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El espía español Jaime Rocha

El espía español Jaime Rocha

ENTREVISTA

Jaime Rocha, el espía que surgió de Cádiz

Hablamos con el agente del CESID al que encargaron encontrar a Gadafi y que acaba de ganar el premio a la mejor novela de ficción histórica en los 'International Latino Book Awards' por el relato de aquella misión

Operación El Dorado Canyon es el nombre de la misión con la que Estados Unidos pretendía acabar en 1986 con el líder libio Muamar el Gadafi, en la que el agente del CESID, Jaime Rocha (Marruecos, 1942), participó como único informador. Una historia que treinta años después ha terminado siendo una novela escrita por su protagonista y que recientemente ha sido premiada en los International Latino Book Awards como mejor novela de ficción histórica.

No es la primera obra de este espía que surgió de Cádiz y que atiende a El Debate durante su participación en el Congreso de Católicos y Vida Pública CEU. Además de su primer libro, una compilación de sus artículos en prensa, también es autor de El Muro (Doble Identidad), sobre sus años en la antigua Checoslovaquia durante la época de la caída del Muro de Berlín. Ha empezado una tercera novela y tiene en proyecto otras recopilaciones de artículos, además de unas Memorias en las que quiere mostrar otros aspectos de sí mismo, más allá de su vida en la Armada.

 Usted es militar, capitán de navío. ¿Cómo llega un oficial de marina a convertirse en espía? ¿Tenía alguna cualidad que llamara la atención del CESID?

– Debía de tenerla porque cuando estaba destinado en Rota en la escuadrilla de aviones Harrier en el 78 unos compañeros que ya estaban en el CESID vinieron a buscarme. El CESID acababa de fundarse un año antes con la fusión del servicio de inteligencia del Alto Estado Mayor con el de presidencia del Gobierno. Yo les pregunté qué se hacía y me dijeron que ya me enteraría. También les pregunté si yo servía y me dijeron que sí, que me conocían bien, y lo tercero que les pregunté es si se ganaba más dinero y me dijeron que no. No tardé mucho en dar el sí y al final estuve 28 años, así que mucho no se equivocaron.

 ¿Usted quería ser espía o se lanzó a la aventura?

– Nunca se me había ocurrido. Es más, yo hice un curso de Inteligencia con la Armada. Entonces vivía todavía mi padre. Mi padre era militar y me aconsejó que no me metiera en esto, pero no le hice caso. Yo creo que fue una de las pocas cosas en la vida en que no le hice caso a mi padre. El caso es que di el paso adelante.

El mejor servicio de inteligencia es el Mossad

 ¿Cómo acepta eso la familia? Usted ya tenía a sus cinco hijos

– La que peor lo ha pasado ha sido mi mujer porque yo salía mucho de casa. Yo no daba ninguna información de adonde iba ni de lo que tenía que hacer porque no podía darla. Ella se quedó sola con los cinco, cuidándolos y educándolos. Lo hizo muy bien porque gracias a Dios son unos chicos estupendos. Fue un trabajo exclusivamente de ella. La peor parte de este trabajo se la ha llevado mi mujer.

 ¿Qué decían sus hijos cuando les preguntaban a qué se dedicaba su padre?

– Ellos sabían que yo era marino. Lo de la marina lo tenían bastante asumido. Como marino también he tenido muchos desplazamientos largos a Estados Unidos. He navegado en el Pacífico y en el Atlántico Norte. En esa época de la Armada tenía ausencias prolongadas, y lo que vino después para ellos era un poco más de lo mismo. Eran pequeños todavía y no hacían preguntas.

 ¿Cuál es el mejor servicio de inteligencia en el mundo?

– Yo creo que el Mossad, Yo tenía cierta amistad con quien era el representante del Mossad en Madrid en la época en que yo estaba en el gabinete del general Manglano, que fue el auténtico creador del servicio de inteligencia español, desde el régimen interno, pasando por las instalaciones, siguiendo por las misiones y terminando por poner el servicio de inteligencia en el mapa con una calidad y una profesionalidad magnífica. Decía que tenía tanta amistad con aquel agente del Mossad que yo tenía un chalet de veraneo en el Puerto de Santa María y le daba las llaves de mi casa y se iba allí con su familia a veranear. Teníamos una relación personal bastante buena. Hacíamos operaciones conjuntas y ellos siempre han tenido disponibilidad para todo. Son grandes profesionales y siempre tuvieron muy claro lo que tenían que hacer. Hacen operaciones muy bien organizadas, con muchos medios. Nosotros en ese aspecto estábamos un poco por debajo en cuanto a disponibilidad económica, pero no en cuanto a profesionalidad y gente preparada.

 ¿Y el peor servicio de inteligencia?

– Del peor podríamos decir si hablamos de los que eran más amigos o menos. En ese mundo no hay amigos o enemigos. Se trabaja según las circunstancias con unos y con otros. Tuve algún incidente en una época primitiva al poco tiempo de entrar con lo que era la Stasi de la Alemania del Este. Tuvimos problemas con ellos. No quiero decir que fueran malos, sino que sus intereses y los nuestros estaban contrapuestos.

