Escribir como se filma, filmar como se sueña: ‘Juan Cobos, una prodigiosa memoria del cine’
Se publica una amplia recopilación de trabajos sobre cine de Juan Cobos, uno de los críticos más importantes de la historia de la prensa española, que a sus cualidades humanas y sólidas amistades geniales, ha unido el ejercicio de una prosa siempre excepcional
González-Ruano, en sus memorias, anotaba que echaba de menos el que, en su juventud, los ignorantes lo eran de verdad, y que sus errores tenían hasta encanto. En cambio, ahora (por entonces) había demasiados burros que sabían leer y escribir, lo que solo contribuía a la confusión, y cuyas asnadas ni siquiera tenían la excusa de ser divertidas. Y esto nos lleva a preguntarnos: para redactar textos funcionales, para hacer comentario gastronómico, o crónica parlamentaria, o crítica cinematográfica, ¿es necesario escribir bien? No nos referimos a conocer y respetar las normas de sintaxis y ortografía. Eso no es escribir bien, como no te convierte en físico cuántico el aplicar certeramente la fórmula de Heisenberg en la resolución de un problema. Se trata de que sepas emplear el lenguaje matemático para expresar lo que eres capaz de pensar. Del mismo modo, saber leer y escribir implica entender realmente lo que se lee, sea lo que sea, incluso lo que está mal escrito, y decir exactamente lo que quieres decir. Pascal puso en una misiva a un amigo: «discúlpame, porque no tengo tiempo de hacer esta carta breve». Cuando dominas el lenguaje, como señalara Quignard, no obedeces a lo que te imponen: trabajas en lo que te libera. Que sea una novela, una reseña teatral o una receta de cocina, es lo menos importante.
Editorial Confluencias (2024). 496 páginas
Juan Cobos, una prodigiosa memoria del cine
Algo de todo esto se puede constatar en las páginas que Juan Cobos ha escrito a lo largo del tiempo. Su argumento ha sido el cine, pero su tema es otro. Nos lo enseña sin apartarse de la información sobre un estreno, del modo de preguntar a una estrella del cine de Hollywood, o de una reflexión honda sobre la cinefilia o su especial relación con el talento que ha rodeado, y a menudo empapado, a este honrado y longevo trabajador del cine en muchas de sus posibles variantes.
El nombre de Juan Cobos ha estado en la cabecera o al pie de comentarios, críticas y entrevistas cinematográficas durante medio siglo. Hombre hecho a sí mismo, y cocinado a fuego lento en la cocina de las salas de proyección, Cobos aprendió durante su infancia que el cine era el espejo de la realidad no como es, sino como deberíamos soñarla, y ha dedicado su genio y su existencia a analizar de qué manera llegar a ese sueño y cómo, a veces, lo alcanzamos. Desde una discreción rayana con la timidez mórbida, Juan Cobos ha sido guionista, productor, impulsor de iniciativas académicas, y también estuvo en los entresijos de la pequeña pantalla cuando creó, en los años ochenta, el mejor programa cultural que uno recuerda en nuestra televisión pública (Tiempos Modernos, ay, solo tres temporadas), y el cineclub catódico más influyente que hemos tenido: la tertulia ¡Qué grande es el cine!, que presentara José Luis Garci apoyándose en la documentación, coordinación, y demás labores, de Juan.
Pero esa es solo una parte: Juan ha cultivado una amistad profunda con algunos de sus ídolos (secretario personal de Luis García Berlanga, y ayudante para todo y amigo para ídem de Orson Welles), y además fue el denominador común de tres de las revistas de crítica y comentario fílmico más importantes de la Historia de nuestros quioscos de prensa: Film Ideal, Griffith y Nickelodeon. Revista de Cine, acompañado por nombres como José Luis Garci, Gonzalo Sebastián de Erice, José Antonio Pruneda, Miguel Rubio, Miguel Marías, Víctor Erice, Jos Oliver, Tote Trenas, Eduardo Torres-Dulce, Medardo Fraile, Carlos Blanco, Horacio Valcárcel y un larguísimo etcétera en el que se contienen varias generaciones de filmaníacos, o cinéfagos, o como queramos denominar a aquellos que hicieron del cine durante décadas la escuela de vida a un lado y otro de la gran pantalla.
