Conferencia de Yalta: Churchill, Roosevelt y Stalin. 1945
Nuevas perspectivas sobre la Segunda Guerra Mundial
Una ruptura con las explicaciones tradicionales de la Segunda Guerra Mundial. Cuando el conflicto se centra en la raza y el imperio
«y si, cosa que no creo ni por un momento, esta isla, o una buena parte de ella, se viera subyugada y hambrienta, entonces nuestro Imperio de ultramar, armado y custodiado por la flota británica, proseguiría con la lucha». Con estas palabras sentenciaba Winston Churchill, a la sazón primer ministro británico, su discurso del día 4 de junio de 1940 en la Cámara de los Comunes del Parlamento británico. Pretendía transmitir al resto de parlamentarios y a la nación que Gran Bretaña no se rendiría en la lucha contra la Alemania nazi. En este discurso, más conocido como «Lucharemos en las playas» («We shall fight on the beaches») no se puede esconder una información crucial: «[…] nuestro Imperio de ultramar, armado y custodiado por la flota británica, proseguiría con la lucha». Y aunque los franceses hubieran tenido el terrible tropiezo de la rendición nada más empezar la guerra, también tuvieron su Imperio colonial para seguir con la lucha. La Unión Soviética, por su parte, había comenzado a devolver, poco después de la Revolución bolchevique, a muchos díscolos al redil, y los japoneses aprovechaban su posición de vencedores en la Primera Guerra Mundial para llevar a cabo el inicio de su expansionismo en Manchuria, ya entrados los años 30. Los estadounidenses también contaban con un imperio colonial desde que arrebataron el suyo a los españoles, además de las islas del Pacífico que entraban ya en su zona de influencia. En definitiva: parece que los grandes contendientes de la Segunda Guerra Mundial (a Alemania ya se le habían requisado sus colonias tras es Tratado de Versalles de 1919) no eran otra cosa que fuertes potencias con posesiones imperiales acá y allá.

Galaxia Gutenberg (2025). 728 páginas
Tierra quemada. Una historia global de la Segunda Guerra Mundial
No debe extrañar, por tanto, partiendo de esa premisa, que el debate sobre los objetivos de los aliados durante la Segunda Guerra Mundial se reabra. Y esa es, precisamente, la interesante propuesta a la que nos acerca el profesor titular de Historia de la Universidad de Columbia, Paul Thomas Chamberlin, con la siguiente pregunta «¿Por qué sigue siendo tan difícil encontrar nuevas interpretaciones?». En su nueva obra, titulada Tierra quemada. Una historia global de la Segunda Guerra Mundial (Galaxia Gutenberg, 2025), Chamberlin hace una profunda revisión sobre las «explicaciones tradicionales» de la Segunda Guerra Mundial, que han seguido atrincheradas en las mismas posiciones terriblemente maniqueas del bien contra el mal y la democracia contra el totalitarismo. Más allá de esta visión simplista y determinada por la historiografía anglosajona, el autor observa «que la realidad de la Segunda Guerra Mundial fue mucho más confusa de lo que nos han hecho creer los relatos predominantes del bien contra el mal». Sólo el comienzo del libro resulta ya toda una declaración de intenciones con la presentación de la Operación Impensable, mediante la cual estadounidenses y británicos, con el objetivo plantar cara a una fortísima Unión Soviética, plantean utilizar las restantes fuerzas nazis contra Stalin: los aliados tendrían, según dicho plan, que «reconstituir, rearmar y liberar lo que quedaba de las legiones nazis de Adolf Hitler para que luchen junto a los soldados estadounidenses y británicos contra el Ejército Rojo». Neutralizada la amenaza alemana, ya sólo quedaba un enemigo que pudiera poner en peligro los intereses estadounidenses y británicos con su antagónico sistema socioeconómico y su poderío militar: la URSS. La Segunda Guerra Mundial sería desde esta óptica la réplica (o segunda parte) del gran conflicto entre imperios por aumentar su control colonial iniciado en 1914. «Las antiguas potencias coloniales lucharon hasta la extenuación solo para que las energías colosales de la Unión Soviética y Estados Unidos las consumieran».
Especial interés muestra el autor por los teatros tradicionalmente más olvidados de la Segunda Guerra Mundial, como el del Lejano Oriente, con el Imperio japonés y China como grandes protagonistas, o el Oriente Próximo y Medio, con la problemática de la gestión de los antiguos mandatos en los territorios antaño en poder otomano. «Este libro plantea que el mayor conflicto de la historia no fue la guerra buena entre la democracia y el fascismo que suelen describir los libros de Historia. Fue más bien una inmensa guerra racial y colonial marcada por atrocidades salvajes en la que imperios rivales lucharon en enormes extensiones de Asia y Europa». Una guerra que, en definitiva, debía su origen ideológico al último cuarto del siglo anterior, la llamada Era del Imperio. Desde 1898 los Imperios coloniales ya estaban listos para la contienda total, que tendría su primera explosión en 1914 y en 1937, con el Imperio japonés entrando en guerra con China, la segunda, seguida muy de cerca en Occidente por el expansionismo territorial alemán.
¿Fue la Segunda Guerra Mundial una lucha del bien contra el mal? ¿O más bien otro choque a escala mundial de superpotencias que se jugaban la hegemonía mundial? En Tierra quemada se encuentra una razonada respuesta a esta pregunta. Una apertura realmente valiosa de perspectivas que se habían quedado largo tiempo anquilosadas, y que ya empezaban a oler a cerrado.