Sara Jaramillo Klinkert, durante su entrevista con El Debate
Entrevista
Sara Jaramillo: «He abandonado la idealización de la naturaleza. El mundo ideal no existe»
La escritora colombiana, una de las voces clave de la nueva narrativa iberoamericana, narra en Escrito en la piel del jaguar la osadía de dos citadinos que deciden empezar una nueva vida en la selva
Fuerte acento paisa («Parezco una lora mojada de lo mucho que hablo») y sonrisa omnipresente, incluso cuando habla del mal que asola su patria, el narcotráfico. Un dolor que conoce de cerca: al padre de Sara Jaramillo Klinkert (Medellín, 1979) lo asesinó un pistolero cuando tenía 11 años. No estaba delante en ese instante pero sí vio días antes cómo dos hombres perseguían en moto el coche en que iba con su familia. Delante, sus padres; detrás, sus cuatro hermanos y ella. En la moto, el conductor llevaba una pistola y el de atrás una metralleta. «Vi a los sicarios y sus tatuajes. A cada uno le pendía un rosario del cuello».
Tuvieron que pasar treinta años para que pudiera hablar (y escribir) sobre el tema. Y fue el celebrado escritor Héctor Abad Faciolince, que había hecho lo mismo en El olvido que seremos –plasmar la vida y asesinato de su padre, Héctor Abad Gómez– quien «la descubrió» y le dio su primera oportunidad publicando Cómo maté a mi padre, publicada después por Lumen en 2020.
Comunicadora social, periodista y profesora de narrativa, Sara Jaramillo se ha convertido en una de las revelaciones de la literatura iberoamericana contemporánea. Tras obtener el XXVI Premio San Clemente con su novela Donde cantan las ballenas, regresa a las librerías con Escrito en la piel del jaguar, una ficción en la que imagina a una pareja obsesionada con el dinero que se instala a vivir en un lugar idílico frente el mar; un lugar en el que, por otra parte, vive una buscadora de agua de quien se dice que tiene el poder de atraer a los jaguares.
Escrito en la piel del jaguar (Lumen) es el nuevo libro de Sara Jaramillo Klinkert
–Escrito en la piel del jaguar habla especialmente de ese salir a la ciudad y llegar a la naturaleza con cierta idea ingenua. ¿Vamos por decisión o es el entorno el que nos llama y atrae?
–No sé si todo el mundo es como yo, pero siento que muchas personas tienen esta visión idílica sobre retirarse a un lugar tranquilo, vivir allí sin responsabilidades y día a día cultivar el alimento. En teoría es muy bonita esa idea, pero otra cosa es llevarla a la práctica; me interesan mucho esas historias y desde la literatura las he perseguido, buscando siempre libros con esa temática (y también películas). Aunque soy de Medellín, en el fondo tengo alma de ermitaña, y por eso me compré una cabaña en la costa, aunque sé que eso de retirarse nunca sale bien. Está alejada de la civilización, frente al mar, y llegué en bicicleta por accidente, porque ni siquiera hay carreteras para llegar... y me enamoré de ese sitio.
–¿La localidad de Puerto Arturo de la novela es entonces un reflejo de tu cabaña?
–Eso es, es una cabaña muy sencilla, tal y como la describo en el libro: no tiene paredes, no tiene ventanas, no tiene puertas. Es muy abierta y está entre el mar y el bosque, insertada en su ambiente, y pasó allí temporadas largas, porque es tan difícil llegar que si uno va tiene que quedarse mínimo un mes. Empecé a conocer la dinámica de la región, los personajes que habitan allá, totalmente incomunicados: el celular no funciona, no hay wifi, no hay agua. Eso hace que afloren personajes muy particulares. Hay curanderas, hay brujas, hay de todo: es una tierra llena de historias, y sentí la necesidad de ponerlas por escrito, por ello digo que el libro está «inspirado en hechos reales». No ha sido fácil darle un hilo narrativo a lo que ocurre allá, que no se revela hasta el final de la historia.
–La naturaleza es «un lugar hermoso y terrible». ¿Qué nos ha sucedido al vivir alejados de nuestro hábitat natural?
