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20 de abril de 2024

Portada de «El fondo del puerto» de Joseph Mitchell

Portada de «El fondo del puerto» de Joseph MitchellAnagrama

'El fondo del puerto': epitafio del puerto neoyorquino

Joseph Mitchell reúne en seis piezas magistrales un perfil de los lugareños que protagonizan la vida del puerto, de las bahías y ensenadas

Gracias a la editorial Anagrama podemos los lectores beneficiarnos de El fondo del puerto de Joseph Mitchell (Fairmont, 1908-Nueva York, 1996), uno de los grandes escritores estadounidenses y un referente del periodismo narrativo.
Tras negarse a seguir el deseo paterno de dedicarse a la agricultura, el joven Mitchell comenzó a estudiar Medicina en la Universidad de Carolina del Norte; no finalizó los estudios y se inició en la escritura colaborando con órganos de prensa locales; tras el Jueves Negro de 1929 llegó a Nueva York, donde comenzó a trabajar en la redacción de algunos periódicos (The World, New York World-Telegram o Herald Tribune) antes de vincularse en 1938 al semanario The New Yorker, donde escribió la mayor parte de su excelente producción literaria.
Precursor del Nuevo Periodismo que encabezaron Tom Wolfe, Gay Talese y Truman Capote, se dio a conocer con la publicación en The New Yorker de unos reportajes, en los que comenzó a mostrar la vida de Nueva York y de sus gentes. Allí publicó en 1942 la emblemática semblanza de Joe Gould, que completó veinte años más tarde, en 1964, tras la muerte del itinerante personaje. Tras la publicación de El secreto de Joe Gould -que mereció los elogios de Julian Barnes, Salman Rushdie, Martin Amis y Doris Lessing- le sorprendió una prolongada sequía, que lo enfrentó a la tortura de la hoja en blanco hasta su muerte.
Caminante infatigable, Mitchell recorrió los barrios de la ciudad, el mercado de pescado de Fulton o el cementerio de Staten Island, mientras escuchaba y retrataba a los personajes anónimos y excéntricos que daban vida a la ciudad adoptiva (vagabundos, pescadores, mujeres barbudas, entre otros). En The Bottom of the Harbor (1959) reúne seis magistrales piezas («En el viejo Hotel», «El fondo del puerto», «Treinta y dos ratas de Casablanca», «La tumba del señor Hunter», «Patrón de arrastre» y «Los ribereños») que escribió durante las décadas de los años cuarenta y cincuenta del siglo XX. Traza en ellas un perfil de los lugareños que protagonizan la vida del puerto, de las bahías y ensenadas. Como afirmó con gran acierto Harold Ross, fundador de The New Yorker, el simbolismo del pasado y el humor ocupan un destacado papel en algunos de estos artículos, como «Los ribereños» y «La tumba del señor Hunter»; por este motivo Lucy Sante, crítica literaria estadounidense de origen belga, sostiene en el prólogo que tal vez el periodista «no supiera que estaba escribiendo el epitafio del puerto», aunque era muy consciente «de su frágil condición, tan contraria a las apariencias».
Portada de «El fondo del puerto» de Joseph Mitchell

anagrama / 248 págs.

El fondo del puerto

Joseph Mitchell

Aunque cada artículo conserva su autonomía, la ciudad de Nueva York y su viejo puerto refuerzan la unidad del volumen. Con prosa elegante y precisa eleva una crónica de las instalaciones portuarias que existieron hasta la década de los años sesenta, cuando el histórico Washington Market y los edificios colindantes fueron derribados; habla de la actividad de la lonja de Fulton y de los mercados, de los lechos de almejas y los pecios hundidos. Cuenta historias de la pesca entre los restos de naufragios que yacen en el fondo de los puertos; de los ostríferos que flanqueaban las costas de Brooklyn y Queens y que rodeaban Manhattan, Staten Island y las islas de la Bahía Superior en tiempos de los colonos holandeses e ingleses.
Con proverbial detallismo, realismo y objetividad describe las aguas y el lodo de légano y petróleo del puerto de Nueva York, la toxicidad de las almejas, la pesca furtiva y la pérdida de las marismas; los caladeros llenos de pecios, el Agujero del Infierno, el Vivero de los moluscos o la Fosa Común que absorbe cualquier objeto flotante o sumergido en las aguas; las colonias de ratas (la negra, la parda y la alejandrina) que invaden los edificios del puerto y los embarcaderos, los recovecos del metro o Central Park; cuenta la llegada en 1943 del vapor francés Wyoming que obligó a la inspección de los cargueros llegados al puerto para «determinar el grado de infestación de ratas», aunque se concluyó que la ciudad estaba a salvo; y la actividad de los remolcaderos de altura, de los foqueros, balleneros y patrones de arrastre, entre otros: «Patrones de arrastre los hay de dos tipos: están los que se hacen a la mar siempre que el tiempo lo permita y remolcan sus redes por todas partes, pensando que si cubren un área suficiente acabarán por dar con algún banco; y están los que escogen sus objetivos cuidadosamente y solo calan las redes donde están seguros de cobrarlas bien cargadas».
Sobresale la capacidad de Joseph Mitchell para entretener y conmover al lector con una prosa sin adornos, ágil e imparable, que parece fluir sin esfuerzo y cobra vida mientras cede la palabra a los patrones de gabarras, a los arrastreros, a los pescadores que «han estado con Jonás en el vientre de la ballena» y a algunos de los protagonistas de las historias narradas, como: Louis Morino, propietario del viejo restaurante Sloppy Louie’s; Andrew E. Zimmer, protector de la fauna marina y de la pureza de las aguas, encargado de hacer cumplir las leyes de conservación relativas a la actividad marisquera; Raymond E. Brock, el párroco de la iglesia de Saint Luke; o Harry Lyons, «un veterano de setenta y cuatros que ha pasado toda su vida junto al río», entre otros.
Con respeto, empatía y don para el diálogo, se adentra en el alma de cada ser humano y lega a la posterioridad unos textos en los que laten los grandes temas de la literatura universal: el amor al pasado, la conciencia de la mortalidad, la amistad. Joseph Mitchell es un reportero en el que todo escritor con aspiraciones al periodismo literario debería mirarse; y El fondo del puerto, un excelente libro de cabecera.
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