
The White Lotus se despidió de la tercera temporada con un capítulo especial de hora y media de duración
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¿Por qué decepciona el último capítulo de 'The White Lotus'?
Presagios repetidos, distracciones y provocaciones a cámara lenta pueblan los 90 minutos que abarcan el final de la tercera temporada
Contiene spoilers del final de la tercera temporada
En una reciente entrevista con The Hollywood Reporter, el creador de la serie Mike White se irritó ante la idea de que The White Lotus se convirtiese en una fórmula. Pero por mucho que proteste, la tiene. Siempre se insinúa una muerte en el primer episodio y la narrativa se ve impulsada por el descubrimiento de lo sucedido.
Su representación de los ricos despreocupados, su estructura de misterio y sus escenas de sexo transgresor están a la orden del día en cada uno de sus capítulos. No así, en el último de la tercera temporada, que para muchos ha consistido en 87 minutos de provocaciones a cámara lenta, distracciones y repetidos presagios relacionados con el tiroteo del principio. Muchas historias prometedoras de narcisistas consentidos que simplemente se han disuelto sin un desenlace propio como por arte de magia.
Saxon Ratliff (Patrick Schwarzenegger) parecía tener la trama más interesante de la serie, como un hermano alfa materialista odioso cuyos ojos se iban abriendo gradualmente a los significados más profundos de la vida a través de las drogas, la espiritualidad y (hasta cierto punto) el incesto, pero su viaje queda prácticamente sin resolver.
Lo mismo sucede con su padre, Timothy (Jason Isaacs), que durante ocho capítulos vive con la diatriba de envenenar a su familia y suicidarse para acabar asumiendo de forma aburrida sus errores financieros –y sin conocer lo realmente interesante de la trama: la reacción de todos ellos al enterarse de su bancarrota–. Solo su mujer Victoria (Parker Posey) se siente la justa vencedora de la familia. Una semana en Tailandia y ha aprendido a vivir sin lorazepam y ha recuperado a su hija de las feroces fauces del budismo.
Rick (Walton Goggins) y Chelsea (Aimee Lou Wood), al menos, consiguen lo que querían, aunque con cierta ironía. Rick llegó a Tailandia para matar al hombre que mató a su padre, solo para descubrir, demasiado tarde, que el turbio empresario estadounidense que le habían enseñado a creer que era el asesino de su padre era en realidad él mismo. Así, al dispararle dos balas al pecho a Jim (Scott Glenn), se convierte, de forma paradójica, en la persona que había buscado todo el tiempo.

Fotograma de The White Lotus
Pero cobra el alto precio de perder a su compañera de vida, quizás el personaje que más simpatía ha despertado en esta tanda de capítulos. La única, por otra parte, que intenta abrazar esa filosofía que impregna el título del capítulo, Amor fati –amor al destino–, y que anima a aceptar lo que nos sucede sea bueno o malo y a encontrar un propósito incluso en la circunstancias más difíciles.
The White Lotus también es culpable de una sentimentalidad inesperada, insinuando más muertes solo para estremecerse y dar a varias historias un final optimista como la que White describió como una «mancha rubia» – sobre la falsedad de tres amigas– acabó con un monólogo poco sentido y sin contenido que surgió de la nada y dependió completamente de la capacidad de Carrie Coon (como Laurie) para elevar el material a través de pura fuerza de voluntad.

Walton Ggoggins y Aimee Lou-Wood, en The White Lotus
En algún momento del final, cuando parecía que –por fin– la mitad del reparto iba a morir, hay quien estuvo a punto de acusar a Mike White de confundir su fiable y excelente cinismo con un nihilismo mucho menos intrigante. Donde falla la última temporada de The White Lotus es en su intento de establecer un contraste entre los estadounidenses desmoralizados y la renovación espiritual que buscan en un destino turístico que solo existe para replantear cínicamente la espiritualidad oriental de la clase pudiente.
Parece que se aferra a un punto profundo sobre el consumismo y las necesidades emocionales que el dinero no puede satisfacer. O sí, porque también demuestra que es más fácil vivir con tus defectos cuando tienes dinero para hacerlo. Nadie mejor que Gaitok (Tayme Thapthimthong), guarda de seguridad que solo avanza en su carrera profesional rompiendo con el mantra budista que encabeza su religión (la condena de la violencia) y Belinda (Natasha Rothwell), convertida en aquello que le impidió a ella cumplir su sueño en la primera temporada de la serie.
Para muchos, el final feliz que ambos se merecen, pero que dejan entrever que hasta el carácter más honrado es capaz de dejarse corromper por la cantidad de ceros adecuada. Una vez más la fórmula de sus dos temporadas anteriores se repite y demuestra, como dirían Oscar Wilde y Howard Hughes, que todos tenemos un precio. Solo es necesario saber cuál.