–En la ciudad estamos muy acostumbrados a ver la naturaleza por televisión, en fotos, en postales y en redes sociales. Ahí la naturaleza es muy inofensiva, es solamente bonita. Pero no es así: un mar abierto, un mar salvaje donde no hay espolones que lo contengan, es muy impresionante. La sequía que se vive en algunas zonas es mortal: viven todo el año del agua que recogen en la corta temporada de lluvias, y hay quien se muere literalmente de sed. ¡Nosotros no sabemos lo que es eso! Todo parece idílico, pero tiene sus dificultades, y nos iguala a todos: ante un animal salvaje da igual quién seas o cuánto dinero tengas, vas a morir igual. Lo idílico tiene un precio. La naturaleza es muy caprichosa. Un amigo inglés que vino conmigo me dijo: «Creo que la selva me gusta más en los libros». Estaba muerto de miedo.
–Hablas de «la mirada miope de los citadinos que pretenden habitar un entorno salvaje». ¿Hay cierta condescendencia en nuestra forma de mirar lo rural?
–Uno llega a la ciudad y cree que se las sabe todas y que puede solucionar todo, porque en la ciudad todo se soluciona fácilmente con dinero. Pero en la naturaleza hay dificultades que uno no sabe resolver, porque no tiene las herramientas para resolverlas. Y resulta que en el asentamiento de las personas que viven allí, que es muy chiquitita, muy endogámica, ellos son los que le enseñan a uno. Sin ellos uno no puede sobrevivir allá. Ha sido un aprendizaje muy bonito, muy humilde y en el que he comenzado a valorar todo ese conocimiento ancestral.
–Los protagonistas, Lila y Miguel, se embarcan en debates interminables sobre «si la gente allí vive mal o bien». Tienen miedo de volverse como ellos y, a la vez, hay un blanqueamiento de la pobreza y de ese «ser feliz en toda situación» en este tipo de dinámicas.
–Hay mucha ingenuidad. Pero por supuesto que ellos sufren y lo pasan mal. Por un lado lo consideramos un paraíso, y por otro las condiciones de vida son durísimas. Hace muchísimo calor y hay una humedad del 90 %, y sin embargo no hay agua potable. En la temporada de lluvias no se puede salir de allí ni en burro, porque no hay carreteras y todo se convierte en lodo. Los niños no pueden ir a colegio. Y a la vez en la novela hablo de cómo es la mente de un niño que nace y crece allá, el espíritu y la imaginación que tiene quien vive en un sitio tan virgen (lo he comprobado en talleres literarios que he hecho con ellos), que en la novela está encarnado en Tilda. En la realidad, los habitantes de un lugar así están encerrados, están atados por sus condiciones de vida: las mujeres se embarazan muy temprano, hay problemas de machismo, hay adicción al alcohol. Nada es tan idílico.
Los habitantes de la selva están encerrados, están atados por sus condiciones de vida: las mujeres se embarazan muy temprano, hay problemas de machismo, hay adicción al alcohol. Nada es tan idílico
–Hay temas como los conceptos de religión y magia, la violencia machista, el cambio climático, las clases sociales y el racismo, cómo se habla del dinero, la mafia y la economía sumergida… ¿La consideras una novela de crítica social?
–Mi gran reto con esta novela era soterrar todas esas realidades que ocurren en ese lugar, donde hay paramilitares, hay guerrilla. Cuando yo hablo de «ellos» me refiero a los paramilitares. Lo que pasa es que esa palabra no se puede nombrar... los que viven allí tampoco los nombran.
–¿Todavía hoy es así, no se puede nombrar?
–«Paramilitares» es una palabra prohibida, porque de verdad son fuerzas ocultas, como las describo en el libro. Llevo muchos años yendo allá y nunca he visto a un paramilitar, pero sé que están pendientes de absolutamente todo lo que ocurre. Yo quería denunciar el paramilitarismo y el narcotráfico, porque esa costa es un punto de entrada y salida de droga. También el machismo, la violencia, el embarazo en niñas... Aparentemente en la novela pasan pocas cosas, pero detrás de cada narración está sucediendo todo: chocan las realidades de Lila y Miguel, que llegan desde la ciudad con una visión muy racionalista, con la de personajes como Tilda, cuya realidad es bonita y fantasiosa y cree en cosas como en el poder curativo de la sangre de dragón. Y entre ellos, lo que realmente ocurre, escondido y soterrado hasta que explota al final.
