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20 de abril de 2024

«Una visión tan negativa del espíritu humano no puede sino tener un impacto corrosivo en la sociedad»

«Una visión tan negativa del espíritu humano no puede sino tener un impacto corrosivo en la sociedad»

Masculinidad tóxica: el proyecto de deshumanizar a los hombres

El hecho de que la sociedad occidental haya aceptado el término «toxicidad» para referirse a las personas con tanta ligereza habla de la ascendencia de una visión misántropa de lo que significa ser humano

Recientemente participé en un programa de la BBC sobre misoginia y masculinidad tóxica. Fue una conversación interesante, pero las limitaciones de tiempo dificultaron la explicación del contexto cultural que hace que la masculinidad sea considerada tóxica. En particular, el debate no abordó la influyente narrativa deshumanizadora que subyace a la asociación de la toxicidad con la identidad masculina.
La toxicidad se refiere a la amenaza de contaminación y polución. En su sentido original significaba venenoso y se refería a una sustancia peligrosa y contaminante. Como veremos, estos atributos venenosos no se limitan a la caracterización de la masculinidad. En este texto sostengo que la creciente tendencia a enmarcar una variedad de atributos y relaciones personales a través de la metáfora de la toxicidad forma parte integral del proyecto de rebajar el estatus de la humanidad.
La transformación de un término utilizado para designar una sustancia venenosa contaminante en una expresión retórica ampliamente utilizada para designar la masculinidad puede entenderse como un síntoma de una representación radicalmente nueva del significado de la persona y de la calidad moral de las relaciones entre personas.
De forma casi inadvertida, la amenaza de la polución ha pasado de la ecología a las relaciones humanas. El hecho de que la sociedad occidental haya aceptado el término «toxicidad» para referirse a las personas con tanta ligereza, e incluso de forma irreflexiva, habla de la ascendencia de una visión misántropa de lo que significa ser humano.
En 2018, la palabra «tóxico» fue designada por el Oxford English Dictionary como palabra del año. El OED explica que elige la palabra del año que considera que es la que mejor describe el estado de ánimo del año anterior. También afirma que la palabra debe «tener un potencial duradero» como término de importancia cultural.
Oxford señaló que sus datos mostraron un aumento del 45% en las búsquedas de la palabra «tóxico» en su sitio web en 2018. Katherine Connor Martin, jefa de diccionarios de la empresa en Estados Unidos, dijo que había habido un marcado aumento de interés en la palabra en su sitio web durante el año anterior. Afirmó que el término «tóxico» se eligió menos por razones estadísticas que por la gran variedad de contextos en los que ha proliferado, desde conversaciones sobre venenos medioambientales a lamentos sobre el envenenado discurso político actual o el movimiento #MeToo, con su denuncia de la «masculinidad tóxica».
Martin explicó que el comité se planteó inicialmente elegir «masculinidad tóxica» hasta que se dio cuenta de lo extendido que estaba el uso de «tóxico». «Hay tantas cosas diferentes unidas por esta palabra», afirmó. Así es.
Desde nuestra perspectiva, el término tóxico puede entenderse como una expresión fetiche a través del cual las relaciones de conflicto y tensión se plasman mediante una metáfora de contaminación y daño. Lo que esto significa es que los seres humanos no son sólo responsables de envenenar el medio ambiente, sino también los unos a los otros. La contaminación de la naturaleza y la contaminación moral van en paralelo. Es como si las personas contaminaran todo lo que tocan. Por eso hemos adoptado frases como relaciones tóxicas, padres tóxicos, familias tóxicas, solteros tóxicos, personas tóxicas, amigos tóxicos y compañeros de trabajo tóxicos.
El uso actual de «tóxico» para enmarcar las relaciones humanas surgió a mediados o finales de la década de 1970. La primera referencia que he encontrado al término «familia tóxica» es de 1975, en el Boletín sobre Esquizofrenia del Departamento de Salud de Estados Unidos. En la década de 1980, las referencias al «ambiente familiar tóxico» aumentaron gradualmente. Cada vez más, la familia y las distintas formas de relaciones íntimas se presentaban como la incubadora de enfermedades y comportamientos tóxicos. Susan Smith señaló en su estudio Survivor Psychology que, a mediados de los ochenta, la idea de que la familia era un «vehículo tóxico de transmisión de disfuncionalidad» había adquirido una influencia considerable dentro de la cultura popular estadounidense.
Desde la publicación del éxito de ventas de Susan Forward, Padres que odian (Toxic Parents), publicado originalmente en 1989, ha surgido un verdadero género literario que habla de la prevalencia de las relaciones humanas venenosas. Prácticamente todas las relaciones posibles se asocian ahora con la metáfora de la toxicidad. La metáfora tóxica se ha extendido para describir las relaciones amorosas, las amistades y las relaciones en el trabajo. El título del primer capítulo de Lethal Lovers and Poisonous People: How to Protect Your Health from Relationships That Make You Sick, de Harriet Braiker, resume la actitud del libro ante las relaciones personales: «Advertencia: Esta relación puede ser perjudicial para su salud». Toxic Friends/ True Friends, de Florence Isaacs, amplía el uso de la metáfora tóxica al ámbito de la amistad, y Emociones tóxicas en el trabajo (Toxic Emotions at Work), de Peter Frost, utiliza la metáfora para explicar el malestar emocional causado por las relaciones en el trabajo.
Sin embargo, la aplicación del término tóxico para caracterizar el comportamiento humano se utiliza de modo más sistemático en relación con el comportamiento de los hombres.
