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29 de abril de 2024

Portada de «Troyanas» de Eurípides

Portada de «Troyanas» de EurípidesAlianza Editorial

'Troyanas': mirada femenina a los horrores de la guerra y al omnipresente infortunio humano

Las mujeres de Troya y de Eurípides, condenadas a la infamia y a la esclavitud lejos de su patria, ahora reducida a cenizas, se encaran ante sus altivos vencedores para seguirnos incomodando hoy

La tragedia es uno de los géneros artísticos más substanciosos que nos ha legado la Antigüedad clásica. Llegó a ser, a lo largo del siglo V a.C., el género teatral más egregio. Podríamos definir la tragedia como representación escénica de una confrontación, porque era un género político: el tragediógrafo confrontaba a la polis consigo misma, y a todos los niveles. La tragedia era un género que inspeccionaba el orden moral, los planteamientos teológicos y también los cívicos. Al mismo tiempo, constituía un artefacto técnico cuya plenitud estribaba en la representación —un tipo de representación a la que no podemos ser fiel hoy en todos sus detalles, pues nos sorprendería tener ante nosotros a actores con máscaras, con un calzado como el coturno de suela gruesa, o a actores varones que representan papeles femeninos. Dentro de estos aspectos técnicos, hay rasgos que la traducción, de manera inevitable, nos hurtará, como la variedad de metros, el contraste entre pasajes cantados y pasajes recitados, la danza del Coro y el despliegue gestual, etc.
Todo ello resultaba de gran importancia: hay complementariedad y oposición de la vida y la muerte; la libertad y el destino; el Coro y los personajes; la ciudad y el individuo; los dioses y los hombres; las leyes y las obligaciones; el carácter y las circunstancias; horror y esperanza; culpa e inocencia; yambos y anapestos; tensión y equilibrio…
La tragedia revisa todas las convicciones de la mentalidad y tradición griegas, sin necesidad de negarlas, pero sí de adaptarlas, modificarlas, perfilarlas, iluminarlas o bien oscurecerlas. Por este motivo, el escalado de personajes dibuja todos los perfiles de una búsqueda de la verdad: tenemos al mensajero, de gran relevancia en la trama y en la distribución de la información; también al heraldo, que transmite órdenes; nodrizas que capitalizan la decisión de sus amos; reyes que caen sin que nadie los empuje. Al tratarse de representación, resultaba de especial importancia la calidad de los actores, el aplauso del público, las condiciones del escenario. De entrada, las tragedias sólo se podían representar durante determinas fiestas locales. Por tanto, el poeta, a pesar de su genialidad, está circunscrito a un contexto muy específico. A la vez, los creadores de la tragedia —que son directores de la representación— concursan con sus obras, y llegan a obtener premios de notable reconocimiento. En muchas ocasiones, la liturgia de las fiestas requería que la obra teatral se compusiera de tres tragedias —a veces constituyen una trilogía, y a veces serán tres historias sin relación entre sí— que van seguidas de un drama satírico, una comedia burlesca que suponga contrapunto a tanto patetismo catártico.
Portada de «Troyanas» de Eurípides

alianza editorial / 136 págs.

Troyanas

Eurípides

Eurípides, el autor de Troyanas, nos aporta una imagen desgarbada en comparación con Esquilo y Sófocles. Pertenece a una generación posterior, a un contexto social más definido por la sofística, por las dudas religiosas, el escepticismo y la crítica sistemática. Por eso Eurípides recurre a los personajes menos favorecidos, hasta el momento, por la literatura. Suele tener a mujeres como ejes de sus obras: Medea, Fedra en Hipólito, Hécuba, Andrómaca… No sólo le gustan los personajes postergados, para reconvertirlos en héroes —heroínas, sobre todo—, sino dar la vuelta a los temas, y sorprender con la profundidad psicológica, las tramas violentas, el colorido intenso y descarnado, lo extravagante. Basándose en Estesícoro, crea a una Helena alejada de la guerra, en Egipto, que vence con su ingenio, encanto y dulzura a la fuerza bruta —si bien, esta Helena aparece algo desfavorecida e incongruente en Troyanas. Estas particularidades harán de Eurípides un artista postergado en su generación, pero el más popular e influyente tras su muerte. De él nos ha legado la tradición más obras que de los demás; de él hemos encontrado muchas más copias en papiro que de los otros; de él localizamos huella evidente en los manuales educativos de la Antigüedad y también en las obras de Marcial, Ovidio o Séneca.
En Troyanas, Eurípides traslada una revisión de la conquista brutal de Troya —supuesta gran hazaña de los arcaicos aqueos. Los héroes griegos aparecen aquí como villanos; las mujeres de Ilión nos despiertan plena simpatía. No se trata sólo de una tragedia que podría calificarse como antibelicista —en este punto, tocó la fibra de sus compatriotas y los incomodó mucho. Es también una historia sobre cómo la debilidad y la compasión se alzan como valores humanos eternos. Una historia de una madre y una abuela que lloran el despiadado asesinato de su hijo y nieto, un bebé apenas, a manos de los vencedores —«A este niño lo mataron unos argivos, ¿acaso | porque le tuvieran miedo? ¡Qué infame epigrama para Grecia!», exclama la anciana reina troyana Hécuba. Todos los pasajes en que esta abuela llora la muerte del pequeñín Astianacte son una cumbre de la sensibilidad femenina que hallarán ecos en aquellas palabras de Madama Butterfly a su hijo: «Diositio mío, juega, juega».
De Troyanas caben en nuestros días muchas interpretaciones o relecturas, pero nos equivocaremos si pretendemos encajarlas en nuestras categorías destinadas a desaparecer como las hojas del plátano en otoño. Por el contrario, descubriremos su modernidad y persistencia inmortal, si escuchamos a las mujeres de Troya despojándonos de nuestro punto de vista más mediocre, viendo en ellas las limitaciones de los siglos antiguos y, a la vez, la imperecedera debilidad humana. Porque hoy, como entonces, las preguntas son las mismas: ¿podemos seguir escribiendo poesía después de Auschwitz, después de que Ayante Oileo violara a Casandra en el templo de Atenea y de que el hijo de Aquiles despeñara a Astianacte desde lo alto de los muros de Troya? ¿Dónde estaba Dios —o los dioses— mientras se alzaban las siniestras columnas de humo de los hornos crematorios de aquel campo del horror?
En español, además de la traducción de Antonio Guzmán Guerra para Alianza, caben destacarse la de José Luis Calvo en Gredos, la de Juan Miguel Labiano en Cátedra, y, sobre todo, la edición crítica bilingüe del propio Guzmán Guerra en Alma Mater (CSIC).
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