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02 de mayo de 2024

Adrien Brody como Arthur Miller y Ana de Armas como Marilyn Monroe en 'Blonde'

Adrien Brody como Arthur Miller y Ana de Armas como Marilyn Monroe en 'Blonde'GTRES

'Blonde', la historia de ficción que hiere la nueva sensibilidad de ficción

El efecto sobre algunos espectadores de la película de Andrew Dominik basada en la novela de Joyce Carol Oates es una muestra de la superficial candidez de los tiempos

No hace mucho tiempo, apenas medio siglo, los españoles, aún vivientes bajo la censura del franquismo, viajaban a Francia para ver El Último Tango en París. La película de Bertolucci ha sido convenientemente cancelada en estos tiempos de puritanismo ocultista, después de que se hicieran hasta peregrinaciones naturales, espontáneas, para ver las tribulaciones de un maduro Marlon Brando y su relación destructiva y sórdida con una joven parisina.
Del escándalo de los poderes al escándalo del pueblo que ya no va de excursión porque nadie más que él le censura. Una sociedad enseñada a censurarse no necesita dictadores que la vigilen. Cada miembro de esta sociedad es su propio dictador. Y si no, siempre lo puede ser el compañero o el vecino. En apariencia la libertad campa a sus anchas por todas partes, incluidas las plataformas de streaming que muestran toda clase de contenidos. Pero la censura ya no está en la previsión sino en la interpretación, en el mismo espectador censor con los límites aprehendidos.

Una vida difícil

El dogma sobre los hechos. La inmoralidad que ya no solo ataca al conservadurismo, sino también, mayormente, a la progresía: todo el espectro. Javier Krahe cocinó un Cristo de madera que toda su «fe» consideró una manifestación artística. Los católicos denunciaron la ofensa y la justicia no lo consideró como tal. Fue una suerte de victoria del arte contra la represión, o así fue considerado por todos los amantes de la «cocina», que sin embargo hoy arden con sus propios «Cristos» al fuego.
Marilyn «crucificada» en una ficción literaria y cinematográfica es demasiado para las impresionables mentes del presente, que hoy no hubieran viajado ávidas de libertad y de la morbidez de las temáticas y de las escenas bertoluccianas. Muchos no quieren saber nada, casi incomprensiblemente, sobre la posibilidad de que la protagonista de Los Caballeros las prefieren Rubias tuviera (que la tuvo, más allá de la ficción de Oates y de Andrew Dominik) una vida difícil que no concluyese con un suicidio, entre otras posibilidades irresolutas.
En el mismo The Guardian califican al personaje de la actriz como «triste y fea», a pesar de la más que notable belleza física y psíquica con la que Ana de Armas dota al personaje. Una «comercialización» de la mujer como «fracasada» es la visión que se tiene de una obra más real de lo que su propia historia cuenta. Uno de los mejores amigos de Marilyn Monroe, el escritor Truman Capote, casi dos almas unidas por el abandono paterno y familiar, crecidas sin afectos, hizo de ella un retrato (en una sola jornada que pasaron juntos), cuya esencia no difiere del pobre carácter trastornado y manejable que refleja Blonde:
«La luz se iba. Marilyn parecía esfumarse con ella, mezclarse con el cielo y las nubes, disolverse a lo lejos. Quise elevar mi voz sobre los chillidos de las gaviotas y llamarla para que volviese: ¡Marilyn! ¿Por qué todo tuvo que acabar así, Marilyn? ¿Por qué? ¿Por qué la vida tiene que ser tan terrible?».

El puritanismo que se incomoda

La visión de un escritor, el íntimo amigo que la llamó Una adorable criatura, que coincide con el de una escritora que vivió de cerca, contemporáneamente, en su tiempo, en las revistas, en la televisión, en el cine, en los periódicos, el transcurso de una vida extremadamente pública en la extravagancia del sufrimiento imposible de contener delante de todas esas cámaras que la contemplaron y filmaron durante buena parte de los escasos 36 años que vivió. La «cocina» de una Marilyn elevada a los altares de lo políticamente correcto por su propia doctrina, ese puritanismo que se incomoda (no solo por la realidad, sino también por la ficción que rechaza: «repugnante», «necrofílica» y «antiabortista» son algunos de los calificativos de espectadores y medios especializados y escandalizados) y que ya ni siquiera necesita «profetas», pues ya está en el acervo cultural de una sociedad íntimamente totalitaria.
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