Fundado en 1910
Una de las monjas colocando los productos que elaboran en el laboratorio del monasterio

Una de las monjas organizando los productos que elaboran en el laboratorio del monasterio

Champú, gel, cremas faciales o aceites: los sorprendentes cosméticos que elaboran las monjas de Chantelle

Bajo la dirección de Madre Pascale, la abadía ha desarrollado 42 fórmulas distintas, que se presentan en 85 formatos diferentes, y produce alrededor de 100.000 unidades al año

En una discreta abadía de la región francesa de Auvernia, un grupo de monjas benedictinas ha encontrado una forma poco habitual de sostener su vida comunitaria: fabricar cosméticos.

Lejos de cualquier estrategia comercial, las hermanas de Saint-Vincent de Chantelle se han convertido en un referente del artesanado monástico, promovido por Pío XII para dar estabilidad económica a los monasterios.

La escena sorprende por su contraste: bajo los arcos románicos de un monasterio fundado en el año 937, mientras la comunidad reza siete veces al día siguiendo la Regla de San Benito, también un laboratorio funciona a pleno rendimiento. Allí, las religiosas elaboran champús, geles de baño, jabones, leches limpiadoras y aceites corporales que hoy se venden dentro y fuera de Francia.

Un monasterio con mil vidas

Chantelle no es un monasterio más: sus orígenes se remontan al siglo V. A lo largo de los siglos, reyes, obispos y duques dejaron su impronta en el lugar. Fue propiedad de Pipino el Breve, padre de Carlomagno, residencia de la regente Ana de Beaujeu y, en tiempos convulsos, objetivo de Richelieu, que ordenó destruir su castillo por temor a que escondiera opositores al rey.

Abadía de Saint-Vincent de Chantelle

Abadía de Saint-Vincent de Chantelle

La vida religiosa desapareció tras la Revolución francesa, pero a mediados del XIX, las benedictinas de Pradines devolvieron la oración al lugar y reconstruyeron el monasterio. Desde entonces, Chantelle ha vuelto a ser un pequeño pero potente epicentro espiritual con esta particularidad inesperada.

En 1954, tras el impulso de Pío XII a los monasterios, las hermanas decidieron dar un paso original: crear sus propios cosméticos. No como negocio, sino como una forma de vivir del trabajo de sus manos, tal y como pide su regla. Empezaron con agua de colonia y leche limpiadora; hoy elaboran más de una veintena de productos.

Detrás de cada frasco hay disciplina y un meticuloso trabajo. Las 10 monjas de Chantelle trabajan junto a 10 empleados laicos supervisando cada fase de la producción. Bajo la dirección de Madre Pascale, la abadía ha desarrollado 42 fórmulas distintas, que se presentan en 85 formatos diferentes, y produce alrededor de 100.000 unidades al año.

El 5 % de su facturación se destina a Investigación y Desarrollo, asegurando que cada crema, loción o aceite mantenga la eficacia que distingue a sus productos. La totalidad de los beneficios se reinvierte en la vida de las hermanas, en el crecimiento del laboratorio y en el mantenimiento del propio monasterio.

El jabón de baño con aceite de argán es uno de los productos más vendidos de las monjas

El jabón de baño con aceite de argán es uno de los productos más vendidos de las monjasLes Bénédictines de la Chantelle

De la oración a la cosmética

Los visitantes pueden adquirir los cosméticos directamente en el monasterio, ya sea después de recorrer el claustro románico o tras participar en la oración con las hermanas. Otros optan por comprarlos online. Sea como sea, los ingresos permiten a la comunidad mantenerse sin renunciar a lo esencial: la vida de oración, la acogida de peregrinos del Camino de Santiago y la atención a quienes buscan unos días de retiro espiritual en la hospedería.

Entre los productos más vendidos de la Abadía de Saint-Vincent de Chantelle destacan cremas faciales de día y de noche, lociones energizantes, jabones de baño con aceite de argán, aceites secos hidratantes y champús de aloe vera.

No son cosméticos milagrosos: es el trabajo cuidado de unas religiosas que, como tantas otras, viven el ora et labora en su día a día. Chantelle demuestra que se puede vivir para Dios sin desconectarse de lo que el mundo necesita. Incluso si lo que el mundo necesita —a veces— es un buen champú elaborado con paciencia, silencio y presencia de Dios.

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