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Mapa del imperio romano durante la época de Trajano, cuando alcanzó su máxima expansión

Mapa del imperio romano durante la época de Trajano, cuando alcanzó su máxima expansión

¿Es España la heredera cultural del Imperio Romano?

A lo largo de los siglos España se ha mirado en el espejo de la antigua Roma, y su construcción nacional debe mucho a la herencia de los césares

A lo largo de la historia de Europa muchos fueron los reinos y naciones que han pretendido declararse herederos del Imperio Romano.

En sentido estricto, el Sacro Imperio Romano Germánico fue la continuación «institucional» del imperio de los Césares durante la Edad Media y Moderna. El Rey de España, Carlos I, fue también emperador de romanos con el título Carlos V.

De ahí que hoy la historiografía lo conozca preferentemente como Carlos V, y no como Carlos I, por mucho que los territorios y riquezas de la monarquía hispánica superaran con creces a los del ya en decadencia y dividido por cuestiones políticas y de religión (es la eclosión del luteranismo) Sacro Imperio Romano Germánico.

Sin embargo, el título de emperador es superior al de rey, y por ello, el V romano va por delante del I español.

Los emperadores alemanes y austríacos adoptaron la fórmula de «kaiser» para referirse a sus monarcas (césar). Mientras que tras la caída de Constantinopla, los emperadores rusos adoptaron el título de «zar» (césar) para subrayar que con la caída de la Roma de oriente, Moscú era la tercer Roma.

Por otro lado, aunque hoy la historiografía hable del Imperio Español para referirse al período que va desde el descubrimiento de América en 1492 hasta el desastre de 1898, lo cierto es que institucionalmente nunca fue un imperio.

Hasta los Decretos de Nueva Planta de Felipe V, España fue un conglomerado de reinos frágilmente unidos bajo la corona hispánica y, a partir de dichos Decretos, fue un reino centralizado. En ningún caso fue un Imperio como tal.

Y, sin embargo, sí se puede decir –existe un debate sobre ello– sobre si España es o no la heredera cultural y moral del Imperio Romano.

Los monarcas españoles lo tenían interiorizado: Carlos V y Felipe II se hicieron retratar por Leone Leoni y Pompeo Leoni a la romana, aunque con armaduras del siglo XVI.

Pero no solo los Austria tenían esa fijación con la antigua Roma. El muy ilustrado y muy afrancesado Carlo III también se hizo retratar en una conocida escultura situada en la entrada del Palacio Real de Madrid como un emperador romano cargado de armaduras propias de Octavio César Augusto, toga y laureles.

El intelectual e ideólogo del hispanismo Ramiro de Maeztu lo reflejó con una frase en su célebre tratado Defensa de la Hispanidad: «En el siglo XVII (…) no había entonces español educado que no tuviera conciencia de ser España la nueva Roma y el Israel Cristiano».

Esa era la conciencia de España durante siglos, probablemente una mentalidad surgida de la empresa colectiva de la Reconquista durante siglos de vida en la frontera.

Esa mentalidad, para empezar, era muy similar a la desarrollada en la antigua Roma fruto del limes que separaba la civilización romana de la Europa de los pueblos bárbaros.

La diferencia principal es la misma naturaleza de ambos estados. El Imperio Romano –que nace como reino, se configura como república y alcanza su apogeo, declive y desaparición como un imperio que, en sentido estricto, nunca dejó de ser república– surge a partir de una ciudad-estado (Roma) y su rápida expansión.

España nace como una confluencia de dinastías reinantes en reinos y territorios surgidos en el contexto de la Reconquista que, en un momento dado, adoptan una unidad nacional y donde el peso de una ciudad concreta es menor respecto a la corte.

De hecho, hasta el reinado de Felipe II los reinos hispanos no tuvieron una capital fija y, aún así, Madrid no fue más que un centro político circunstancial, mientras que el centro económico y religioso lo ejercían otras ciudades (Sevilla, Valladolid, Toledo, Barcelona…).

En cuanto al idioma, aunque es obvio que no solo el español deriva del latín (el portugués, francés, italiano o rumano son también lenguas romances), es también cierto que solo el español experimentó una expansión y un papel civilizacional similar al ejercido por el latín durante la expansión romana.

En ese sentido, se puede decir que en el español el latín continuó a lo largo de los siglos su papel de «romanización» con la que los Césares buscaron una mayor integración de los territorios del imperio.

El papel de la religión católica, que llevó durante siglos a la identificación estrecha de España con la Roma de los Papas (incluso en la España secularizada de hoy), también es el nexo que une culturalmente a España con la Roma cristiana durante siglos (no olvidemos que Roma no fue solo la Roma de los dioses paganos de la colina capitolina, sino también la Roma cristiana de Constantino y las colinas lateranense y vaticana).

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