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Enrique Ortega Gironés

La importancia de la geología en la educación

La falta de un conocimiento elemental sobre los mecanismos naturales que han controlado la historia geológica de nuestro planeta tiene graves consecuencias en la percepción social de los riesgos ante catástrofes naturales

Hubo un tiempo, especialmente a mediados del siglo XIX, en que la geología gozaba de una enorme popularidad. Informaciones sobre los hallazgos de grandes fósiles de dinosaurios ocupaban frecuentemente las primeras páginas de los periódicos con grandes titulares. No le iban a la zaga las virulentas discusiones sobre la edad de nuestro planeta, en las que las ideas revolucionarias de los primeros geólogos contradecían la historia establecida en los textos bíblicos. Lo mismo ocurrió cuando se hicieron públicas las ideas de Darwin y la incesante búsqueda de los eslabones perdidos en la cadena evolutiva. Y aprovecho esta cita, para reivindicar las grandes aportaciones de este científico a la geología. Porque a Darwin se le suele encasillar en el campo de la biología por su famosa obra «El origen de las especies», pero en realidad publicó más artículos sobre temas geológicos que biológicos, entre ellos la hipótesis que explica el origen de los atolones del Océano Pacífico, que conceptualmente es todavía hoy aceptada como válida.

Mas tarde, a principios del siglo XX, la geología fue perdiendo popularidad, cediendo su lugar en las preferencias del público a otros temas tan apasionantes como los descubrimientos sobre la estructura atómica de la materia, la exploración astronómica sobre la inmensidad y el origen del universo, o las fascinantes relaciones entre el espacio y el tiempo postuladas por la Teoría de la Relatividad.

Esta posición secundaria en el interés de la opinión pública (salvo algún impacto aislado, como por ejemplo el producido por las ideas de Wegener sobre la deriva de los continentes, posteriormente confirmadas por la tectónica de placas), ha continuado hasta la actualidad. De hecho, la geología aparece en los medios de comunicación sólo esporádicamente y siempre en relación con las catástrofes producidas por terremotos o erupciones volcánicas.

Además, este declive ha venido acompañado por una progresiva disminución de la presencia de la geología en los planes educativos, convirtiendo a la geología no sólo en una ciencia secundaria sino prácticamente ignorada para las nuevas generaciones. En efecto, desde hace décadas, existe en los planes educativos un marcado desequilibrio entre la geología y el resto de ciencias básicas como son la física, la química, las matemáticas o la biología. Esta falta de equidad es especialmente sensible en el campo de las denominadas ciencias naturales, donde la biología domina abrumadoramente en el contenido de los programas.

Las sucesivas reformas de los planes de educación han condenado a la geología a una marginalidad inexplicable, que ahora aún se pretende empeorar con una nueva reforma.

Si el objetivo de la educación sobre la naturaleza es proporcionar a los alumnos la información necesaria para comprender el mundo en el que vivimos, esos conocimientos se quedan sustancialmente incompletos si no incluyen una información geológica suficiente. Esta afirmación no debe interpretarse, con una óptica simplista, como una reivindicación estrictamente corporativa, sino como una apreciación objetiva de los problemas que puede acarrear para la población, la falta de un conocimiento geológico elemental, similar al que los planes de educación proporcionan para otras ciencias básicas.

En la época que estamos viviendo, la protección de la naturaleza (afortunadamente) constituye una de las principales preocupaciones de nuestra sociedad. Pero toda la atención está concentrada en la biota, en la flora y en la fauna, tendiendo a olvidar que el sustrato de rocas y suelos sobre el que la vida se desarrolla es imprescindible para el desarrollo de la vida. Desde esta óptica sesgada, se tiende a considerarse que los riesgos para el equilibrio ecológico afectan exclusivamente a los reinos animal y vegetal, olvidando los parámetros del reino mineral que afectan dicho equilibrio.

Además, en la práctica, la falta de un conocimiento elemental sobre los mecanismos naturales que han controlado la historia geológica de nuestro planeta tiene graves consecuencias en la percepción social de los riesgos ante catástrofes naturales. Desde hace décadas, se viene atemorizando a la población sobre las horribles consecuencias del calentamiento global y la anómala velocidad de ascenso del nivel del mar. Y estas amenazas, con frecuencia injustificadas, tienen un mayor impacto como consecuencia de la falta de conocimientos geológicos básicos de la historia de la Tierra. Porque nuestro querido planeta, en tiempos pasados, ha experimentado temperaturas mucho más elevadas que las actuales, al mismo tiempo que el nivel del mar se elevaba a velocidades mucho más rápidas que las que se están observando ahora.

Las consecuencias derivadas de esta falta de atención a los conocimientos geológicos, no afectan sólo a la opinión pública, sino que tiene derivaciones más graves. La clase política es un reflejo de la sociedad que les aúpa al poder, y por lo tanto reflejan en sus decisiones institucionales las preferencias de quien les han votado. Y esta ignorancia conduce a la aprobación de normativas aberrantes o a la adopción de decisiones funestas que propician grandes catástrofes. Así ha ocurrido repetidas veces durante los últimos años en España, al permitir la construcción en áreas inundables o cancelar la construcción de infraestructuras hidráulicas imprescindibles.

