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Elena Francesca Beccaria

Elena Francesca Beccaria

La experta en química que dejó a su novio y carrera para ingresar al convento: «Él era el hombre que buscaba»

Entrevista a sor Elena Francesca Beccaria, Madre Superiora del Monasterio de Santa Clara en Roma, con motivo de la XXVIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada y el Año de Oración instituido por el Papa Francisco para la preparación del Jubileo del 2025

Madre Elena Francesca Beccaria, de cincuenta años, asumió el liderazgo del convento en 2013. Licenciada en Química y, quien estuvo a punto de dar el paso hacia el altar matrimonial, opta por romper con su novio para ingresar al convento. Su decisión se fundamenta en una revelación profunda: «Cuando finalmente comprendí la verdadera identidad de Jesús, todas las dudas desaparecieron; era el hombre que siempre había estado buscando».

El monasterio es un lugar de vida contemplativa, donde las hermanas se dedican a la oración y al trabajo, buscando la paz interior y la comunión con Dios. «La oración es el corazón de nuestra vida monástica y creemos que la fuerza misteriosa que emitimos en la oración tiene un impacto positivo en el mundo, contribuyendo a llevar paz y bien».

Además, subrayó que el Año de Oración 2024, el «tiempo de gracia» hasta la apertura de la Puerta Santa, instituido por el Papa Francisco podría ser una «oportunidad para aprender a recorrer caminos más espirituales en la vida cristiana y preparar a los corazones y no sólo los lugares físicos de la Ciudad Eterna», que recibirán a los casi 32 millones de fieles y peregrinos. Un año dedicado a redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración, apoyado por la plegaria silente y, a veces, desapercibida, de las religiosas en los conventos de Italia, España y el mundo.

–¿Cuál fue su experiencia personal en el llamado a la vida consagrada y cómo decidió ingresar a la clausura específicamente?

–Vengo de muchos años alejada de la Iglesia, a pesar de haber recibido los sacramentos de la iniciación cristiana. Sin embargo, durante la adolescencia, me alejé de la práctica religiosa. Esta distancia se acentuó durante los años universitarios y alcanzó su punto máximo después de graduarme en Química, cuando comencé a trabajar inmediatamente en un rol importante y gratificante para una joven mujer. Estaba comprometida y próxima al matrimonio, pero rompí el compromiso porque sentía que ese no era mi camino, sin entender cuál era la ruta correcta para mí. Así que, después de estos eventos, me encontré con muchas cosas importantes en mis manos, pero incapaz de disfrutarlas debido a una gran tristeza interior. Fue en ese momento que regresé al Señor, no porque alguien me lo sugiriera o testificara, sino porque fue un movimiento de mi corazón.

–¿Cuáles fueron las consecuencias de esa ausencia?

–Del vacío que llenaba esa etapa de mi vida, comencé a buscar en los recuerdos de mi pasado algo o alguien que pudiera darle sentido a mi existencia. Encontré respuestas simplemente entrando en una iglesia cerca de mi casa, una hermosa abadía del siglo XV, ahora sin monjes benedictinos. Fue allí donde encontré respuestas, en el silencio de una oración espontánea, simplemente pidiendo ayuda. Comencé por mi cuenta un proceso de recuperación de mi fe. Comencé a leer el Catecismo y finalmente me acerqué al convento de los Capuchinos de mi ciudad, donde conocí a un fraile que me acompañó y reintrodujo en la fe.

–¿En qué momento se consolidó esta compresión?

–Cuando realmente entendí quién era Jesús, no tuve dudas: era el hombre que siempre había buscado y que no había encontrado, hasta ese momento, así que me pregunté cómo podía dedicarle toda mi vida. De ahí nació el deseo de la consagración. La elección de la clausura fue la forma que mejor respondía a mi deseo de ofrecer todo sin reservas, sin esperar gratificaciones a cambio. Oramos, vivimos para Él, pero no conocemos el destino de nuestra oración ni lo que logra. Este aspecto de la gratuidad me atrajo especialmente, ya que deseaba darle mi vida sin esperar nada a cambio.

–¿Puede describir un día típico en su vida como monja de clausura?

