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29 de marzo de 2024

Abecedario filosóficoGregorio Luri

De Aristóteles a Aron

Si no se cuenta con la universidad, el respeto por la razón desapasionada y por los derechos racionales, que son la esencia de la democracia moderna, desaparecerá

Actualizada 11:11

Aristóteles y Filis
Existen varias versiones de lo ocurrido entre Aristóteles, Alejandro y Filis. Recojo la de Lope García de Salazar (n. 1399), titula De cómo Aristóteles fue engañado por una doncella por consejo de Alejandro porque le criticaba su mucha relación con las mujeres.
El joven Alejandro, harto de las reprimendas con que su maestro Aristóteles pretendía corregir su «excesiva atención a las mujeres», le pidió a su doncella que le diese a entender al filósofo que estaba enamorada de él y que provocase su deseo, pero diese dulces largas a su satisfacción. Aristóteles cayó en la trampa y le ofreció todo cuanto ella le pidiese. La joven le respondió que ella también ardía en deseos, pero antes de entregarse a él, deseaba una cosa.
«Señor –le pidió-, permitidme que os cabalgue con espuelas como si vos fuerais un caballo y que os ponga frenos y silla de montar, y que os haga cabalgar por la noche, a la luz de las velas, cuando todos estén dormidos, para que no se enteren en palacio».
A Aristóteles no le gustó la idea, pero la joven lo convenció con este argumento: «Señor, los hombres acostumbran a burlarse de las mujeres después de que han satisfecho sus deseos; pero si vos os quisierais burlar de mí, yo siempre podría contar que os he cabalgado como un caballo».
De esta manera la joven le puso frenos «y lo ensilló y montada sobre él le hizo correr a cuatro patas hiriéndolo con sus espuelas».
Entonces, apareció Alejandro, que había estado escondido.
«¿Qué estáis haciendo, maestro honrado?», le preguntó al sorprendido filósofo.
Aristóteles se vio obligado a reconocer, «con gran pesar y mayor vergüenza […], que no hay inteligencia humana que no sea nublada por el amor de una mujer».
Aron y Bloom
Allan Bloom escribió lo siguiente sobre su amigo Raymond Aron en Gigantes y enanos: «Vivió –y probablemente habrá muerto animado por él– en ese extraño ascetismo espiritual, uno de los más arduos ascetismos, que consiste en creer en el derecho que los demás tienen de pensar como les plazca. Una cosa es morir por el dios o el país de uno y otra cosa es morir por proteger las opiniones de otros que uno no comparte. El mutuo respeto de los derechos, una curiosa clase secundaria de respeto, es la esencia de la convicción liberal. Y ese respeto, como un valor absoluto de la sociedad civil, es en realidad muy raro y se hace cada vez más raro. Aron realmente lo sentía.»
Aron, Bloom y la universidad
Seguimos con Gigantes y enanos: «Como la universidad era algo que [Aron] quería entrañablemente y como sabía que es la institución central de la sociedad democrática, asumió una posición muy firme contra la oleada destructiva que pasó por las universidades occidentales en la década de los sesenta. La universidad significa, o mejor dicho significaba, la presencia sustancial de la razón en que reposa la democracia liberal. Si no se cuenta con la universidad, el respeto por la razón desapasionada y por los derechos racionales, que son la esencia de la democracia moderna, desaparecerá […]. El giro demagógico de la única institución dedicada a la objetividad lo aterraba. Si la democracia no puede tolerar la presencia de los supremos criterios de la enseñanza, la democracia misma se hace cuestionable».
Aron y El opio de los intelectuales es de 1955
¿Por qué -se preguntaba Aron- ciertos intelectuales son «implacables con los defectos de la democracia pero están dispuestos a tolerar los peores crímenes siempre que sea cometidos en nombre de las doctrinas correctas?»
Aron y el «petit camarade»
Aron vio a Sartre por última vez el 20 de junio de 1979 en el hotel Lutetia de París. En aquel momento a ambos los unía el proyecto de salvar las vidas de los vietnamitas que huían del comunismo en barcas frágiles y abarrotadas, padeciendo mil penalidades. «No hay muertos de derecha y muertos de izquierda», decía Bernard Kouchner. Michel Foucault y André Glucksmann fueron los que convencieron a Sartre para que se comprometiera con esta causa, advirtiéndole que podía encontrarse con Aron. Sartre respondió que contaran con él «même s'il y a Aron».
Llevaban 30 años sin verse. Los había separado la terca defensa de las instituciones por parte de Aron y la no menos terca defensa de la insurrección por parte de Sartre. Ahora coincidían en el Lutetia junto a Simone Signoret, Yves Montand, Bernard Kouchner, Michel Foucault, Claudie Broyelle, la hija de Albert Camus…
Sartre, ciego, enfermo y muy envejecido, llegó con retraso. Glucksmann lo acompañó, entre los flashes de los periodistas, hasta el lugar que le habían asignado, que estaba junto al de Aron. Gluksmann le susurró algo a Sartre y éste estrechó la mano de Aron, que le sonrió. Sartre mantuvo una expresión distante.
–Bonjour, mon petit camarade –le dijo Aron. Así se saludaban en l'École normale cuando tenían 20 años.
Sartre ocupó su sitio sin decir nada y Glucksmann se sentó entre ambos.
Tras el acto, Sartre se fue sin despedirse de Aron, pero rodeado de periodistas.
Seis días después volvieron a coincidir en el Eliseo.
–Bonjour, maître –le dijo Giscard a Sartre. Sólo a Sartre.
A la salida, Sartre camina con dificultad entre periodistas y cámaras. Glucksmann lo sujetaba de un brazo y alguien lo sujetaba del otro. Le preguntó a Glucksmann quién era ese otro que lo acompañaba. Al enterarse que se trataba de Aron, se desembarazó de él.
Cuando Aron llegó a su casa su mujer lo recibió entusiasmada.
–¡Raymond, qué victoria para ti!
–Suzanne, no seas mala.
Pero sí. Aron había acallado a los jóvenes que en el 68 gritaban que preferían estar equivocados con Sartre a tener razón con Aron. En cierta manera, había tomado el relevo de Camus.
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