Jaime Rocha en la Feria del Libro

Jaime Rocha en la Feria del Libro

 ¿Qué hay precisamente de lo que se suele decir de la Stasi o de la KGB, eran tan terribles?

– Yo he escrito dos novelas que son autobiográficas, en la segunda de ellas, que se llama El Muro, se trata de los cinco años que estuve destinado en Checoslovaquia durante la época de la caída del Muro, donde cuento un episodio de la Stasi en el que ellos mismos envenenaron a dos de los miembros que componían su célula. No perdonan mucho. No se les puede llevar la contraria. Si se revelan contra lo que les manda pues… pero sigue pasando hoy en día porque de vez en cuando vemos en la prensa que en Inglaterra algún desertor del KGB o alguien que ha hecho algo en contra de ellos resulta que acabado tomando polonio y han acabado con su vida. Algún caso reciente también conozco. Siguen empleando ese sistema y eso no es lo habitual o, por lo menos, no pasa en los servicios nuestros.

La Stasi era el servicio secreto de la Alemania del Este y deja de existir después de la unificación, pero sí que es verdad que los servicios secretos rusos siguen siendo igual de operativos que lo han sido siempre y siguen teniendo los mismos objetivos, es decir, los países occidentales. La guerra fría como tal se terminó o se dice que se terminó con la caída del Muro. Entonces algunos países del este se integran en la Europa occidental. Ese era uno de los objetivos que teníamos precisamente nosotros cuando estábamos allí en Checoslovaquia en aquella época: lograr la integración de esos países. Pero ahora mismo hay otros intereses y otro actor que antes no contaba mucho y que es la gran potencia del XXI. Al entrar en escena China y sus servicios secretos y sus intereses económicos y su expansión por toda Suramérica y África y por donde pueden, han cambiado los escenarios y algunos actores, aunque sigue existiendo aquella guerra fría, afortunadamente fría, porque además China está construyendo una Armada que duplica a la de los Estados Unidos. No es una guerra abierta, pero sí continúa esa amenaza latente.

 En El Caso Bourne, una conocida película de espías, un hombre que no recuerda quién es empieza a descubrir, entre otras cosas, que es propietario de una caja de seguridad en un banco suizo con decenas de pasaportes con diferentes nombres y distintas nacionalidades, ¿se reconoce en algo así?

– Esa memoria no lo ha recuperado yo todavía. No sé si tengo una caja de seguridad en Suiza. No creo (risas)… Son unas costumbres que se adquieren. Cuando entras en el servicio haces un curso teórico práctico y te enseñan una serie de medidas de seguridad, por ejemplo, era obligatorio ir siempre armado, yo llevaba un revólver del 38 en una tobillera y además el jefe de seguridad de vez en cuando te paraba y te decía, «a ver, enséñame donde llevas el arma», y te preguntaba si estaba cargada y demás. Yo llevaba a mi hijo a la universidad en el coche y bajaba antes al garaje para revisarlo. Lo miraba todo, arrancaba y si no pasaba nada lo llamaba y nos íbamos. Esos hábitos de seguridad una vez que los adquieres después es difícil deshacerte de ellos. Incluso recuerdo los largos pasillos del metro. Las curvas yo las tomo abiertas para tener mayor visión de quién viene de frente (risas) son cosas que te enseñan en ese momento y luego ya forman parte de ti. Todo eso pasa. Lo adquieres y es ya para toda la vida.

El general Manglano me decía que no quería que les contara lo que había pasado sino lo que iba a pasar

 ¿Cuántos idiomas habla? 

– Pues hablaba, porque hace hace ya muchos años que dejé de utilizarlos. Yo volví de Checoslovaquia en el 94, luego estuve en Estados Unidos en el 95 y 96, pero prácticamente desde el 96 no he tenido trabajo en el extranjero. Yo tenía francés e inglés reconocido y esa fue una de las razones por las que entré en el gabinete de Manglano para llevar relaciones con servicios extranjeros.

 ¿Cuál es la situación más peligrosa en la que se ha visto envuelto?

– Ha habido varias. En mi primera novela cuento cómo me mandaron en la Operación el Dorado Canyon a localizar a Muamar el Gadafi durante el bombardeo del 86. Entrar y salir para un extranjero occidental de un país en guerra es difícil por muy camuflado que uno vaya. En ese caso yo me hacía pasar por ingeniero de una empresa que tenía intereses allí. Durante casi todo el tiempo no tuve grandes incidencias salvo alguna parada y registros de rutina, pero la salida sí fue complicada porque en el aeropuerto, cuando ya iba a tomar el vuelo a Roma, había personas que me conocían por otro nombre. Luego en Marruecos en una ocasión tuve que salir corriendo con la policía detrás y cogimos un avión en Tánger y salimos de allí, en fin… Sí que ha habido momentos difíciles, pero al final lo conseguimos y aquí estamos (risas).

 ¿Qué es lo que tenía que hacer generalmente en sus misiones?