–La jornada comienza a las 5 con una oración personal antes de las 5:50, cuando inician las oraciones comunitarias. Hasta las 8:45, se alternan momentos de oración litúrgica y personal, incluyendo la Misa. Luego, se dedican al trabajo asignado, siendo la oración de las 12:30 y el almuerzo un punto central. Por la tarde, hay formación comunitaria, clases, ensayos y estudio. A las 17:30, se reza el rosario, seguido de vísperas y una hora de adoración. Después de la cena, hay recreación y compartimiento fraternal. El día concluye con las completas a las 21, salvo ocasiones en las que nos levantamos por la noche para la oración del matutino, excepto una o dos veces a la semana, plegaria también dedicada a quienes sufren o trabajan de noche.

–¿Cuáles son los desafíos y las gratificaciones de vivir en clausura?

–Las dos principales desafíos son la relación con el Señor y la relación con las hermanas, que son fundamentales para nuestra vida, pero no siempre son simples y lineales. En la relación con el Señor, vivimos momentos de oscuridad, desorientación y esfuerzo, especialmente cuando nos acostumbramos a buscarlo siempre en santuarios o lugares favoritos en lugar de encontrarlo en nuestra capilla cada día. Aquí no hay alternativa. La vida en comunidad presenta el desafío de vivir en armonía con hermanas que no hemos elegido, aprendiendo a hacer comunión y fraternidad con personas de diferente carácter, extracción social y nacionalidad. Sin embargo, estas relaciones también son fuente de gratificación y apoyo, ya que tanto la relación con el Señor como la relación con las hermanas nos ayudan en momentos de dificultad.

–¿Qué consejo nos puede dar mejorar la relación con personas, así como menciona, «no elegidas por nosotros», como los son nuestros familiares o compañeros de trabajo?

–Jesús nos llama a amar a todos indiscriminadamente, incluso a aquellos que nos hieren, y esto es una enseñanza fundamental del Evangelio. Las relaciones fraternas que vivimos pueden ser vividas en nombre y para la humanidad, ofreciendo luz y fuerza espiritual al mundo. Como dijo el Papa Juan XXIII, debemos buscar la comunión incluso con aquellos que nos hacen daño, encontrando puntos de contacto y comunión, ya que creo que existe una onda espiritual de bien que podemos difundir en el mundo.

–¿Cómo contribuye la vida consagrada al bien de la Iglesia y la sociedad?

–La vida consagrada es como una inyección de Evangelio vivido de manera ejemplar dentro de la sociedad y la Iglesia. Nosotros, las consagradas, estamos llamadas a seguir más de cerca a Jesús, viviendo una vida evangélica fiel, radical y auténtica. Nuestro testimonio se convierte en un faro de bien en el mundo, emitiendo una luz misteriosa de bien que ayuda a mejorar la sociedad. Incluso en los desafíos de la vida consagrada, la comunidad religiosa se convierte en un ancla de salvación en momentos de fatiga.

–Vivimos en un mundo que parecería marcado por la guerra, el desempleo, la crisis familiar y la violencia. ¿Cuál es el papel de la vida consagrada en este contexto?

–La vida consagrada juega un papel fundamental al llevar el Evangelio a un mundo marcado por la violencia y la discordia. Los desafíos de la vida fraterna y la relación con el Señor se convierten en recursos que pueden iluminar el camino de los hombres. La vida consagrada contribuye a difundir un camino de bien en el mundo, ofreciendo un ejemplo de caridad auténtica y simplicidad.

–El Papa Francisco ha instituido un año de oración en preparación para el Jubileo 2025. ¿Cómo vive este llamado a la oración en su vida de clausura?

–Nosotras, las monjas de clausura, ya vivimos un compromiso constante de oración, pero acogemos con alegría la invitación del Papa a intensificar la oración en preparación para el Jubileo 2025. La oración es el corazón de nuestra vida monástica y creemos que la fuerza misteriosa que emitimos en la oración tiene un impacto positivo en el mundo, contribuyendo a llevar paz y bien.

–A veces parece que la oración se subestima o se reduce a rituales. ¿Cómo podemos transmitir la importancia de la oración a las personas?

–Es fundamental testimoniar con la propia vida la importancia de la oración. La coherencia entre la vida cotidiana y la vida de oración es esencial. Los padres que rezan juntos, que recitan el Rosario en familia, que son fieles a la Misa, ofrecen un ejemplo tangible a sus hijos. Aunque en el momento los hijos parezcan distantes, el testimonio de la vida de oración permanecerá en sus corazones, despertándose quizás en momentos posteriores de la vida.

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