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Portada de «La hija ejemplar» de Federico Axat

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'La hija ejemplar': ética ciudadana y perversión paterna

La última novela de Federico Axat plantea un interesante thriller para presentar el trauma de aquellos a los que la vida arrebató la figura paterna

«Mi madre prefería estar con el cerdo arrogante de mi padre, el ser más imperfecto y soberbio que había pisado la Tierra, pero que al menos jamás ejerció sobre ella ningún tipo de violencia física. Imagínate lo que debió de padecer con mi abuelo para que mi padre fuera la opción más razonable de las dos». Así se expresa en los últimos compases de La hija ejemplar el excomisario Bill Mercer. Y tales declaraciones son, simplemente, un caso específico, entre otros muchos, del trauma de aquellos a los que la vida arrebató la figura paterna o, lo que es peor, les deparó un padre bestial. Toda la trama profunda del último thriller psicológico de Axat parte, implícitamente, de este dato, que genera la ficción novelada, y se convierte en el telón de fondo de la narración.

Sophia Holmes desaparece en la ciudad de Hawkmoon. Aunque su cadáver no ha sido encontrado, se piensa que se ha lanzado desde un puente para suicidarse, pues aparecen retales de su vestido por el río. Ya va camino de un año que no hay rastro de Sophia. Sin embargo, hay personas que no aceptan la versión del suicidio, pues surgen elementos discordantes que no encajan con el hecho de que, supuestamente, la niña Holmes se quitara la vida. Y, sobre todo, hay una nota que alguien clavó en la puerta de la casa de los padres de la adolescente, muchos meses después de su desaparición; tras recibir tal mensaje (cuyo contenido tarda en ser revelado por Axat), Caroline, madre de Sophia, cae desde la terraza de su casa. Como consecuencia de tal golpe, entra en coma.

Portada de «La hija ejemplar» de Federico Axat

destino / 528 págs.

La hija ejemplar

Federico Axat

Toda esta serie de hechos peculiares lleva a que el periodista local Tim Doherty vaya en busca de la estrella mediática retirada Camila Jones. Ambos emprenden una investigación periodística en la que tratan de descubrir la verdad sobre el caso Holmes. Uno de los primeros datos que sale a su encuentro es la existencia de un vídeo que parece ser la clave de la desaparición de la adolescente. En tal vídeo, de carácter sexual, no aparece Sophia, pero sí una amiga suya, Janice, y un chico muy popular, Dylan Garrett, ambos en una camioneta. Sin embargo, la grabación en cuestión, lejos de ser un simple suceso privado entre dos adolescentes, tiene elementos que, advertidos por una mente superdotada, revelan que puede haber cosas mucho más graves detrás. Pues bien: esa inteligencia extraordinaria era la de Sophia Holmes. En cuanto la niña comienza a tirar del hilo, empieza a recibir severas amenazas: «lo que sucedió en la camioneta no es lo que piensas. Es mucho más complejo. Mantente al margen». Poco después, Sophia desaparece.

Como su protagonista (Sophia), también la novela de la que ella es el personaje central está llena de intriga, inteligencia y equilibrio ético. Especialmente, sobre este último punto se ofrecen en La hija ejemplar elementos de debate acerca de la moralidad de ciertas actuaciones policiales: hasta qué punto se sacrifican peones para ganar una partida de ajedrez o en qué sentido tales peones debían ser eliminados por su propio bien, para luego poder reincorporarse a la partida transformados en reina, después de haber cruzado todas las casillas del tablero y haber llegado al campo del enemigo. En efecto, la novela acaba revelando que Sophia Holmes había sido raptada por agentes de la autoridad, pues lo que ella había descubierto en el vídeo de su amiga Janice la llevó a poner indirectamente en peligro una investigación criminal muy avanzada e, incluso, a ponerse en peligro ella misma.

Para evitar ambas cosas, las fuerzas del orden, no de modo ilegal pero tampoco abiertamente legal, proceden a secuestrar a Sophia: «no podíamos cargar con el peso de que algo te sucediera. Eras una amenaza». Tras ser liberada, surge el debate sobre la ética policial: «¿No crees que, con su actuación, el agente Carlson priorizó su investigación por encima del resto de las cosas, incluido tu bienestar?»; ante esta cuestión, sin embargo, la madurez ciudadana de Sophia se hace notar: «No, no lo creo. Mis seres queridos se hubiesen lamentado mucho más si algo malo me sucedía».

¿A dónde estaba llegando Sophia tras haberse dado cuenta de un detalle prácticamente imperceptible en el vídeo sexual de su amiga Janice? A una trama de adultos que utilizaban a sus hijos para obtener material pornográfico. Eso era lo que la amenazaba a ella y a la investigación policial. Mercer le dice a la adolescente Holmes: «alguien tuvo la idea de involucrar a los hijos y animarlos a conseguir vídeos de sus amigas. El plan era perfecto porque, de esta forma, los padres estaban protegidos», a lo que ella le contesta: «¿Puedes dejar de llamarlos padres? Cerdos les va mejor, con perdón de los cerdos». Se constata, así pues, que todo en esta novela parte de la perversión de la figura paterna, también traumática en el caso de Camila Jones: «cuando Camila llegó a Estados Unidos tenía dos sueños por delante: convertirse en periodista de sucesos policiales y encontrar a su padre. El primero lo cumplió y el otro resultó una pesadilla».

Sin embargo, en este libro de Axat, frente a la degeneración del progenitor masculino se yergue también, como contrapunto, la figura de Sophia, que es la hija ejemplar de un padre (Phil Holmes) poco digno de ser puesto como modelo de algo. Lo inevitable de la naturaleza es frenado por la calidad moral y la inteligencia preclara de la pequeña Sophia, que no solo se sitúa en el extremo contrario a la idiosincrasia personal del hombre que la engendró sino que, además, también es el contraejemplo del excomisario Mercer. Este último confiesa su derrota existencial: «es imposible explicarte quién soy sin hablarte de […] mi padre». Este policía retirado, verdaderamente, nunca pudo superar del todo la herencia de la sangre, razón por la cual toda su vida, según él mismo reconoce, estuvo marcada por ese funesto legado paterno. La identidad de Mercer resulta inseparable de la de su padre. Por el contrario, Sophia nunca permite que la malicia de su progenitor le influya o determine quién deba ser ella.

Sophia es una hija ejemplar sin modelo digno de emulación; es un ejemplo sin tener ella misma alguien a quien imitar. La niña raptada resulta, así pues, un personaje antimimético y de regusto kantiano, que solo atiende al imperativo del deber que ella posee en su interior. En concreto, el momento donde se deja ver con más claridad ese contraste entre la luz y las tinieblas, entre hacer lo que se debe y no lo que se querría hacer, tiene lugar al final de la novela, cuando la niña ha de entregar a su padre a las autoridades. Sin dudarlo un instante, al vínculo de la sangre Sophia antepone la justicia de la polis: «no voy a permitir que el responsable […] siga libre. Lamento que seas tú».

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