– La mayoría de los casos era traer documentación clasificada de distintos países y hacer pagos en efectivo a los confidentes que teníamos en la zona del Magreb, lo que yo llevé durante tres años. Dentro del servicio hay muchas funciones distintas. El trabajo en los años en que yo llevaba las redes clandestinas del Magreb era fundamentalmente viajar a esos países, hacer pagos en efectivo, coger documentación y sacar esa documentación. Luego en Checoslovaquia mi labor era informar de la evolución que estaban teniendo aquellos países con lo que empieza con el sindicato Solidaridad en Polonia con Lech Walesa, la intervención del Papa Wojtyla o la intervención de la iglesia checoslovaca. Yo tenía allí una buena red de informadores y pasaba información a mi servicio y a otros servicios occidentales de lo que iba a pasar. El general Manglano me decía que no quería que les contara lo que había pasado sino lo que iba a pasar. Era un poco complicado pero la verdad es que no fue mal del todo.

'Operación el Dorado Canyon' y 'El Muro', novelas de Jaime Rocha

'Operación el Dorado Canyon' y 'El Muro', novelas de Jaime Rocha

 ¿Ha conocido a alguien que se dedicara a eliminar objetivos?

– He conocido a muchos compañeros de otros servicios de inteligencia occidentales, amigos entre comillas, porque aquí no hay amistades, hay intereses comunes, pero cuando se termina una operación cada uno va a lo suyo. En cuanto a lo de eliminar viví ese episodio de la Stasi. Yo no supe nunca quienes fueron. Uno murió en un hospital en Málaga. Trabajaba como guía en una agencia de turismo. Movía autobuses de turistas alemanes a la Costa del Sol. Se indispuso y lo llevaron al hospital y allí murió. Le hicieron la autopsia y descubrieron que lo habían envenenado. El otro murió en una pensión de Cádiz que se llamaba El Mesón del Duque en la calle Ancha de Cádiz. apareció muerto por envenenamiento. Nunca supimos quién lo hizo.

 Usted es gaditano

– Yo soy nacido en Marruecos, criado hasta los doce en Valencia y luego en Cádiz. Estoy casado con una gaditana y mis hijos son gaditanos , aunque he vivido en muchos partes del mundo.

 No tiene acento andaluz. Esto le habrá venido bien a la hora de interpretar sus personajes

– La verdad es que sí me ha venido bien para mi profesión criarme en diferente sitios porque no tengo acento de ningún sitio definido.

 ¿Cuál es la identidad más difícil que ha tenido que interpretar?

– La identidad difícil fue la de Libia. Iba como ingeniero de una empresa. Me valía de la logística de esa empresa. Tenían un piso cerca de la Plaza Verde, coches, cámara de fotos con teleobjetivo y todo lo que yo necesitaba. Tenía un colaborador que era ingeniero de la empresa. Alguna vez me han hecho preguntas relativas a esas profesiones. Me acuerdo perfectamente de una vez con Abdelaziz, que era el presidente del Polisario, en una visita que hizo a España. A otro colaborador mío se le ocurrió decir que yo había sido el ingeniero que había construido el puente de El Aaiún, y menos mal (risas) que en mi época de la Armada había visitado el puerto. Me preguntó Abdelaziz cómo había conseguido salvar aquellas mareas tan vivas y le dije que igual que se hizo el desembarco de Normandía: con unos pilares huecos que estaban hundidos en tierra y luego había dentro otros pilares oscilantes que eran los que movían el pantalán… en fin. Me han puesto en algún apuro. He tenido suerte porque conocía el tema o he salido airoso porque he podido inventarme cualquier cosa.

Miedo no puedes tener porque te paraliza y te delata

 ¿Se acostumbra uno a ese cambio constante de identidad?

– Me preguntan algunas veces si miento bien y digo que sí porque me iba la vida en ello. Tengo que mentir bien. Yo tenía ciertas reglas como, por ejemplo, los nombres, cuyas iniciales eran siempre JR, podía llamarme Juan Rodríguez o José Ramos. Luego cogía una personalidad de algún amigo que conocía y que tenía una profesión que más o menos sabía de qué iba. Siempre tuve la precaución de aprenderme esas personalidades. Yo cambiaba de identidad con mucha frecuencia. A mí me han tenido horas en una gendarmería en Marruecos en un interrogatorio, con una identidad falsa. Fue la vez que tuve que salir en avión desde Tánger porque nos fueron siguiendo durante todo el camino y aquello se complicó. Yo durante el interrogatorio mantuve la serenidad e interpreté la personalidad que llevaba conmigo. Gracias a eso pude superarlo. Miedo no puedes tener porque el miedo te paraliza y te delata.

 ¿Cada cuánto tiempo cambiaba de identidad?

– Yo iba cada mes, más o menos, a la Comisaria General de Documentación y allí entregaba la documentación de mi identidad antigua y me daban la de la nueva.

– ¿Cómo surgió lo de escribir sobre su vida de espía?

– Era un testimonio escrito que quería dejarle a mi familia, pero resultó que lo leyeron amigos escritores y me animaron a publicar.

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