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Portada de «Territorio de luz» de Yuko Tsushima

Portada de «Territorio de luz» de Yuko TsushimaImpedimenta

'Territorio de luz': doce escenas sobre la soledad del abandono

La escritora nipona Yuko Tsushima presenta un fidedigno retrato psicológico de las ambivalencias que se manifiestan en la soledad del abandono y la culpabilización social de la víctima

No es hermenéutica, son los hechos. La ausencia del padre marca la vida y la literatura de la escritora japonesa Yuko Tsushima (1947-2016). No hace falta bucear en su obra en busca de significados ocultos ni símbolos, basta con un leve repaso a su biografía. Su padre, el influyente novelista Osamu Dazai –Shūji Tsushima– se suicidó cuando ella tenía un año. Su marido se separó y la dejó a cargo de su hija.

La primera de estas ausencias queda recogida en The Watery Realm (1982) –El reino del agua–, relato inaugural de la serie Of Dogs and Walls, no traducida todavía al español. La segunda, en Territorio de luz (1979), novela que también recoge, desde la autoficción, la huella de la tragedia paterna. Para muestra, esta sobrecogedora afirmación: «Fui una niña que nació para sustituir la existencia de su padre» (p. 151).

Es esta última obra la primera de la sobresaliente escritora nipona en llegar a nuestro idioma, directamente del japonés, de la mano de Impedimenta, con traducción de Tana Oshima.

Como dejan entrever sus títulos –y en ello abunda su contenido–, los elementos de la naturaleza son esenciales en Tsushima, continuadora en este punto de la tradición literaria japonesa. El agua, la luz, el fuego, la flora y la fauna se manifiestan en su narrativa como un personaje más. En Territorio de luz, la iluminación, sus tonos, su brillo, su intensidad y sus juegos con otros elementos de la naturaleza acompañan y modulan el estado de ánimo de la protagonista, y dialogan con ella en la vigilia y en el sueño.

Portada de «Territorio de luz» de Yuko Tsushima

impedimenta / 200 págs.

Territorio de luz

Yuko Tsushima

Es en esta última dimensión, de importante presencia en la novela, donde se expresan con nuevos símbolos buena parte de los traumas de la protagonista, una mujer, una madre de nombre desconocido, convertida en culpable y vergüenza para otros, que deberá afrontar sola –o casi, hay una abuela, aunque no un abuelo– una separación impuesta por su marido que pone patas arriba su vida y la de su hija de tres años.

Otra constante, in crescendo según avanza el relato, es el instinto de muerte: «Por esa época me encontraba a menudo con la muerte de otra gente. […] Y no podía evitar preguntarme qué era lo que me quería transmitir esa muerte que aparecía una y otra vez delante de mí» (p. 164). Es misión del lector descubrirlo; quizá una invitación abierta y permanente a ese estado inorgánico donde las penas acallan, donde la protagonista podría deshacerse de todas las tensiones que bullen en su vida; quizá un opuesto a la vida y la esperanza representadas por la maternidad y su hija.

Sea como fuere, las doce escenas de las que se compone esta novela íntima, a ratos pesimista, a ratos esperanzadora, ofrecen un fidedigno retrato psicológico de las ambivalencias que se manifiestan en la soledad del abandono, la culpabilización social de la víctima y el peso tremendo que la mujer debe soportar por todos. Es otra de las notas distintivas de Tsushima, su discreto, pero firme activismo social, que en su prosa no ha perdido ni un ápice de actualidad.

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