
El padre Giovanni Salerno con uno de los niños a los que atendían en las misiones del Perú
Lo que vislumbró un cura italiano en los Andes de Perú: «¿Acaso no te hice a ti para ayudar a estos niños?»
Tal día como hoy, hace dos años el padre Giovanni Salerno entregaba su vida a Dios a los 85 años de vida, después de servir 61 como sacerdote, 55 de entrega misionera y 40 como fundador de los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo
«¿Acaso no te hice a ti para ayudar a estos niños?» Con esta interpelante pregunta que el padre Giovanni Salerno (Sicilia, 1938) sintió que le hacía Dios, encontró la llamada que definiría su vida. Fue esta voz la que lo impulsó a dejar su Italia natal y adentrarse en los rincones más olvidados del mundo, donde la miseria y el hambre están a la orden del día: la cordillera de los Andes de Perú.
Conmovido por esta realidad, este sacerdote italiano no se quedó de brazos cruzados y fundó en 1986 los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo, una congregación dedicada no solo a «aumentar la santidad de la Iglesia sirviendo a los demás», sino también a procurar «la salvación eterna de los pobres».

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El padre Giovanni vivió su vocación con una pasión arrolladora, y esa entrega le valió no solo el título de «padre», sino sobre todo el de «siervo». Su ejemplo de fe y dedicación atrajo a 150 misioneros de quince nacionalidades, quienes, día tras día, e innumerables veces sin más recursos que la gracia de Dios, transforman la vida de un millar de niños y familias a través de escuelas gratuitas, comedores, dispensarios médicos y talleres profesionales.
Tal día como hoy, hace dos años, el padre Giovanni entregaba su vida a Dios a los 85 años de vida, después de servir 61 como sacerdote, 55 de entrega misionera y 40 como fundador de esta realidad eclesial que aseguró que se expandiría y echaría profundas raíces si sus miembros «permanecían en Dios» y buscaban la salvación de los pobres, a quienes definió como «los príncipes de Dios».

El Papa san Juan Pablo II con el padre Giovanni en una audiencia privada
Sacerdote, médico y misionero
Hizo su Primera Comunión a los 8 años. «Aquel día yo pedí tres cosas: ser sacerdote, ser médico y ser misionero. Y el Señor me escuchó», cuenta el portal oficial de esta congregación. Aquella petición infantil no fue un simple anhelo pasajero, sino el cimiento de una vocación que marcaría su vida y la de miles de personas.
A pesar de que en 1957 tres oftalmólogos le diagnosticaron una enfermedad que le llevaría a perder casi por completo la vista en pocos años, Salerno «creía firmemente» en su vocación, y así, cuatro años después, fue ordenado sacerdote.

El padre Giovanni sentía en su interior la pregunta, «¿Acaso no te hice a ti para ayudar a estos niños?»
El día de su ordenación, su madre, al besarle las manos, le dejó una sentencia que se volvería destino: «¡Que estas manos puedan salvar a muchos niños!». Y así fue. Esas manos no se quedaron en los altares; levantaron dispensarios, acogieron huérfanos, repartieron pan y palabra.
Medio siglo después, su obra sigue en pie, donde siempre quiso: en el corazón del combate. En Cuzco, donde estableció la Casa Hogar «Sagrada Familia», el padre Giovanni y sus misioneros comenzaron a acoger a niños huérfanos y abandonados, proporcionándoles educación, alimentación y, sobre todo, amor.
El impulso de don Marcelo
En 1986, el padre Giovanni Salerno dio un paso definitivo al fundar los Misioneros Siervos de los Pobres del Tercer Mundo, una congregación que pronto recibió la bendición papal de Juan Pablo II, quien confirmó la misión del padre Giovanni con estas palabras: «Este es de veras el Opus Christi Salvatoris Mundi (Obra de Cristo, Salvador del Mundo)». Desde entonces, los Misioneros Siervos de los Pobres adoptaron oficialmente ese nombre. Ese momento marcaría el inicio de una obra que crecería durante más de 50 años, tanto en Perú como en otros países.
En 1984, el Padre Giovanni Salerno vivió un hito clave en su misión cuando conoció al arzobispo de Toledo, el cardenal Marcelo González, quien no solo le abrió las puertas de la diócesis, sino que además lo alentó a formar futuros sacerdotes para su obra. Como resultado de este encuentro, se fundó la Casa de Formación «Santa María Madre de los Pobres» en Ajofrín, Toledo, un centro clave donde los jóvenes que desean dedicarse al servicio de los más pobres reciben una formación integral, tanto espiritual como académica.

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La legión de misioneros que siguió al padre Giovanni se traduce hoy en día en 15 sacerdotes, 2 diáconos, 11 seminaristas mayores y 17 seminaristas menores, además de una comunidad contemplativa formada por dos sacerdotes y dos hermanos, un centenar de hermanas y una comunidad de doce familias de matrimonios misioneros.
El 'Kempis' como guía
Salerno, cuyo corazón siempre estuvo con los más necesitados, construyó, entre otras obras, la Ciudad de los Muchachos, un refugio y escuela para huérfanos y niños en extrema pobreza, ofreciéndoles la oportunidad de formarse profesionalmente y, sobre todo, encontrar una familia. Su vocación fue guiada por principios inspirados en la Imitación de Cristo de Tomás de Kempis: la Cruz, el silencio, la humildad y, sobre todo, la obediencia.
El padre Giovanni Salerno pasó los últimos años de su vida en Perú, incluso cuando su salud comenzó a deteriorarse. Regresó a su tierra natal en Italia por un tiempo, donde recibió el título honorífico de Cavaliere (Caballero) en 2021 de manos del presidente de Italia, Sergio Mattarella, pero nunca dejó de ser un hombre comprometido con su misión. A sus 85 años, regresó a Perú, donde moriría junto a la obra que, con la ayuda de Dios, había fundado.

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El italiano cardenal Angelo Comastri compartió en una carta una conversación reveladora con el padre Giovanni Salerno, quien le confesó que se consideraba «un siervo de los pobres para llevar a Jesús en medio de ellos, porque solo Jesús sana la pobreza en todas sus expresiones y en toda su profundidad».
Cuando el purpurado le preguntó si debería unirse a él en la misión, el padre Giovanni le respondió: «Tú quédate donde estás. En los países ricos hay una pobreza peor que la de los pobres del Tercer Mundo. En los países desarrollados se difunde la pobreza espiritual, del vacío de los ideales, del egoísmo insaciable y siempre infeliz».
Quizás no todos estén destinados a servir en lugares remotos como lo hizo el padre Giovanni, pero su vida ejemplifica cómo vivir la vocación en las circunstancias que cada quien enfrenta. Con oración profunda, devoción a la Eucaristía y obediencia total a la Iglesia, sirvió a los pobres, viéndolos como reflejo de Cristo y como una llamada constante a la entrega total de su ser.