Fundado en 1910
César Wonenburger
Historias de la músicaCésar Wonenburger

Carlos Álvarez rescata al «Chopin español»

El reconocido barítono andaluz encabeza una iniciativa para representar, por primera vez en España, Inés e Bianca, la ópera romántica de Marcial del Adalid que a punto estuvo de estrenarse en París, en el siglo XIX, mientras continúa su sueño en un cajón

El barítono Carlos Álvarez

El barítono Carlos Álvarez

Aquel compositor se había presentado un par de veces en Madrid con su ópera bajo el brazo. En ambos casos le dieron calabazas. La primera porque él pensaba proponer una zarzuela, pero le dijeron que en entre sus pentagramas había algo más ambicioso, que se lo pensara mejor.

El caso era marear. Cuando lo hizo, en idioma italiano, como era menester para cualquier pieza lírica que aspirara a estrenarse en el Teatro Real, durante el siglo XIX, se hizo ese silencio espeso que a menudo aniquila o mitiga las ambiciones y, en el mejor de los casos, solo consigue postergarlas.

Como no se tratara del típico desgraciado que llega a la capital con el hatillo y sus improbables sueños de gloria, prosiguió camino hasta París. Allí, como suele acontecer en tantas ocasiones con otros talentos españoles de toda índole, desde pintores y cineastas hasta fulleros, encontró a las personas adecuadas que supieron calibrar el alcance de su empeño, disponiéndose a estrenarle la obra.

Una «premiere» frustrada en París

Le auguraban cierto recorrido, pero la fortuna se mostró esquiva esa vez. Leon Escudier, el conocido empresario artístico que iba a asumir el estreno de Inés e Bianca, en 1878, quebró por esos mismos días. El Teatro de los italianos, que ya parecía contar con ella para su temporada, retiró la pieza del cartel y Marcial del Adalid (1826-1881) tuvo que volverse a sus posesiones gallegas donde rumiar discretamente un fracaso que le amargó sus últimos años. Tampoco fueron tantos: murió joven, con 55.

Ni las entretenidas jaranas que, junto a su mujer, la sofisticada escritora Fanny Garrido, organizaba en la coqueta de mansión de Lóngora, heredada de su abuelo rico, le proporcionaron gran consuelo. Aunque no desperdiciaría el tiempo.

Por el lugar, situado en el municipio donde hoy se concentra la mayor renta per cápita de Galicia, se dejaban caer Emilia Pardo Bazán y otros artistas e intelectuales de la época, a los que solía servirles como primicia de aquellas concurridas reuniones el estreno de sus canciones, más de un centenar, parte esencial de su legado musical que se anticipó a los ciclos luego compondrían los Rodrigo, Montsalvatge, García Abril y Durán.

Estas miniaturas se parecían a aquellas otras que, por la misma época, a través de sutiles melodías como las de Charles Gounod, se escuchaban en los más elegantes salones parisinos de la Belle Epóque. En su caso se basaban en textos, anécdotas y leyendas de autores de su pequeña patria gallega, como los de su propia consorte o de otros escritores españoles y europeos: Lord Byron, Víctor Hugo, Goethe, Espronceda, Lamartine…

Sus canciones, grabadas por voces relevantes

La discografía no es abundante, pero por las plataformas habituales aparecen algunas de estas encantadoras piezas, una selección de los Cantares Viejos y Nuevos de Galicia, en los discos que en su día grabaron dos sopranos ilustres: Ángeles Blancas (Música clásica galega, vol.5), junto al estupendo pianista Miguel Zanetti, y Cristina Gallardo-Dômas («Lela») con la Orquesta Gaos y los arreglos que por entonces proporcionó el compositor Juan Durán.

Marcial del Adalid pasa hoy por ser el «Chopin español», porque en este país si no te asimilan, por comparación, a la imagen de otro quizá más principal cuesta imaginarse que hubieras podido realizar algo de cierta importancia.

Marcial del Adalid

Marcial del Adalid

Hijo de una próspera familia de comerciantes de La Coruña, interesados por las artes (poseían importantes colecciones pictóricas y bibliográficas, con valiosas partituras), estudió piano en casa, luego en Madrid y más tarde junto a Ignaz Moscheles, en Londres, que había sido discípulo de Beethoven, nada menos, y una de las amistades más leales de Mendelssohn.

De su maestro, y los medios para viajar, surgiría la curiosidad que lo relacionó ampliamente con todas las corrientes artísticas y musicales de su tiempo, asimiladas de primera mano. Sus afinidades comenzaban con Beethoven hasta Chopin, con paradas obligadas en Liszt (del que recibió algunos consejos: su Sonata fantástica posee ciertas similitudes con la célebre Sonata en si menor, de este último) y Schumann.

Ravel se inspiró en una de sus piezas

Eso en lo que respecta a sus creaciones pianísticas, donde romanzas, baladas, scherzos y valses, inspirados en las formas favoritas del romanticismo, a ratos dotados de un alcanzable virtuosismo, ora más austeros o bucólicos, destilan, sobre todo en los últimos días, el perceptible aroma de una suave melancolía de raíz atlántica. También él mismo inspiraría a otros. Maurice Ravel se sirvió de Adiós meu neniño adiós para su Canción española.

