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C.S. Lewis, Nikolái Gógol y Mark Twain

C.S. Lewis, Nikolái Gógol y Mark Twain

Los clásicos que crearon a los clásicos: las lecturas que inspiraron a Cervantes, Borges o García Márquez

El universo de Dante y su Divina Comedia fue la meta de Borges, que reprodujo todas esas «constelaciones», como Virginia Woolf fue la Jane Austen del XX o Moby Dick de Herman Melville salió en buena medida del Robinson Crusoe de Daniel Defoe

La historia de la literatura podría verse como un espejo reflejado en otro espejo: una imagen infinita. Todo tiene un principio, pero, en este caso, no hay (hasta que el cielo se caiga sobre nuestras cabezas, el mayor temor de los galos de Astérix) un final para la «imagen» clásica de la que partieron los hoy tenidos por clásicos para hacerse a sí mismos y a continuación hacer a otros.

El clasicismo lleva tiempo. Pocos podían pensar que, por ejemplo, Ulises se convirtiera en una obra universal, pero la obra magna de James Joyce lo es. Sus contemporáneos ya desaparecidos, probablemente se echarían hoy las manos a la cabeza si pudieran ver la consideración alcanzada por el día famoso de Leopold Bloom. Y como Ulises muchos más.

Este reconocimiento viene de los propios escritores que con sus libros inspirados en otros elevan su valor, su conciencia, su importancia tantas veces oculta. O más bien la crean, la importancia, la sacan del anonimato para construirla. Hoy no se entendería la literatura sin muchas de sus obras consideradas capitales que en su día de ningún modo, incluso, podrían haberse tomado en cuenta más allá del escándalo o más allá de su nula recepción.

Hasta el mayor clásico de la literatura mundial, el Quijote, tuvo un precedente. Cervantes nunca hubiera escrito su obra universal si no hubiera existido la novela de caballerías con títulos como Amadís de Gaula o Palmerín de Inglaterra. La novela picaresca, el Lazarillo de Tormes, también influyó en la creación del ingenioso hidalgo.

A Kafka le impulsó Goethe y Los sufrimientos del joven Werther, y Kafka y su La metamorfosis emocionaron a Gabriel García Márquez. Una retroalimentación poderosa. Y prodigiosa, como la de Dostoievski en Gógol y sus Almas muertas o la de Tólstoi en el Eugenio Oneguin del inspirador de todos los grandes rusos: Aleksander Pushkin. La gran literatura rusa del XIX surgió de sí misma. Todo Chéjov se levantó sobre Turguénev.

En las obras de «padres e hijos» se ven claras las influencias y las inspiraciones superadas. Las temáticas modernizadas, la renovación sustentada en el clasicismo sin violentarlo, sino cuidándolo, al contrario que en el XXI, cuando las mejores obras de la humanidad son objeto del escarnio, la ignorancia y el sectarismo de las nuevas ideologías totalitarias, mayormente de «izquierdas».

Hemingway solía decir que la literatura moderna estadounidense surgió con Las aventuras de Huckleberry Finn de Mark Twain. Norman Mailer llegó a afirmar que una persona que solo leyera toda la obra completa de Hemingway tenía el material necesario para convertirse en un gran escritor. El Harry Potter de J.K. Rowling es una reproducción creativa de Las crónicas de Narnia de C.S. Lewis.

A Haruki Murakami el libro que le trajo hasta aquí, y que le sigue trayendo es El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald. Uno tiene la sensación de ver siempre un Nick Carraway, aunque sea abstracto, en las novelas del japonés. El universo de Dante y su Divina Comedia fue la meta de Borges, que reprodujo todas esas «constelaciones», como Virginia Woolf fue la Jane Austen del XX o Moby Dick de Herman Melville salió en buena medida del Robinson Crusoe de Daniel Defoe, en la sucesión de mundos que han ido creando otros mundos en el espejo infinito de la literatura.

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