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19 de mayo de 2024

La artista Belén Benavent, frente al mural que ha pintado en la Cañada Real

La artista Belén Benavent, frente al mural que ha pintado en la Cañada Real

Un rayo de esperanza en la Cañada Real: el arte también es necesario

La pintora Belén Benavent, de 23 años, realizó una colección de cuadros para dar visibilidad a los problemas de drogadicción, narcotráfico y exclusión en Valdemingómez, y ahora ha pintado un mural en el sector 4: «El arte social visibiliza realidades olvidadas y desafía los estigmas y prejuicios sociales»

Son casi quince kilómetros entre Madrid y Coslada, construidos a lo largo de la Cañada Real Galiana, la vía pecuaria que conectaba La Rioja y Ciudad Real. Eran unas tierras de dominio público que permitían la construcción de pequeños huertos y casetas para el descanso de los agricultores y ganaderos que utilizaban la cañada. La España de posguerra se vio obligada a emigrar a la ciudad y en los años cincuenta empezaron a aparecer los primeros asentamientos.
Por ser un antiguo lugar de paso para el ganado, calificado como suelo público, en la Cañada está prohibido construir, pero desde los 60 muchos han levantado aquí su casa de forma ilegal. Los vecinos de esta improvisada ciudad lineal no pagan suelo, ni impuestos, ni luz. Los problemas empezaron cuando en la década de los 90 llegaron gitanos procedentes de otros poblados chabolistas a los que se sumaron después muchos inmigrantes. Con ellos llegaron también las mafias de la droga e incluso las del comercio de armas. En la actualidad viven aquí unas 60.000 personas y la única calle que hace de eje de comunicación es a todas horas un continuo ir y venir de camiones, furgonetas, coches de todas las clases y viandantes. Todo ese flujo incesante se mueve a gran velocidad. Y muchos vienen aquí a comprar droga.
Pero también hay lugar para la esperanza. Hay asociaciones, iniciativas, ONG, fundaciones y grupos de amigos que se desplazan hasta allí para iluminar una ciudad a oscuras. Gracias a una de estas asociaciones, la Caritativa Bocatas, que trabaja desde hace 30 años en la zona de Valdemingómez, la artista Belén Benavent (Madrid, 1999) conoció de primera mano «la prisión interna» en la que viven sus habitantes. Y no pudo quedarse de brazos cruzados. Comenzó a pintar una serie de cuadros que tituló Una noche en el infierno, con el fin de concienciar y visibilizar la existencia de los marginados. Pero hace un mes, dio un paso más: comenzó a pintar un mural en medio del desolador paisaje.

La vía trascendente

«¡Aquí está el arte!». Cuando llegamos a la zona del mural que está pintando Benavent, quienes la reciben no hablan perfectamente español, y confunden «el arte» con «la artista». En esta zona residencial (por llamarlo de alguna manera) conviven cuarenta personas, se oyen niños llorando, hay gatos paseando y buscando algo que llevarse a la boca. «Me propusieron pintar este mural, y me sorprendió. Piensas que quienes viven aquí te van a pedir comida, ropa, medicinas... y te piden que les pintes una pared. La belleza es para todos».
Hemos entrado juntas en el sector 4, dejando a un lado y a otro chabolas, bidones donde crepitan fuegos, niños corriendo en los descampados y más de una jeringuilla, pero también pintadas que dicen «Nadie es perfecto» o «Soy un corazón con mil defectos». «Hay que venir con la mente abierta. Conectar con la gente, con la realidad que tienes delante, saber lo que llevan dentro», expresa esta joven, cuya obra siempre ha girado en torno a los grandes interrogantes de la vida y las cuestiones trascendentales.
"¿Quién soy?", una de las obras de Belén Benavent, de su serie 'Una noche en el infierno'

«¿Quién soy?», una de las obras de Belén Benavent, de su serie 'Una noche en el infierno'

«Si no conozco a la gente, no puedo pintar», dice mientras coge un pincel. A su lado está Sabbá, un niño sirio que huyó junto a su familia de su país atravesando Turquía y Bélgica. «¿Qué necesitas, jefa?», dice risueño mientras le lava los pinceles. También aparece Moha, inmigrante marroquí que aporta calma, atento al detalle de los trazos de Benavent, y que nos ofrece constantemente té. «Aquí hay de todo, gente de todo origen, raza y religión, pero son como una gran familia: se percibe una unidad brutal entre ellos. Quieren trabajar, tener una vida digna. Lo intentan».
Belén Benavent tiene un brillo muy puro en los ojos, pero nada de ingenuidad. Lleva viniendo a la Cañada Real desde los 15 años, y se ha encontrado todo tipo de situaciones: una conocida drogada en mitad de la calle pidiendo comida, un hombre con la jeringuilla todavía colgando del brazo a punto de quemarse en una hoguera... «Llevo adelante este proyecto por amor al arte, en el sentido más literal, porque creo firmemente en el poder transformador del arte y la cultura. Creo que el arte puede ser una poderosa herramienta para fomentar la integración y la participación de las personas». En este sentido, el mural se ha convertido en un proyecto común donde las personas que viven en la zona pueden participar: «Lo más gratificante de esta experiencia es el contacto directo que establezco con estas personas», añade.