Esta dedicación ha inspirado no solo la admiración y gratitud de muchos de nosotros, sino que fue dejando un reguero de textos que hoy debemos leer no solo como magisterio periodístico, sino también como ejemplos de actitudes ante la vida y ante los grandes temas de debate que entonces suscitaba el cine y ahora, básicamente, no suscita medio alguno. En cualquier artículo o entrevista de Juan, leyendo hoy, se tiene la sensación de que se está tratando sobre lo que debería resultarnos esencial, fuera estética, ética, Historia o, simple y llanamente, materia de la inteligencia y la emoción.
El año pasado, editado por Berenice, se publicó –a manos de David Cobos, hijo de Juan– un complemento madrugador del libro que aquí glosamos: su título era Los grandes nombres del cine, y en él se recogían entrevistas a Antonioni, Azcona, Juan Antonio Bardem, Berlanga, Buñuel, Mario Camus, Corman, Cukor, Erice, Fellini, Ferreri, Hitchcock, Buster Keaton, Mackendrick, Arthur Penn, Saura, Welles, Cesare Zavattini y Fred Zinnemann. Es decir, a una parte sustancial del cine internacional clásico y moderno, el que se hizo en países como Estados Unidos, Italia, Francia, el Reino Unido y España, recorriendo desde los últimos pioneros hasta los airados de los sesenta. En un solo libro, sí. Verdaderas entrevistas, y no cuestionarios mecánicos, de ésas en las que existe un diálogo en el que Juan Cobos es necesario interlocutor.
Y en estos días, se presenta Juan Cobos, una prodigiosa memoria del cine, donde de nuevo se dan cita grandes nombres, entrevistados por Juan y por sus aliados habituales (Rubio, Pruneda, etc.): Berlanga, Carlos Blanco, Vajda, Nicholas Ray… autores humanizados hasta el encanto como Jacques Demy o Godard… desde los márgenes, Karel Reisz o Torres Nilsson… la legendaria (sí, legendaria por inencontrable) entrevista a Welles, referencia perdida y esencial para la crítica… palabras de artistas tomados por técnicos como los fotógrafos Figueroa o Rotunno en textos rigurosamente inéditos. Y también estrellas, como Alex Guinness, Paco Rabal o James Stewart. Pero aún hay más. Siete ejemplos de críticas que acreditan la capacidad analítica de los grandes, reconociendo desde su remoto estreno la trascendencia de películas de culto entonces minoritarias como La noche del cazador, El quinteto de la muerte, El sirviente o Un condenado a muerte se ha escapado.
Juan Cobos, una prodigiosa memoria del cine contiene también elementos complementarios, cuya trascendencia no es menor, sino equiparable a lo que complementan. Una semblanza biográfica elaborada con cariño y mucho tino por David Cobos, que se ha cargado sobre las espaldas todo el trabajo de este libro, y en la que algunos testimonios de Juan son de una especial emotividad. Dos breves textos inéditos de Pasolini sobre la poesía, que no se llegaron a publicar en Film Ideal. Y varios textos de Juan Cobos en su dimensión más creativa, como es el guion Mónica para la película de episodios Los encuentros, o artículos sueltos que evocan la secreta personalidad de su autor con la fuerza apasionada de convicciones insobornables, y de los que destacamos «La calle era mía», hermosa y solemne respuesta a la fantasía graciosa e insincera de Edgar Neville, Mi calle.
Juan Cobos ha escrito buscando siempre algo: una sinceridad en las relaciones humanas, un discurso de reivindicación de lo justo, una glosa a lo que el cine ha retratado mejor que cualquier otro medio, una suerte de poesía y belleza que se aquilata en los espectadores que saben contemplar la vida con gratitud y amor. Como escribiera Yeats, «el hombre ama, y ama lo que desaparece». Cuando desaparezca lo amado, el cine preservará su imagen. Y cuando desaparezcan las películas, todavía sentiremos el reverbero de la hermosura a través de lo que dijeron sobre ellas algunos como Juan Cobos.