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Cómo reconocer los síntomas del Trastorno del espectro autista (TEA) en la población adulta

Se estima que actualmente medio millón de españoles tiene autismo, de los que 32.000 son adultos

El trastorno del espectro autista (TEA), así como el TDAH o la dislexia, no son alteraciones que desaparezcan con el paso del tiempo. Se trata de trastornos del neurodesarrollo que comienzan en la infancia y que, en muchos casos, se mantienen durante la vida adulta. Sin ir más lejos, actualmente en España hay 32.000 adultos que tienen autismo, según un estudio de la Universidad de Salamanca.

«Hay personas con algunos trastornos del neurodesarrollo que con la edad pueden mejorar, pero hay un grupo muy importante que puede continuar en la vida adulta, como es el caso del TEA», señala Josep Antoni Ramos Quiroga, vicepresidente de la Sociedad Española de Psiquiatría y Salud Mental (SEPSM) y coordinador del grupo de trabajo sobre estos trastornos a lo largo de la vida.

«Hasta ahora, no había suficientes recursos para atender correctamente a estos adultos, niños del pasado, y muchos se quedaron sin recibir esos diagnósticos en la infancia», lamenta el especialista.

El también jefe de Psiquiatría del Hospital Vall d’Hebron y profesor en la Universidad Autónoma de Barcelona, apunta a que los criterios diagnósticos actuales permiten identificar más casos de TEA en adultos, frente a los más restrictivos del pasado. El diagnóstico se realiza clínicamente, mediante entrevistas que abarcan desde el desarrollo infantil hasta la actualidad y que evalúan la intensidad de los síntomas.

«Se deben valorar también otros síntomas que pueden estar asociados, como la depresión o la ansiedad, o el propio TDAH, y si es posible, es muy importante el recoger información de primera mano de los padres del paciente para conocer el desarrollo del ahora adulto», subraya. Asimismo, señala que alrededor del 30 % de los diagnósticos pueden apoyarse en pruebas genéticas.

En cuanto a los indicios que pueden hacer sospechar de un TEA en la adultez, Ramos Quiroga indica que en las mujeres los síntomas suelen estar más ocultos. Dificultades en la interacción social, conductas repetitivas, aislamiento, intereses restringidos o pensamientos en bucle son algunas de las señales.

Aunque lo ideal es detectar el TEA en la infancia para aplicar intervenciones tempranas, cada vez son más frecuentes los diagnósticos en edad adulta. Las redes sociales o páginas institucionales pueden servir de orientación, pero Ramos Quiroga advierte: «Si alguien disfruta de la soledad, no tiene por qué tener TEA. Tiene que darse una dificultad, ser disfuncional».

En cuanto al tratamiento, insiste en la necesidad de una atención individualizada que considere posibles comorbilidades. En casos leves, puede no requerirse tratamiento, aunque contar con un diagnóstico puede ayudar al paciente a comprender sus dificultades y mejorar la relación con su entorno. «Entender mejor las necesidades de la otra persona», concluye.

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