Los 10 mejores cuadros de Lucian Freud en el centenario de su nacimiento
Considerado uno de los máximos representantes de la corriente figurativa británica de la segunda mitad del siglo XX, debe su apellido al famosísimo filósofo de los siglos XIX y XX, Sigmund Freud

Reflejo (autorretrato)
Su expresionismo lo acerca a autores como Bacon o Auerbach, con los que formó la llamada Escuela de Londres (paradójicamente, ninguno de los tres era de Londres, ni siquiera británicos), aunque Freud era uno de los más «naturalistas» al mostrar la «realidad». Sus autorretratos forman una de las autobiografías visuales más completar de cualquier pintor, lo que permite comprender mejor la introspección y el impulso implacable que alimentó al artista. La intensidad psíquica de sus retratos y sus notoriamente largas sesiones con sus modelos han sido comparadas con la práctica psicoanalítica de su famoso abuelo, Sigmund Freud.
Freud usaba los espejos para lograr ángulos extraños, crear distancia y dar esa leve sensación de aislamiento. Porque, como a menudo revelan sus títulos sus autorretratos eran imágenes especulares de un rostro que fruncía el ceño autoritario o entrecerraba los ojos para estudiarse de perfil. Como dijo Freud: «Pintarme a mí mismo es más difícil que pintar a otras personas. El elemento psicológico es más difícil. Cada vez más».

Chica con gatito
El pintor británico realizó ocho retratos de su primera esposa, Kathleen «Kitty» Garman, hija del escultor americano Jacob Epstein. «Quiero que la pintura funcione como lo hace la carne. Sino dirige demasiado a sus modelos y se concentra en su presencia física, a menudo suceden cosas interesantes. Encuentras que capturas algo sobre ellos que ninguno de los dos sabía», explicó en alguna ocasión Freud acerca de sus retratos. Esto nos hace preguntarnos qué quiso capturar el artista al pintar a su esposa de esta manera. Decide representarla cogiendo a un gatito (como alegoría a su esposa ya que era conocida como Kitty, gatito en inglés) por el cuello mientras dirige su mirada ausente a alguna parte fuera del cuadro mientras que el gato apela al espectador con su mirada fija y fría. Este cuadro pertenece a los primeros años de Freud y está envuelta en una narrativa que sugiere algo más allá de lo que muestra.

Retrato de su madre
Fue un artista con un carácter complejo, irreverente e indómito. Gran parte de sus retratos se encuentran protagonizados por personajes que no le dejaban indiferente: pintó a su círculo más cercano, familia, amigos, personajes de la cultura y de la política y de cada uno de ellos consiguió una mirada introspectiva, un gesto realista y desmitificado reflejando el alma y la psiquis de cada uno de los personajes.
Tras la muerte de su padre, su madre, Lucie, quedó devastada y consumida en una profunda depresión que le llevó a un intento de suicidio. Freud quiso capturar cada momento que pasaba con su madre para retratar su dolor. Cada uno de los retratos de su madre son una crónica del dolor cotidiano de la viuda: fue retratada tendida en la cama, dormida, leyendo o ausente en sus pensamientos. Rescató de sus días solamente los momentos en los que ella no parecía advertir su presencia capturando su vacío y su tristeza.

Reflejo con dos niños (autorretrato)
Su obsesión por el cuerpo humano y la carga psicológica que tenía le llevo a realizar una originar reinterpretación del género del retrato. En esta obra combina un primer plano intenso del artista con su cuerpo retorcido para poder mirar su propio reflejo en un espejo colocado sobre el suelo. Catherine Lampert comentó sobre este cuadro que el espectador se ve forzado «a recorrer con sus ojos la figura hacia arriba para encontrarse directamente con la mirada del artista». La idea de reflejo especular se refuerza por el fondo gris liso que hace resaltar aun más los toques de luz que se concentran en el rostro y las manos. La imagen de Rose y Ali, sus hijos, que tuvo con Suzy Boyt y que aparecen en el ángulo inferior izquierdo, está inspirada en la tumba del enano Seneb y su familia del museo de El Cairo, reproducida en Geschichte Aegyptens, su inseparable companion durante toda su larga carrera de pintor.

