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El Papa León XIV con el cuerpo diplomático en la Sala Clementina

León XIV a diplomáticos: «La Iglesia no puede nunca eximirse de decir la verdad sobre el hombre y el el mundo»

En su primer encuentro con el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede, el Santo Padre recordó en varias ocasiones a su predecesor el Papa Francisco y señaló tres pilares para la acción misionera de la Iglesia

León XIV ha marcado el tono de su primer encuentro con el cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede al invitarles a que «predominase el sentido de ser una familia»: una familia que «comparte las alegrías y los dolores de la vida junto con los valores humanos y espirituales que la animan». Su mensaje, impregnado de profundidad espiritual y claridad política, pero no por ello exento de caridad, se perfila como una hoja de ruta para la acción global inspirada en los valores evangélicos.

Con un tono solemne pero cálido, el Pontífice expresó su «profunda gratitud» por los mensajes de felicitación recibidos tras su elección, así como por las condolencias enviadas tras el fallecimiento del Papa Francisco, incluso desde países sin relaciones diplomáticas con la Santa Sede. «Se trata de una significativa manifestación de estima», subrayó, dejando claro que la diplomacia vaticana no se mueve por intereses políticos, sino por una vocación evangélica: la de «servir a la humanidad».

Las tres palabras clave de la diplomacia de la Santa Sede

Con el deseo de «confirmar en la fe a tantos hermanos y hermanas dispersos por el mundo», León XIV expresó su anhelo de acercarse a las realidades de los pueblos representados ante la Santa Sede. «Su presencia hoy es para mí un don», afirmó, al tiempo que renovó el compromiso de la Iglesia —y suyo personal— de «alcanzar y abrazar a cada pueblo y a cada persona de esta tierra». Apoyado en su experiencia vital entre América del Norte, Hispanoamérica y Europa, el Pontífice destacó su vocación de «traspasar los confines» y «consolidar el conocimiento y el diálogo con ustedes y con sus países».

Para ello, y en un momento en que el mundo parece polarizarse cada vez más, el Papa desgranó con fuerza los tres pilares que deberían definir la acción misionera de la Iglesia y de la labor de la diplomacia de la Santa Sede: paz, justicia y verdad. Comenzó por la paz, subrayando que no se trata solo de la ausencia de guerra, sino de un «don de Cristo», que exige antes que nada un trabajo interior. «La paz se construye en el corazón, arrancando el orgullo», afirmó con contundencia, advirtiendo también sobre el uso irresponsable del lenguaje.

En este proceso, destacó el papel clave del diálogo interreligioso y la libertad religiosa como vía para lograr esa «purificación del corazón» que permita relaciones auténticamente pacíficas. León XIV pidió revitalizar la diplomacia multilateral y las instituciones internacionales concebidas precisamente para prevenir conflictos. «Es necesaria también la voluntad de dejar de producir instrumentos de destrucción y de muerte», advirtió, recordando las palabras de su predecesor Francisco: «La paz tampoco es posible sin un verdadero desarme».

Justicia: el nombre que eligió lo dice todo

El Santo Padre volvió a explicar que eligió su nombre papal en homenaje a León XIII, autor de la histórica encíclica Rerum novarum, pionera en la doctrina social de la Iglesia. Y no fue casual: «La Santa Sede no puede callar ante las condiciones indignas de trabajo y las sociedades fragmentadas», declaró.

Su mensaje incluyó una fuerte exhortación a invertir en la familia como «la verdadera sociedad más antigua» y a proteger la dignidad humana, desde el no nacido hasta el migrante. «Yo también soy hijo de inmigrantes, y también he emigrado», confesó, humanizando aún más su llamado.

La verdad como brújula ante la distorsión digital

León XIV volvió a demostrar su sintonía con los retos de nuestro tiempo al aludir, una vez más, a uno de los temas más candentes de la agenda global: la inteligencia artificial. «El mundo virtual distorsiona la realidad, y donde no hay verdad, no puede haber paz», advirtió, en una invitación clara a no perder el sentido crítico ante los entornos digitales. El Papa enmarcó este desafío dentro de una visión más amplia que incluye las migraciones, la protección de la Tierra y la ética tecnológica. «La verdad no nos aleja; por el contrario, nos permite afrontar con mayor vigor los desafíos de nuestro tiempo», afirmó.

León XIV denunció con claridad los riesgos del «lenguaje ambiguo» y la manipulación como barreras para una diplomacia auténtica. «La Iglesia no puede nunca eximirse de decir la verdad sobre el hombre y sobre el mundo», sentenció. Recalcó que esa verdad, aunque incómoda a veces, debe ser dicha con franqueza, sin desligarse jamás de la caridad ni del respeto por la dignidad de cada persona.

Para él, no se trata de imponer principios abstractos, sino de «dar cuenta de una experiencia viva anclada en la realidad». En pleno contexto del Año Jubilar de la Esperanza, este primer discurso diplomático marca el tono: León XIV llega con la convicción de que la Iglesia debe ser un actor global, y que su diplomacia está al servicio de la verdad, la justicia y la paz. Su estilo fue directo, incluso incisivo, pero sin perder la calidez pastoral que ya empieza a definirlo.

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