Dentro de las instituciones educativas y culturales del mundo angloamericano, el término «masculinidad tóxica» se ha convertido en una expresión asumida para interpretar el comportamiento masculino. El término es redundante, ya que todas las formas de masculinidad se representan ahora como tóxicas. Una revisión de la literatura académica sobre la masculinidad mostrará que el comportamiento masculino se presenta de modo rutinario como inherentemente tóxico. Es difícil encontrar estudios que traten la masculinidad de forma neutral, y no es sorprendente que los lectores concluyan que, como mínimo, los hombres son moralmente inferiores a las mujeres.
El término «masculinidad tóxica» se ha convertido en un término comodín para describir los sentimientos masculinos de tener derecho a ciertas cosas, de ira y de vulnerabilidad, y también el impulso a dominar e intimidar tanto por medios explícitos como encubiertos. En su libro Hombres (blancos) cabreados (Angry White Men), el sociólogo estadounidense Michael Kimmel asocia la masculinidad -especialmente la exhibida por los hombres blancos- como un marcador del comportamiento racista y de extrema derecha. Desde esta perspectiva, la elección de Donald Trump fue alimentada por la masculinidad tóxica.
La entrada del término «masculinidad tóxica» en los debates de los principales medios de comunicación coincide con una tendencia creciente a considerar a los hombres, especialmente a los blancos, como el principal obstáculo para una sociedad justa, «inclusiva» y «diversa». Es importante señalar que no sólo se menosprecia a los hombres, sino también los valores asociados a ellos. Se supone que los discursos alarmistas sobre la «masculinidad tóxica» tienen como objetivo combatir contra la violencia, los privilegios y la agresividad sexual de los hombres. Pero estos discursos son también intensamente hostiles a virtudes como la valentía, la asunción de riesgos, el autocontrol y el estoicismo. Estos valores, antaño celebrados, son tratados ahora como patologías.
La invención de la masculinidad tóxica está motivada por el impulso de patologizar la identidad masculina. Nuestra época se caracteriza por el florecimiento y la celebración de un número creciente de identidades, pero hace una excepción con la identidad masculina. Es una identidad que no puede celebrarse. De hecho, la identidad masculina casi se ha convertido en lo que el sociólogo Erving Goffman, en su ya clásico estudio Estigma, caracterizó como una «identidad deteriorada».
Una identidad deteriorada carece de cualquier cualidad moral valiosa. Es una identidad que invita al estigma y al desprecio. Lo que quizá sea único de la identidad masculina deteriorada es que no sólo se ha devaluado moralmente, sino que también se ha medicalizado. La Asociación Americana de Psicología, por ejemplo, publicó unas directrices para tratar a niños y hombres que presentan explícitamente la masculinidad como un problema médico.
Según la APA, la masculinidad tradicional está «marcada por el estoicismo y la competitividad», para luego asociar estos valores con «la dominación y la agresión». Sostiene que los malos hábitos asociados a la masculinidad, «como reprimir las emociones y disimular el sufrimiento», suelen empezar pronto en la vida y son «psicológicamente perjudiciales».
La «masculinidad tóxica» es un término insidioso, políticamente motivado, diseñado para deslegitimar la identidad masculina asociando la masculinidad con características destructivas como el racismo, la homofobia, el odio a las mujeres y la agresión violenta.
La cruzada contra la masculinidad tiene un impacto corrosivo en la sociedad. Pretende socavar muchos de los atributos humanos importantes que han conducido al desarrollo de la civilización. El valor, la autonomía y la asunción de riesgos han sido fundamentales para el desarrollo del espíritu humano. Contrariamente a los sermones lanzados contra la masculinidad, el ethos del estoicismo es útil para quienes se enfrentan a retos difíciles. Los valores humanistas sufrirán un duro revés si triunfa esta cruzada contra los llamados valores masculinos.
La deshumanización de la masculinidad al convertirla en algo venenoso tiene consecuencias de largo alcance para hombres y mujeres por igual. El creciente uso de la retórica de la toxicidad para interpretar diversos comportamientos y relaciones habla de un mundo en el que la humanidad se reduce a la condición moral de contaminadores. Una visión tan negativa del espíritu humano no puede sino tener un impacto corrosivo en la sociedad. Incita a las personas a perder la confianza en su humanidad y priva a muchos de nosotros de la capacidad de albergar esperanza.
Tenemos que desafiar la retórica de la deshumanización que se transmite a través del lenguaje de la toxicidad. Desarrollar la capacidad de ofrecer un relato positivo de lo que significa ser humano es una de las tareas clave a las que se enfrenta la sociedad.
El tono alarmista adoptado por los promotores del lenguaje de la toxicidad es parte integrante de una visión antihumanista del mundo que ve con pavor el ejercicio de la acción humana. Detrás de la narrativa de la masculinidad tóxica se esconde el impulso de devaluar la acción humana. Los llamados atributos masculinos -el deseo de control, la asunción de riesgos, la ambición y la valentía- forman parte integral del ejercicio de esa acción humana, razón por la cual se han convertido en objeto de desprecio.
En estas condiciones, tenemos dos opciones. Podríamos renunciar a las cualidades claramente humanas que han contribuido a transformar y humanizar el mundo y resignarnos a la cultura del fatalismo que nos asigna la condición de contaminadores morales. O podemos hacer lo contrario. En lugar de renunciar a los valores que proporcionan los recursos para el desarrollo humano, podemos afirmarlos, así como las cualidades morales que nos hacen humanos.
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