
Un hombre ingiere insectos
La moda de comer insectos se expande por el mundo: «Son una excelente fuente de proteínas y un alimento más sostenible»
Los hábitos alimentarios sufren cambios con el paso de los años. En la actualidad, la gama de alimentos a los que podemos acceder es mucho mayor a la de hace unos años, teniendo el privilegio de ingerir, por ejemplo, frutas y verduras durante todo el año, o una gran gama de comida ya preparada, en auge en los últimos tiempos.
Pero existe una tendencia que se ha ido incrementando y que aún genera la desconfianza de muchos. Hablamos de la alimentación basada en insectos, conocida como entomofagia. A pesar de que en España aún no ha calado entre la población, el consumo de estos animales se vislumbra por muchos expertos como el alimento del futuro, que podría responder al reto de alimentar a una población mundial que superará los 9.000 millones de personas en 2050.
Organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ya destacaban en informes clave los múltiples beneficios del consumo de insectos, presentándolos como una alternativa estratégica frente a la inseguridad alimentaria y como vía hacia una alimentación más sostenible. Esta visión se basa en la necesidad creciente de encontrar fuentes de proteína más eficientes, ante el alto coste ambiental y económico asociado a la ganadería convencional. Los insectos no solo ofrecen un perfil nutricional sobresaliente, sino que su producción demanda significativamente menos recursos naturales y genera una huella ecológica mucho más reducida.
Violeta Fajardo, profesora de Nutrición, especialista en Higiene y seguridad alimentaria de la Universidad CEU San Pablo, atiende a El Debata para analizar los posibles beneficios del consumo de insectos. Según la experta, la entomofagia representa «una alternativa sostenible, nutritiva y viable frente a los sistemas tradicionales de producción de alimentos».
Desde un punto de vista de salud, incide Fajardo, estudios recientes confirman que el consumo de insectos tiene efectos positivos. «En humanos, su consumo ha mostrado mejoras en la salud intestinal, reducción de la inflamación sistémica y un aumento significativo en la concentración sanguínea de aminoácidos esenciales».
La experta destaca que los insectos tienen un alto valor nutricional y podrían convertirse en una fuente clave de nutrientes en la dieta humana. Subraya que son ricos en proteínas de alta calidad, grasas saludables (omega-3 y omega-6), fibra dietética y una amplia gama de minerales y vitaminas esenciales. Algunas especies, como los grillos, pueden contener hasta un 70 % de proteína en peso seco. Además, su bajo contenido en colesterol y alto aporte de hierro los hace especialmente útiles para combatir la desnutrición y la anemia, especialmente en mujeres embarazadas y niños.
Introducción en España
La profesora de la Universidad CEU San Pablo recalca que, a pesar de los beneficios nutricionales y medioambientales del consumo de insectos, su introducción en España se enfrenta a importantes «barreras culturales y psicológicas». «A pesar de que el consumo de insectos es una práctica común en más del 80 % de los países del mundo, con más de 2.000 millones de consumidores regulares en Asia, África y América Latina, en nuestra cultura todavía se asocia a sensaciones de rechazo, principalmente por el llamado 'factor asco'», recalca.
No obstante, Fajardo destaca que, aunque muchas personas creen no haber comido nunca insectos, lo hacemos con más frecuencia de la que pensamos. Por ejemplo, en forma de aditivos alimentarios como el ácido carmínico (colorante E120), que se obtiene de la cochinilla y está presente en productos comunes como batidos, yogures, tartas o golosinas. «Esta contradicción evidencia que no siempre es el insecto en sí el problema, sino su visibilidad y el imaginario cultural que lo rodea».

Una mujer come una quesadilla rellena de insectos
La comercialización de insectos para consumo humano está permitida en España, aunque su regulación es relativamente reciente y muy específica. Gracias a este reglamento, insectos como el gusano de la harina (Tenebrio molitor), el grillo doméstico (Acheta domesticus), la langosta migratoria (Locusta migratoria) y el escarabajo del estiércol (Alphitobius diaperinus) han sido aprobados para el consumo humano en diferentes formatos.
Fajardo subraya también que la introducción de insectos en la alimentación supondría un beneficio importante para el medio ambiente, ya que resulta urgente buscar fuentes alternativas de proteína que no agraven la crisis climática ni comprometan la seguridad alimentaria global. Su producción es «considerablemente más eficiente que la ganadería tradicional», puesto que requiere «menos agua, menos tierra y menos alimento», y genera una cantidad significativamente menor de gases de efecto invernadero como metano o amoníaco, tal y como recalca la experta.
«En definitiva, puede que hoy la idea de comerse un grillo nos cause más risa que hambre, pero no olvidemos que también el tomate, el café o el sushi fueron vistos con recelo en su día», concluye la especialista. «En un planeta con recursos cada vez más limitados y bocas cada vez más numerosas, los insectos tienen todas las papeletas para dejar de ser un tema de tertulia curiosa y pasar a ser protagonistas del menú», sentencia.