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Cubierta de 'La sangre está cayendo al patio'

Detalle de cubierta de 'La sangre está cayendo al patio'Random House

'La sangre está cayendo al patio': el horror vive a tu lado

Cuando la realidad se agrieta y emerge lo que siempre estuvo ahí

Con La sangre está cayendo al patio, Elvira Navarro da un salto decisivo. Si bien el universo mental de sus personajes permanece reconocible –esa cartografía de la precariedad emocional y la fragilidad psíquica–, aquí las historias rompen radicalmente con la realidad compartida. Ya no basta el horror cotidiano: la realidad se agrieta para que emerja el terror que subyace bajo la normalidad aparente. Como en el resto de la obra de Navarro, los personajes habitan espacios radicalmente periféricos. Aparecen suburbios parisinos, urbanizaciones a medio levantar, clubes de infinita cutrez, un polígono lleno de jaulas. Son territorios sin glamour, invisibilizados, que no aparecen en las redes sociales, aunque adquieran un extraño magnetismo gracias al arte de Navarro, quien los convierte en escenarios de una belleza siniestra sin romantizarlos ni despojar a estos espacios de su capacidad para triturar a quienes los habitan. Sin embargo, aquí el horror no solo se insinúa. Aquí ocurre. La sangre, como afirma el título, cae al patio.

Cubierta de 'La sangre está cayendo al patio'

Random House (2025). 144 páginas

La sangre está cayendo al patio

Elvira Navarro

En un panorama literario español ensimismado en sí mismo, donde la narrativa parece incapaz de mirar más allá de sus propios círculos, Navarro emerge como una autora genuinamente social. No en un sentido panfletario, sino por su capacidad para enseñarnos partes de nuestra sociedad que nadie más está dispuesto a mostrar. La literatura española actual adolece de un problema grave de representación. La mayor parte está escrita por y para una clase media ilustrada que se mira el ombligo y ha olvidado que existe un país entero fuera de los barrios céntricos y los círculos culturales. Navarro rompe radicalmente con este ensimismamiento. Sus personajes no son escritores en crisis ni profesores universitarios angustiados sino la mayoría invisible de este país. Esa hacia la que nadie mira.

Navarro retrata a sus personajes con un realismo absoluto, en el límite del tremendismo, el que solo puede conseguir quien sabe de lo que habla. No hay condescendencia, ni ese tono de turista social que tanto daña a cierta literatura bienintencionada. Navarro conoce estos mundos desde dentro, comprende sus lógicas y sus violencias. Y eso se nota en cada página: en el detalle preciso con que describe relaciones marcadas por la escasez y el agotamiento. Podría parecer contradictorio hablar de Navarro como autora social cuando sus relatos se adentran en el terror psicológico y, puntualmente, en el fantástico, pero ambas dimensiones no están reñidas. Es un realismo social distinto del habitual porque no hay una denuncia explícita, no existe maniqueísmo ni podemos afirmar que sus personajes merezcan la salvación, ni siquiera que la busquen.

El libro oscila entre el terror psicológico y el fantástico sin caer completamente en ninguno de los dos polos. Esta ambigüedad resulta más perturbadora que cualquier obra puramente sobrenatural porque lo que ocurre puede pasar. No estamos ante simples historias de fantasmas sino ante posibilidades reales que acechan en nuestra cotidianidad. Navarro se niega a dar respuestas definitivas, nunca juzga a sus personajes, y en esa negativa reside su poder. De hecho los personajes ni siquiera tienen la capacidad de hacer el bien.

Los protagonistas parecen abocados a un fracaso radical: incapaces de escapar del horror externo –precariedad, aislamiento, violencia estructural– y de su propio peligro interno, derivados de unos actos desastrosos, pero que muchas veces obedecen a una lógica interna inapelable. Esta doble trampa los convierte en figuras trágicas contemporáneas, pero Navarro no cae en un determinismo facilón. Sus personajes no son víctimas pasivas; son seres complejos, contradictorios, a veces también violentos. La autora entiende que la exclusión no produce automáticamente santos, sino seres humanos dañados que responden al horror de maneras diversas, no siempre admirables.

Sin embargo, esta colección tiene un punto innegable de liberación. Libera a la autora, que suelta sus obsesiones más oscuras, y libera al lector que ve reflejado su espanto, sus pensamientos más oscuros, aquello que no puede mirar ni frente a sí mismo. Hay algo casi compasivo en este acto de reconocimiento mutuo.

En La sangre está cayendo al patio Navarro consigue su mejor escritura. Su prosa está en continua mejora: cada vez más precisa, más dueña de sí misma. Sus pequeñas piezas son auténticas epifanías siniestras. Los hallazgos estilísticos son brillantes y también lo es la construcción de atmósferas opresivas mediante detalles mínimos pero precisos. Navarro domina la primera persona, pero es en la tercera, que permite mayor libertad, donde alcanza auténtica maestría.

La sangre está cayendo al patio confirma a Navarro como una de las voces más imprescindibles, perturbadoras y valientes de la literatura española contemporánea. Su valentía es temática, formal y moral. Escribe sobre lo que otros evitan, se niega a tranquilizar con convenciones reconfortantes y rechaza ofrecer juicios fáciles o soluciones fantasiosas a problemas estructurales. Eso es lo que hace la gran literatura: mostrarnos verdades incómodas que nos transforman, obligarnos a reconocer que el horror no está solo en nuestras pesadillas sino ahí fuera, en las vidas de miles de personas que comparten nuestro tiempo y espacio. O que son, en todo o en parte, nosotros mismos.

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