque el sujeto se declara «propietario estricto de su existencia». Lo cual, en palabras de Marín, «requiere la muerte de Dios», que es el verdadero Autor, el Creador.
Otro de los aspectos que critica Marín de la Modernidad es haber acabado con el modelo sintético propio del mundo clásico. Antes existía una profundidad en el acceso a la realidad, lo que implicaba abrirse al misterio mediante formulaciones paradójicas que integraban lo que parecía opuesto: «Dios hombre», «sólo sé que no sé nada», «animal racional». La cultura occidental era síntesis. «Pero Descartes degrada el misterio a secreto; el secreto es algo que el conocimiento mata», comenta. Y prosigue: Descartes pretende «conocer como Dios conoce». De esta forma, la Modernidad, al acabar con el misterio y la síntesis, impone una dialéctica de antítesis; en consecuencia «el pecado no es hoy conciliable con la libertad, ni el futuro con el pasado; hay una negación pendenciera del otro, una negación llevada al extremo». Ya no hay integración, sino derrota y aniquilación. Lo cual conduce a la «ruptura del vínculo filial».

El tradicionalista y moderno, creen que el pasado es inamovible

Pero advierte Marín a la audiencia: «ustedes han caído en la trampa, son ustedes modernos de manera paradójica; poque ustedes se suman a la tradición al modo moderno; eso es tradicionalismo». Marín insiste en que la Modernidad, con su rechazo a la tradición, la cristaliza, la convierte en un fósil. De modo que el tradicionalista es el que acepta esa definición que establece la Modernidad, sólo que, en vez de rechazar ese contenido, lo abraza. Pero ambos, tradicionalista y moderno, creen que el pasado es inamovible. Por tanto, «el tradicionalismo es un producto genuinamente moderno». Porque, como dice Marín, «la tradición viva nunca está protagonizada por tradicionalistas». Y pone el ejemplo del Descubrimiento de América, fue una «invención», en el sentido de «encontrarse con algo e introducirse en ello». El resultado: América no fue un calco de la Castilla del siglo XV, sino «mestizaje, libre hibridación». Como sostiene Marín, «la tradición sin invención es un espantajo de la Modernidad».
Así que Marín previene: «no podemos escapar de la modernidad como condición histórica, es inesquivable». Incluso reconoce que, sin pretenderlo, la Modernidad ha acarreado consecuencias positivas, mediante el «expolio agresivo que ha llevado desnudez», lo cual ha permitido mostrar a las claras «la condición esencial de la paternidad y el sacerdocio». Dicho de otro modo, ese «expolio» ha servido para «purificar la tradición», desprenderle sus excesos, aquello que «era indiscutible, y admitía la disposición libre». «Ahora la tradición se pasa, se propone, supone adscripción voluntaria», asevera el profesor Marín.

Pedir perdón es declararse culpable sin atenuantes; no hay petición de perdón sin confesiónHiginio Marín

Agradecimiento

La propuesta de Marín para una religación sana con el pasado que se proyecte en libertad hacia el futuro tiene, entre sus pilares, el «hábito de la gratitud», porque «enseñar a un niño a dar gracias es la más inteligentes de las estrategias culturales». La gratitud supone una disposición de corazón ante la realidad, es un «hábito benigno». «La vida misma comparece como deuda impagable», sentencia. Se trata de un legado de la pietas romana, la virtud de la filiación. «Sólo se puede corresponder con la misma gratuidad del bien recibido»; la piedad filial como puente presente entre el pasado y el futuro. Marín apostilla que «Freud sabe que lo tiene que deconstruir», de ahí que el psiquiatra austrohúngaro insistiera tanto en su ataque contra la relación fluida entre el padre y el hijo. Por otro lado, la gratuidad lleva a otro nivel: «esa deuda implica deberes». Y continúa: «nuestra sociedad es estructuralmente impía porque no paga lo que debe».
Casi a modo de conclusión, Marín apunta a la pieza genuina de legado judeocristiano: el perdón. «Pedir perdón es declararse culpable sin atenuantes; no hay petición de perdón sin confesión», afirma. El que pide perdón «pide aquello a lo que no tiene derecho», de ahí que la tradición bíblica diga que el perdón es propio de Dios. Como dice Marín, «sin perdón no hay tradición, ni hay linaje, ni identidad comunitaria».
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