–¿A ti no te supone un problema entonces hablar abiertamente del paramilitarismo y del narcotráfico?
–Bueno, esa fue una de las razones por las que decidí inscribir la historia completamente en ficción, cambiar el nombre del lugar y de los personajes, y tratar de que nadie lo ubicara. He tratado de guardarme un poco las espaldas, pero a nadie debería sorprenderle a estas alturas que conozcamos la existencia de los paramilitares.
–Dice en la cubierta: «Descubierta por Héctor Abad Faciolince». ¿Cómo es tu relación con él?
–Héctor, además de ser un grandísimo escritor, y también colombiano, tiene una editorial independiente allí en Medellín, que es la ciudad donde ambos vivimos. Como todas las editoriales independientes, es muy chiquitita, cuida mucho su trabajo y selecciona muy bien a sus autores. Y yo tuve la fortuna de que él fuera la persona que leyó mi primer libro, Cómo maté a mi padre... y decidió publicarlo. Realmente yo me di a conocer como autora y mi voz comenzó a oírse gracias a Héctor, y vivo muy agradecida con él.
–A tu padre lo asesinaron cuando tú tenías 11 años. Decías que escribir sobre ello en Cómo maté a mi padre te había permitido superarlo de alguna manera. ¿Qué te ha permitido aprender Escrito en la piel del jaguar?
–Lo que me parece maravilloso de poder escribir es que yo pienso con la mano, reflexiono acerca de las cosas cuando las estoy escribiendo. Escribir te obliga a un ejercicio de introspección muy grande: hay que entender los temas antes de escribir sobre ellos, hay que darles un orden, darles una estructura. En concreto este libro me ha hecho entender cómo viven los nativos, porque es fácil criticarlos o menospreciarlos, como si nosotros tuviéramos la verdad revelada. Pero este libro me los ha puesto en un altar, a la vez que he abandonado la idealización de la naturaleza. El mundo ideal no existe.
–En El olvido que seremos, Héctor Abad Faciolince escalaba su vivencia personal haciendo una comparativa con la realidad política y social del país. Tú te centras en lo personal. ¿Crees que lo personal es político?
–Lo personal es político. Y a mí personalmente me gusta mucho narrar desde desde lo personal, hacer las denuncias que tengo que hacer. Lo hago en los libros, lo hago en mi columna de prensa. Pareciera que siempre estoy hablando de mí, y en realidad uso mi experiencia para evidenciar las cosas. Creo firmemente que lo personal es político y voy a seguir haciendo denuncias desde mi experiencia personal.
Creo firmemente que lo personal es político y voy a seguir haciendo denuncias desde mi experiencia personal
–Dices que Colombia está lleno de pequeñas tragedias irresueltas, de ausencias, de dolor, de violencia... ¿Es un país que duele?
–Fue muy bonito para mí como autora darme cuenta, sobre todo cuando se publicó Cómo maté a mi padre, de que es algo común a todos. Esa historia que yo pensaba que era tan mía, que había cargado durante tantos años, tan sola, con tanto dolor, empecé a compartirla con cientos de personas que habían sufrido lo mismo. Desde lo personal es más fácil empatizar y llegar al corazón del otro, porque el otro lee tu historia personal, pero en realidad se lee a sí mismo, lee su propia tragedia o lee su propia ausencia. Ese nivel de empatía que se genera desde lo personal es más fuerte, más potente.
–En tu anterior libro decías que habían sido claves en su escritura Toni Morrison, Joan Didion y Manuel Vilas. ¿Y ahora?
–Siempre he tenido mucha fascinación por este tipo de historias y me he leído muchos libros con esta temática. Como grandes referentes tuve a un autor colombiano que se llama Tomás González, con Primero estaba el mar: es uno de mis libros favoritos de la vida y fue un muy faro para mí durante la construcción de esta historia. También el autor español Santiago Lorenzo, con Los asquerosos.
