
Vivir en conversación
¿Se puede soñar en un mundo sin violencia?, se pregunta. Pero, tras explicarnos todas las posturas, nos damos cuenta de que el inicio no era una pregunta retórica, como parecía, sino que nos la deja en el aire
François-Xavier Bellamy (París, 1985) es uno de los intelectuales europeos más interesantes. Joven y conservador. Filósofo y político. Culto y cercano. Se le reconoce en estas dualidades, como en su nombre doble o en su apellido que evoca tanto la guerra clásica como la belleza eterna. Su último libro es Esperar. Violencia, historia, felicidad (Rialp, 2025) traducido por Miguel Martín.
Para entenderlo bien conviene coger carrerilla en su obra anterior. Con Los desheredados. Por qué es urgente transmitir la cultura (Encuentro, 2018), el joven francés dio la voz de alarma contra las consecuencias del fracaso educativo en Europa. Se estaba privando a las nuevas generaciones de su patrimonio cultural y filosófico. Afirmaba: «Cuando no somos capaces de vivir una cultura común, la sociedad se disuelve en una vuelta al estado natural que se parece mucho al «embrutecimiento del mundo»». En Permanecer. Para escapar del movimiento perpetuo (Encuentro, 2020) identificaba uno de los factores que más propiciaban ese embrutecimiento: la prisa. Y daba una clave de resistencia en el cuidado del lenguaje, en particular de la poesía, pero, en general, de la palabra exacta, expresiva y arraigada.
Esperar, su nuevo libro, no espera sino en la esperanza. Esto es, no consiste en cruzarse de brazos a ver qué pasa, sino en levantar la mirada para actuar ahora con altura de miras. Y, de hecho, el libro ya es una actuación, pues recoge tres conferencias, una sobre la violencia, otra sobre el sentido de la historia y la tercera sobre la felicidad. El público se supone joven.
La oralidad marca el estilo del libro, que resulta ágil, casi saltarín, exponiendo muchas fuentes, muchos puntos de vista prestigiosos, y concluyendo poco. Se esperan las respuestas que surjan en el coloquio posterior.
¿Se puede soñar en un mundo sin violencia?, se pregunta. Pero, tras explicarnos todas las posturas, nos damos cuenta de que el inicio no era una pregunta retórica, como parecía, sino que nos la deja en el aire. Este peaje divulgativo tiene sus ventajas. Es un planteamiento conservador y coherente con su trayectoria. Somos herederos (no estamos desheredados) y tenemos que tomarnos nuestro tiempo (esperando) para dar con las respuestas vitales correctas. Somos enanos a hombres de gigantes, sí, pero el peso cae sobre nuestros hombros.
De fondo subyace una propuesta de síntesis. La misma que Higinio Marín defiende tan bien como herencia católica. Bellamy remite a Hegel y a su «astucia de la razón» y a Schumpeter y su principio de la «destrucción creadora». Todas las hipótesis inteligentes tienen algo que decir y hay que contrastarlas. El pensador francés cuenta con lo que ya se ha dicho, y no renuncia a la verdad se halle donde se halle. Luego invita al lector (o al oyente) a decir la última palabra.
Un ejemplo es su envolvente al progreso. No existe en el vacío ni como mantra ideológico sino con relación a un criterio. Si el criterio es la velocidad, por supuesto que el coche es un avance con respecto la bicicleta, pero si el criterio fuese contemplar el paisaje o mover el corazón o respirar el aire puro, es al revés. El progreso sería la bicicleta. Asume la idea de Chesterton y la necesidad tomista de un absoluto o de un motor inmóvil para juzgar todo lo demás.
Estas sutilezas las pone al servicio de la felicidad. «Toda la felicidad consiste en amar lo que hemos recibido como si no lo tuviésemos», sugiere. Y alerta contra la plaga de comparaciones que favorecen las redes sociales, que son una fuente de amargura. Cita (mucho) a Alain, que es uno de los grandes: «Hay más voluntad de la que se cree en la felicidad». Y con ese giro, vuelve a dejarnos la pelota en nuestro tejado, que parece ser el propósito de este libro.
Para que no nos quepan dudas de sus intenciones, nos cita a Epicuro: «Cuando se es joven no hay que dejar para más tarde el momento de filosofar, y cuando se es viejo no hay que cansarse de filosofar. […] El más joven y el más viejo deben filosofar juntos». Es lo que él pide. Y para excusarse de encaramarse en hombros de gigantes, nos explica que Séneca, en Cartas a Lucilio, responde, a los que le reprochan que cita mucho, que «la verdad no pertenece a nadie». En realidad, el romano andaluz lo dijo más bonito: «Toda verdad es mía».
Muchas cosas terminan siendo nuestras después de leer Esperar. Hay una cierta tendencia al moralismo, que lo emparenta con Alain, con Montaigne y con la tradición de los aforistas franceses. Cosa que le honra, como es bendita la rama que al tronco sale. Aquí, unas muestras, incluyendo, como él incluye, citas ajenas, perfectamente apropiadas (en los dos sentidos):
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[Lévinas:] La esperanza es al porvenir lo que el perdón es al pasado.
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[Heráclito el Oscuro:] Polemos es el padre y el amo de todas las cosas, el rey.
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¿No será necesario, para preservarse de la violencia, comenzar por reconocer que ella es, de manera permanente, nuestra propia condición terrena; que vivimos siempre bajo la amenaza de la violencia?
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Si le quitéis dinero a vuestro vecino, eso se llama un robo; si el Estado os quita dinero, eso se llama impuesto (Risas). [Con lo único que yo no estoy de acuerdo de esta cita es con el paréntesis de las risas.]
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La política consiste en responder al mal con el mal, en emplear la violencia para combatir la violencia. […] Para decirlo de otro modo, lo que nos preserva de la violencia es la violencia.
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[A diferencia de otras, como la geografía, que trata del espacio; las matemáticas, del número; la física, de la materia; la biología, del ser vivo…] La historia es la ciencia que trata de la historia.
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Esa paradoja absoluta que Kant llama «la insociable sociabilidad del hombre».
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No hay progreso en sí [como valor absoluto y despersonalizado]. Y esa es la falsa evidencia que deberíamos descalificar.
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Somos desgraciados por perder lo que no hemos sido felices por tener.
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[Alain:] «La felicidad es el sabor mismo de la vida. Como la fresa tiene gusto a fresa, así la vida sabe a felicidad. […] No es que estemos condenados a vivir; vivimos ávidamente. […] Vivir es querer vivir.
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«Aduéñate por completo de todas tus horas», dijo Séneca. Casi se podría hacer una divisa para hoy, en un mundo marcado por la dispersión de nuestra atención.
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Séneca ironiza sobre esos jóvenes que, viviendo más la noche que el día, están dispuestos a gastar mucho dinero para pagar las bujías mientras que el sol es gratuito.
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¿Qué es ser feliz?, se pregunta Aristóteles. Ser feliz es estar realizado, es tener realizadas sus facultades: ser feliz es estar acabado en el propio ser. […] El día en que en cierta manera no seamos más que uno solo con nosotros mismos.
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Hacer este camino lleva tiempo, y siempre debemos comenzarlo ahora.