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17 de mayo de 2024

El actor Fernandel en el papel de Don Camilo

El actor Fernandel en el papel de Don Camilo

El muro de la libertad

Esta historia está extraída del libro E continuavano a chiamarlo don Camillo (Ed. Cantagalli), la colección de relatos cortos que devuelven a la vida a los famosos personajes de Guareschi.

La empresa de construcción del muro limítrofe de la rectoría seguía con sus trabajos y Don Camilo los supervisaba para que todo saliera según el proyecto debidamente autorizado. También lo hacía de noche, porque el asunto había caldeado el ánimo de los posibles saboteadores de la cerca.
«Te lo advierto», le había recordado Peppone en el bar, «tu muro se considera un acto reaccionario contra la libertad del pueblo». Pero Don Camilo, harto de las libertades que Gianni y su pandilla se tomaban en el jardín de la casa parroquial, había esgrimido el permiso reglamentario y declarado su intención de proceder con las obras. «El jardín de la rectoría», replicó, «es propiedad privada y concierne al tribunal eclesiástico, así que el pueblo y su libertad pueden ir a ejercerla a otra parte o pedir permiso para pasar por la puerta».
La cuestión había llegado incluso a la prensa. «El párroco de Ponteratto construye muros y no puentes», titulaba en portada El Eco de Ponteratto. Y se añadía que «quien construye muros permanece prisionero de ellos». Don Camilo había convocado a los de la Confraternidad para decirles que estuvieran preparados para todo, pero que el muro se construiría. La cuestión del muro había surgido porque el jardín de la casa parroquial daba a una calle oscura y resultaba cómodo para concluir asuntos poco apropiados para un edificio sagrado. Gianni y su banda aparecían regularmente para dedicarse a lo suyo allí, con el consiguiente jaleo habitual. Una mañana apareció en el muro aún en construcción una inscripción de mano desconocida: «más jardines, menos curas» y fue la gota que colmó el vaso de Don Camilo. Corrió hacia el Cristo del altar mayor: «¡Señor, ya no hay respeto para un pobre sacerdote!». «Don Camilo... no será un muro lo que libere el corazón del hombre. ¿Has visto el final que han tenido los muros de la historia?». «Perdóname Señor si me atrevo a precisar, pero el mío es un muro que no quiere hacer historia, se contenta con la geografía local».
Mientras tanto, Peppone ya celebraba su mitin delante del muro. «El jardín pertenece al pueblo y el pueblo responde a la arrogancia clerical que no se abre a la fraternidad y a la diversidad. No os dejéis engañar por quienes os hablan de patrias y de reglas que hay que respetar. Nosotros, el pueblo, ¡somos la libertad! Nosotros, el pueblo, ¡somos la democracia! ¡Y derribamos los muros!», a lo que siguió un aplauso entusiasta.
Don Camilo salió de la iglesia y, con las manos en la cadera, llamó la atención de la pequeña multitud. «Queridos ciudadanos, estoy seguro de que, en nombre de la fraternidad y la libertad, nuestro amigo Peppone podrá ofrecerles hospitalidad gratuita en el jardín de su casa, que es grande y está bien servido. De este modo, también él sabrá poner su pequeña piedra en la tarea de la conquista de la libertad». Los aplausos fueron más débiles, pero a la banda de Gianni pareció gustarle la idea. Peppone acusó el golpe. Y por la tarde abrió la verja de su jardín para que la juventud moderna acampara en él. Al día siguiente Peppone fue a la iglesia. «Don Camilo, ¡esta vez se ha pasado de la raya! Me han destrozado el jardín y además, tengo nietos que no pueden ver ni oír ciertas cosas... ¿me comprende, no?».
«Pero hombre, mi querido Peppone no me hables de límites. Ciertas palabras no sientan bien en boca de los profetas de la libertad. Pero te comprendo, porque sólo somos verdaderamente libres cuando hay muros que nos recuerdan que no somos el Padre eterno. Y que para entrar sólo hay una puerta, la de Nuestro Señor. Quien no pase por ella es un ladrón y un bandido».
Al día siguiente se reanudó la construcción del muro. «Señor –le dijo don Camilo al Crucificado–, quizá hayamos cambiado un corazón gracias al muro. Pero estos son muros con puertas, que forman parte de la geografía local, los de la historia afortunadamente han caído». «Amén», respondió el Crucificado.
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