–Aunque el pueblo español y la selva colombiana tienen poco que ver...
–Sí, pero la situación anímica del personaje termina siendo parecida. Es una historia sobre cómo enfrentarse a lo desconocido y construirse una vida al margen, ya que eso es igual en el trópico, en la selva, en el desierto y en un pueblo español. Los sentimientos humanos son universales. Después hay otro autor, Paul Theroux, que en La costa de los mosquitos describe la llegada de una familia a «un lugar que no podía existir en ningún mapa»; es una historia alucinante, preciosa. Y después una de mis películas favoritas, Into the Wild, dirigida por Sean Penn. Es la única vez que yo he sentido que una película supera al libro, porque está basada en la historia de Alexander Supertramp, un loco que decide dejarlo todo e irse a Alaska... Pero de verdad, he leído y he visto todos los libros y películas que tienen que ver con esta temática. Debería hacer una lista...
Sara Jaramillo Klinkert, durante su entrevista con El Debate
–Te han bautizado como «la nueva voz de la narrativa latinoamericana». ¿Tú te sientes heredera del boom, del realismo mágico?
–Esos términos me producen. Yo simplemente me considero escritora. El realismo mágico se cuela en mi obra porque soy de Colombia... la gente puede decir de este libro que es realismo mágico porque hay cosas que parecen mágicas, pero todo ocurrió. Lo mismo me pasó cuando escribí Donde cantan las ballenas, que también fue leído, sobre todo aquí en España, en código de realismo mágico, ¡pero mi casa de la niñez fue así! Vivíamos alejados de la ciudad porque la familia era muy grande y mis hermanos son trillizo, y las matas y las plantas y los árboles se metían en la casa, que estaba llena de animales, y las abejas nos invadían y llovía miel del techo. No es una metáfora, es literal.
–Hablar desde lo personal, escribir desde la experiencia, supone también revisitar el dolor. ¿Se puede hacer introspección desde la violencia, como dice Manuel Vilas? ¿Es el dolor creativo? ¿No hace falta una distancia?
–Creo que para narrar el dolor sí hay que tomar distancia. Yo no hubiera sido capaz de escribir el libro sobre el asesinato de mi padre antes; no hubiera sido capaz. Creo que tuvieron que pasar esos 30 años, principalmente porque el dolor, cuando está vivo y lo estás viviendo, se analiza y se siente de una manera, pero solamente el tiempo te muestra qué aprendiste de ese dolor, a dónde te llevó. Desde dentro del dolor no puedes ver las cosas. Horacio Quiroga decía en el Decálogo del perfecto cuentista: «Nunca escribas bajo el influjo del dolor». Cuando uno tiene rabia y se pone a escribir, la embarra. Cuando uno responde en redes sociales con rabia, siempre la embarra. Hay que tener la cabeza fría.
–De hecho con la muerte de tu padre la distancia fue incluso física: fue cuando llegaste a España cuando pudiste hacer frente a su asesinato.
–Sí, y fue importantísima. Yo no sé si hubiera sido capaz de escribir ese libro en Colombia, sabiendo que estaba escribiendo sobre mi mamá, sobre mis hermanos, y verlos por ahí revoloteando en el día a día. Fue muy sano, y fue una decisión muy sabia que agradezco mucho haber tomado. Tomar distancia del país, resguardarme aquí, encerrarme y revivir todo eso y escribirlo me dolió mucho, pero me hizo mucho bien.
–Más allá de los libros o la documentación que estás leyendo cuando te documentas o te empapas sobre un tema, ¿qué te gusta leer?
–Sigo mucho las novedades, me gusta mucho saber qué están haciendo mis colegas, me gusta mucho leerlos. En Latinoamérica se están haciendo cosas muy impresionantes, y estoy muy dedicada a leer autoras. Estoy fascinada con Samanta Schweblin, Fernanda Melchor, Margarita García Robayo... Creo que viene una ola de literatura muy fresca y muy interesante. Acabo de leer Cadáver exquisito, de la argentina Agustina Bazterrica, y aunque no me gustan nada las distopías, todavía no supero ese libro. Pienso constantemente en él.