'The Catholic Worker'

«Desde el momento en que me subo al coche y atravieso los barrios nuevos que están construyendo en El Cañaveral, hasta que finalmente llego a una de las zonas marginales de Madrid, cada paso en este proceso es una oportunidad para crear un impacto positivo en las vidas de quienes más lo necesitan». Benavent, que acaba de terminar la carrera de Bellas Artes, busca realizar proyectos enriquecedores, con sentido. Y así comenzó el mural «The Catholic Worker», inspirado en el movimiento católico que tiene sus raíces en Estados Unidos, fundado en la década de 1930 por Dorothy Day y Peter Maurin.
Belén Benavent junto con sus "ayudantes", habitantes de la Cañada Real

Belén Benavent junto con sus «ayudantes», habitantes de la Cañada Real

La visión de «The Catholic Worker» se materializó a través de la creación de casas de hospitalidad, donde los voluntarios vivían y trabajaban junto con las personas sin hogar y los pobres. Estas casas ofrecían refugio y apoyo a aquellos que lo necesitaban, y también se convirtieron en lugares para el activismo y el diálogo sobre temas sociales y políticos.
«A través de esta experiencia artística, he tenido la oportunidad de conectar con las personas que habitan en la Cañada y comprender su grandeza, sus luchas, sus sueños y sus esperanzas. Es un recordatorio poderoso de que todas las personas merecen ser vistas y valoradas por lo que son, más allá de cualquier etiqueta impuesta por la sociedad», explica la joven, que ha tardado casi tres semanas en completar la composición, realizada sobre una pared de bloques a la que añadió una capa de imprimación blanca.
«Te enfrentas a la obra y y vas viendo que hay un camino, es la vida misma: te tienes que adaptar a lo que hay, dejar atrás tu idea porque la realidad se impone», me explica mientras retoca la cara de Dorothy Day. En el mural, que representa una marcha pacífica del movimiento The Catholic Worker, se leen en inglés pancartas que rezan: «Todos los hombres son hermanos. Jesús dijo: 'Amaos los unos a los otros'».

Un punto de partida

«La Cañada Real significa mucho para mí porque ha sido mi punto de partida como artista. He descubierto mi camino. No quiero hacer obras decorativas que no vayan a ningún lado: yo quiero contar algo». Antes de fallecer, su madre le dijo: «Tienes que descubrir al servicio de qué quieres poner tu arte». Su trabajo final de grado trató precisamente de la experiencia de marginación en la Cañada Real: «Lo mismo que he visto en mi casa lo he visto en la asociación Bocatas: es una forma de mirar a la persona que va más allá de su circunstancia, más allá de lo que tiene o no tiene. Rescata el verdadero valor de cada uno».
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¿La belleza es importante? Uno diría que más de lo que pensamos, viendo a todos los que pasan por el mural, se detienen, se emocionan, se ofrecen a ayudar. «Esto es para ellos. No es para mí, es para ellos. Este mural habla de la vida de cada uno, y el proceso cuenta una historia, la suya y la mía: hay un momento en el que nos hemos encontrado y todos juntos hemos hecho algo bello, que ha mejorado nuestra vida. Es un punto de encuentro: un punto común donde nos encontramos todos».
«Es fascinante cómo el arte puede servir como un medio para acercarnos a realidades marginales y, al mismo tiempo, trascender los límites superficiales para revelar la belleza oculta en contextos olvidados y escondidos. En este sentido, el arte se convierte para mí en una herramienta poderosa para mostrar la verdad y la humanidad que a menudo se pierde en medio de los estigmas y prejuicios sociales», continúa Belén Benavent, que ha experimentado aquí un fuerte sentimiento de acogida. «En el estudio experimento una soledad que me da miedo. ¡Yo no estoy hecha para esa soledad! Te absorbe y te aísla. En cambio, aquí no hay puntos de resistencia: aquí me han acogido, y ahora formo parte de esta comunidad».
Benavent concibe su trabajo a partir del encuentro, que se produce antes, pero también durante: el proyecto debe reflejar ese encuentro. «En el fondo me da igual el mural: me interesa conocer a estas personas, conocer su historia, y formar parte de ella. Poner a las personas en el centro». Y lo ha conseguido.
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