Retrato nocturno
Durante la década de 1950 comenzó las pinturas de desnudos, las cuales fueron muy criticadas ya que a menudo eran demasiado detallados y poco halagüeños. Freud pinta tanto a familiares como amigos desnudos y vulnerables. Se desprende de comunicar los sentimientos para realzar la carnalidad de sus modelos. Consideraba al ser humano poco más que un montón de carne algo que en pintura se traducía como un montón de materia, casi una escultura. Sus desnudos con poses exageradas provocan incomodidad por ser mostrados de forma casi hiperrealista con sus defectos e imperfecciones con la mera intención de representar al hombre desde la psicología de la vulnerabilidad

Annabel durmiendo
Esta obra es muy diferente al resto de retratos que realiza Freud que suelen estar en primer plano o ser crudos desnudos de hombres y mujeres en posturas poco púdicas. Sin embargo, en esta ocasión la protagonista aparece retratada vestida, recogida sobre sí misma y de espaldas. No se nos muestra su rostro, solo sus pies desnudos. Retrata a una de sus dos hijas fruto de su matrimonio con Kitty Garman. Al representar así a su hija dormida, Freud puede estar sugiriendo que él es un observador impotente de su dolor mental y emocional. También está poniendo al espectador en la posición de un «mirón» que se entromete en el espacio personal de una mujer y se hace una idea de cómo se siente. En sus pinturas, Freud demuestra la tangibilidad de los humanos, ya sea su dolor emocional y su lucha, o el naturalismo en la representación de sus cuerpos. Esta tangibilidad de Annabel se muestra en una fisicalidad bruta de sus pies.

Hombre de pelo rojo en una silla
Este es uno de los primeros ejemplos del estilo maduro de Freud. Las poses no convencionales eran una de sus especialidades. El tema es convencional, pero la pose es una que rara vez se ve en los retratos occidentales tradicionales. El sujeto es Tim Behrens, un amigo y alumno de la Escuela de Arte Slade. En este punto de su carrera, Freud ya había desarrollado un estilo propio de pintura con pinceles de cerdo. Esto le permitió un mayor control y la capacidad de aplicar trazos amplios en el estilo muy empapado que se evidencia en esta obra. También es uno de los primeros ejemplos de la aparición de trapos esparcidos en pilas sueltas, un dispositivo de composición común en los retratos posteriores de Freud.

Retrato de hombre (Barón H. H. Thyssen-Bornemisza)
En 1981, el barón se dirigió por primera vez al estudio londinense del pintor Lucian Freud para iniciar la primera de las largas e incontables sesiones de pose para este retrato que finalizaría un año más tarde. Gracias a esas sesiones, el coleccionista y el pintor estrecharon lazos en una amistad que les llevó a dialogar sobre pintura y a contrastar sus respectivos gustos artísticos. A través de su mirada concentrada y obsesiva, Freud siempre hace un profundo examen de la individualidad del personaje y logra una carga psicológica: «Procuro penetrar lo más profundo posible en sus sentimientos para que el cuadro pueda hablar de ellos y no de mí».

Chica con un perro blanco
se creó con un pincel de marta, que usaba para aplicar la pintura con precisión lineal, casi como un dibujo. El sombreado sutil evoca una gran cantidad de texturas que irradian suavidad, calidez y la ausencia de tensión inmediata. La bata se ha deslizado del hombro de la modelo, exponiendo su seno derecho. La mirada ausente de la mujer, el perro, los colores apagados y los contornos débiles le dan a esta composición una llanura general. La modelo vuelve a ser Kitty Garman, de quien se divorciaría en 1952. En esta ocasión decide representarla con belleza junto a uno de los dos bull terriers que recibieron como regalo de bodas. El cansancio en la expresión de la modelo, las profundas oquedades bajo los ojos y el gesto de autosuficiencia de la mano bajo el seno izquierdo insinúan su descontento, a pesar de este momento de calma. La distancia analítica que llegó a caracterizar la brillantez de Freud como observador se ve reforzada por la ausencia de un nombre en el título, a pesar de su íntima conexión con los temas. Pudo ver ciertas cosas mejor porque se mantuvo distante.
