Detalle del reloj astronómico de Praga
El filósofo que creía en el horóscopo
El interés por descubrir el futuro en las estrellas atrapó a uno de los grandes pensadores de la Iglesia
La fascinación por los astros y la posibilidad de ver en ellos algo más se remonta a los primeros pasos de la civilización. Con el paso del tiempo, ese afán por leer en la posición de las constelaciones signos que nos ayuden a entender el presente y anticipar el futuro no ha quedado atrás. El horóscopo es todavía hoy un asunto bastante común y no son pocos los que aún leen con avidez esos breves comentarios que les avisan de que «tendrán un reencuentro muy especial».
La creencia en la astrología supone una negación de la libertad. Pensar que las estrellas influyen en la condición humana y marcan nuestro destino es un tipo de fatalismo muy extendido a lo largo de los siglos. Aunque parece una cuestión bastante alejada de la lógica y la razón, uno de los grandes padres de la Iglesia no tuvo reparos en reconocer que se había visto muy influido por este tipo de artes.
No es otro que san Agustín quien confiesa en su famosa autobiografía espiritual que durante años creyó en la astrología y en la posibilidad de ver el futuro en las estrellas. No solo eso, cuenta el filósofo que hasta tuvo algunos amigos que le pedían a él que les elaborase su propio horóscopo.
Sin embargo, en su incansable búsqueda de la verdad, Agustín llegó a la conclusión de que ese tipo de predicciones no eran más que «tonterías y ridiculeces». Explica el santo en sus Confesiones que no hay duda de que es la fuerza del azar la que lleva, en alguna ocasión, a provocar los aciertos de los astrólogos. En su opinión, la clave está en la mera charlatanería de estos supuestos expertos: «A fuerza de tanto hablar tienen algún que otro acierto de pura chiripa».
Resulta muy interesante comprobar cómo, tras años convencido de que el futuro quedaba marcado por la posición de las estrellas en el momento del parto, san Agustín se convirtió en uno de los grandes pensadores de la libertad. Lejos de cualquier predestinación, el obispo de Hipona ponía el foco en el libre albedrío otorgado por Dios a los hombres.
Tan importante es para el filósofo esta voluntad libre que la sitúa como punto central de su argumentación en contra de la existencia del mal. La famosa paradoja de Epicuro había puesto en jaque a Dios al poner sobre la mesa la idea de que la maldad del mundo invitaba a no creer en la divinidad. Sin embargo, el santo de cabecera del papa León XIV buscó una solución señalando la libertad humana y el mal uso que se puede hacer de ella como origen de esas desviaciones.