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Vista de la bahía de Husavik a través de prados llenos de altramuces Nootka en flor, Islandia

Vista de la bahía de Husavik a través de prados llenos de altramuces Nootka en flor, IslandiaGetty Images/iStockphoto

De herramienta para frenar la erosión a plaga ecológica: la bonita flor violeta que invade Islandia

De no ponerle freno, un estudio estima que en los próximos años la especie podría llegar a cubrir casi una sexta parte del país nórdico

Quien haya viajado a Islandia –siempre que haya sido en una época en la que no esté cubierta de nieve– habrá podido observar que, en muchos de sus prados, una flor violeta rompe el paisaje verde creando una estampa de postal –o digna de ser compartida en Instagram–. Sin embargo, tras ellas se esconde un drama ecológico que está afectando, y mucho, al país nórdico.

En 1940 comenzó a plantarse el Lupinus nootkatensis, también llamado altramuz de Alaska o lupino de Nootka. Esta introducción se llevó a cabo para proporcionar una cobertura eficaz para la tierra erosionada. El fin era mantener unida la tierra volcánica, ya que gran parte de ella terminaba arrastrada hasta el océano Atlántico debido a los fuertes vientos y lluvias que azotan la isla. El duro clima islandés, junto con la actividad volcánica y el sobrepastoreo del ganado habían dejado grandes extensiones de tierra estériles, por lo que se pretendía reforestar esta zona con los altramuces.

Tal y como recuerdan en The Guardian, estas flores de tono azul violáceo fueron introducidas por Hákon Bjarnason, responsable forestal de Islandia tras la Segunda Guerra Mundial, quien las descubrió durante un viaje a Alaska. Estaba convencido de que esta especie podía frenar la erosión del terreno, mejorar el suelo y enriquecerlo con nitrógeno. Con el tiempo, la tierra recuperaría la calidad necesaria para que los bosques islandeses pudieran regenerarse.

Lo cierto es que estas plantas tiene propiedades únicas, como la capacidad de fijación de nitrógeno, que pueden mejorar el suelo captando nitrógeno del aire y enriqueciéndolo, lo que facilita el desarrollo de otras especies vegetales. También son conocidas por su resistencia, ya que se adaptan con facilidad a las duras condiciones islandesas, soportando bajas temperaturas, suelos poco fértiles y vientos intensos.

Colonización del paisaje

La realidad, sin embargo, ha sido otra. Y es que existe un amplio consenso entre los científicos islandeses de que la introducción del altramuz se les ha ido de las manos. Aunque solo ocupa el 0,3 % del territorio islandés, esta planta no ha parado de extenderse por el país y está considerada como especie invasora. De no ponerle freno, un estudio estima que en los próximos años la especie podría llegar a cubrir casi una sexta parte de Islandia.

Sin enemigos naturales ni especies que compitieran con ella, la lupina de Nootka se propagó con fuerza, creando extensos mantos que hoy ocupan amplias zonas del país. Actualmente, estas plantas se encuentran por toda Islandia, desde las áreas bajas hasta las regiones más elevadas, terminando por cubrir las laderas de los fiordos, los campos de lava y otros paisajes protegidos, y convirtiéndose en una auténtica plaga. No obstante, el llamativo color violeta de los prados se han convertido en todo un atractivo turístico en los meses de junio y julio.

Los altramuces se expanden con gran agresividad, desplazando a plantas nativas de crecimiento lento como musgos y líquenes, lo que en algunas zonas deriva en una notable reducción de la biodiversidad y en la alteración del equilibrio natural de los ecosistemas islandeses.

En las áreas del sur de Islandia donde el altramuz se introdujo por primera vez, la capa de musgo que creció bajo sus flores llegó a ser tan densa que la planta perdió su capacidad de reproducirse, permitiendo que la vegetación autóctona volviera a ocupar el terreno. No obstante, los expertos señalan que este fenómeno solo se repetirá en ciertos lugares, por lo que la expansión y dominio de los altramuces continuará en gran parte del país. A estas alturas, aseguran, ya no es viable erradicar la especie. La estrategia más efectiva sería limitar su avance y evitar que penetre en áreas de especial valor ecológico y alta biodiversidad.

Desde Guide to Iceland remarcan que los lupinos en Islandia representan a la vez la mano del ser humano y la capacidad de la naturaleza para adaptarse: «Actúan como un recordatorio del frágil equilibrio que requieren los ecosistemas islandeses para preservarse». Para habitantes y turistas, son una fuente de belleza, pero también de reflexión, puesto que muestran cómo incluso las decisiones tomadas con buenas intenciones pueden desencadenar efectos profundos y duraderos.

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