Desgraciadamente, esta situación no afecta sólo a nuestro territorio, sino que puede decirse que se trata de un problema global. A lo largo de las últimas décadas y por motivos profesionales, he podido visitar los ministerios y entidades responsables de la gestión medioambiental de muchos países del mundo. Y he podido comprobar que sus equipos técnicos estaban integrados muy mayoritariamente (por no decir de forma exclusiva) por especialistas medioambientales, biólogos, botánicos y zoólogos. Estas especialidades son indudablemente imprescindibles para las tareas medioambientales, pero no son suficientes si están ausentes los conocimientos geológicos. ¿Cómo se puede gestionar adecuadamente el equilibrio de la flora y de la fauna con su entorno sin tener en cuenta el sustrato en el que viven?

O también, ¿cómo se puede detectar y medir la contaminación del suelo o del agua sin tener en cuenta la composición natural del subsuelo? Esta omisión no es baladí y en la práctica ha generado errores muy graves en la gestión medioambiental, porque hay ocasiones en que la naturaleza es tóxica o peligrosa para la salud, sin que ello implique ninguna alteración contaminante producida por la mano del hombre. Eso es lo que ocurre por ejemplo con las aguas o los suelos desarrollados sobre determinados tipos de rocas o el entorno de algunos yacimientos minerales, antes de su explotación minera. En estos casos, el contenido en determinados elementos puede exceder de los valore límite (umbrales) para ser considerados como contaminación, a pesar de que su presencia se deba a procesos estrictamente naturales. Son muy frecuentes los casos en que se detectan contaminaciones a partir simplemente de unos análisis químicos, sin caracterizar a las rocas del subsuelo ni identificar el posible origen natural del supuesto contaminante.

El mejor ejemplo que conozco de este tipo de situaciones ocurrió hace algunos años en un país nórdico. En el patio de un colegio, durante el recreo, una niña se cayó y se hizo una pequeña herida que, posteriormente, se infectó. Su padre, preocupado por la causa de la infección, solicitó a las autoridades un análisis del suelo del patio. Los resultados indicaron que aquella tierra contenía una mínima cantidad de plomo, tan sólo de unas pocas partes por millón, un valor completamente normal que puede encontrarse en cualquier suelo en cualquier lugar del mundo. Sin embargo, de acuerdo con la normativa medioambiental del país, aquel suelo estaba contaminado. Como ocurre algunas veces, el tema se magnificó en la prensa, se hinchó como una bola de nieve y se convirtió en un problema político de primer orden y las autoridades decidieron analizar los suelos de todos los colegios de la zona. Todos fueron catalogados como contaminados y el escándalo continuó aumentando. El Ministerio de Educación se vio obligado a elaborar un plan para remover esos suelos y sustituirlos por otros no contaminados. El verdadero problema se planteó cuando fue imposible localizar dentro del país suelos con valores de plomo por debajo del supuesto límite de contaminación.

La moraleja de esta historia es muy clara, no tiene ningún sentido prohibir ciertos niveles de determinados elementos químicos, cuando su existencia es debida a procesos naturales. Las normativas que se hacen a espaldas de las leyes de la naturaleza conducen a la aparición de problemas ficticios, que podrían evitarse si se tuviese en consideración el contexto geológico de la supuesta zona contaminada.

No deja de ser llamativo que, ante situaciones como la anteriormente descrita, los especialistas medioambientales suelan catalogarlas como contaminación natural. Esta denominación, aparentemente inocente, pero con evidentes connotaciones negativas, encierra además un grave contrasentido. Si definimos como contaminación a la modificación artificial de la composición natural, es impensable que la naturaleza se contamine a sí misma. Y, el sesgo antes mencionado entre la geología y otras ciencias naturales ha llegado a reflejarse en el lenguaje. Así, ante la presencia de una toxicidad natural asociada a un organismo vivo (por ejemplo, una seta mortífera o el veneno de una serpiente), se acepta implícitamente su toxicidad, sin ninguna connotación negativa asumiendo que forma parte de la naturaleza, de la biodiversidad. Sin ningún género de dudas, se trata de una calificación absolutamente correcta, aunque subliminalmente discriminatoria respecto de la contaminación natural, igualmente derivada de procesos totalmente naturales como consecuencia de la geodiversidad.

Como conclusión, no debe olvidarse que la geología es una ciencia fundamental para comprender la dinámica y el comportamiento de nuestro planeta, gestionar sus recursos de forma sostenible y prevenir riesgos naturales, afrontando con conocimiento de causa los retos que plantea el cambio climático y la ordenación del territorio. Un mayor conocimiento elemental de la historia geológica de nuestro Planeta, introduciendo las mejoras necesarias en los planes educativos, permitiría entender mucho mejor el mundo que nos rodea y adquirir una capacidad de análisis más objetiva sobre amenazas medioambientales infundadas.

  • Enrique Ortega Gironés es geólogo
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