Del Adalid también creó obras religiosas, piezas de cámara, marchas para orquesta... pero su principal obsesión, durante el último tramo de su vida, fue lograr que su única ópera, Inés e Bianca, pudiera estrenarse. Murió en 1881 sin verlo, y ahí sigue en un cajón, aunque ahora ya parece que por poco tiempo más.

Por el camino, algunas de sus partes se extraviaron, y hubo que someter la partitura a un proceso de reconstrucción en el que colaboraron Margarita Soto Viso, la estudiosa que más ha hecho por la divulgación de este creador con su rigurosa y entusiasta labor promotora, y el compositor Juan Durán.

Desde 2005, gracias fundamentalmente a estas dos personas, existe a disposición de quien desee acometer la tarea de representarla una impecable edición crítica que permite apreciar su apreciable interés e innegables valores.

El «Chopin español» había trabajado primero sobre la idea de una zarzuela, Pedro Madruga, con texto de Fernando Fulgosio, que más tarde se convertiría en Inés e Bianca, cuando los popes de la música madrileña le aconsejaron transformarla en una ópera con todas las de la ley.

Aparece un colaborador de Verdi

Convencido de la idea, Marcial del Adalid requirió para ello la pericia de un relevante personaje que aparece vinculado a Verdi, el periodista, traductor y libretista italiano, de origen galo, Achille de Lauzières.

Autor, además, de una notable descripción de Nápoles y sus alrededores en un valioso libro, Lauzières se destacó en el ámbito lírico como traductor de libretos de óperas. A él se debe la muy extendida versión italiana del Don Carlos de Verdi, y el Fausto de Gounod, entre otras. En España, llegó a colaborar con Felipe Pedrell (que tenía la mejor de las opiniones acerca de Marcial del Adalid), en su ópera El último Abencerraje: suya es la versión en la lengua de Dante de este título estrenado en el Liceo barcelonés.

Con Inés e Bianca, aunque en buena parte se atuvo al original de Fulgosio para Pedro Madruga, donde se relata un conocido episodio histórico de la Edad Media con las oportunas licencias, Lauzières elaboró un libreto nuevo de situaciones que remiten fácilmente a los modelos de la ópera romántica: un tenor y un barítono enfrentados por el amor de una mujer en medio de brumosos paisajes galaicos, como los de Walter Scott evocados en Lucia di Lammermoor; dos hermanas que desconocen que lo son, al modo de Il Trovatore, …, traiciones, celos, amores imposibles y la fatal, inaplazable visita del destino.

Todo ello servido por una música que hunde sus raíces en las propias fórmulas de la ópera de su tiempo a partir del sólido conocimiento que el autor poseía de las dos tradiciones esenciales: la italiana, que surge del belcanto y llega hasta Verdi (no hay trazos veristas), y la germánica con Weber, pero sobre todo Wagner, como posible inspiración.

En Inés e Bianca aparecen personajes bien delineados desde el punto de vista dramático, provistos de páginas solistas de significativa relevancia, a través de arias, dúos, concertantes… que exigen cantantes de fuste; situaciones animadas por conflictos de pareja, entre familias rivales, accidentes, …, un amplio, muy conseguido empleo del coro y una orquesta que combina la reconocible vena melódica del autor con una rica orquestación.

Con esos mimbres, el éxito de una moderna exhumación completa podría estar garantizado. Evidentemente, hacerlo bien, como tal empeño merece, obliga a la puesta en práctica de los cuantiosos recursos que solo poseen los grandes teatros líricos españoles, no siempre interesados en este tipo de rescates en favor de lo más cómodo y rutinario.

La nueva apuesta de Carlos Álvarez

Pero parece que a Inés e Bianca le ha salido un inesperado valedor, ahora dispuesto a asumir el riesgo. Desde que puso en marcha su Opera Estudio en Málaga, el barítono Carlos Álvarez se ha propuesto que los jóvenes cantantes reclutados por él se empeñen en la fundamental tarea de recuperar obras olvidadas del amplio fondo de armario que ofrece el rico patrimonio lírico español.

Ya lo hicieron con El gitano por amor, del gran Manuel García. Y fue todo un éxito. Ahora, después de que alguien le soplara al oído el nombre de Marcial del Adalid, hace un año, el gran cantante andaluz desea que su próximo proyecto personal se convierta en el trampolín para el estreno, con todos los honores, de la ópera del gallego.

El año próximo se conmemora el bicentenario del nacimiento de este compositor. No estaría de más, para entonces, que alguno de los mayores coliseos líricos del país, empeñados en recordar, como se debe, el 50 aniversario del fallecimiento de Lord Edward Benjamin Britten de Aldeburgh, se ocupasen también del «Chopin español».

Carlos Álvarez lo hará, pero seguro que va a necesitar todos los apoyos imprescindibles para que su idea alcance el relieve adecuado. Los astros se alinean por fin para Marcial Francisco Juan Bartolomé del Adalid y Gurrea.

comentarios
tracking

Compartir

Herramientas