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19 de mayo de 2024

El Anillo del Nibelungo Valentin Scharz | © Enrico Nawrath

El Anillo del Nibelungo Valentin Scharz© Enrico Nawrath

Wagner disfruta de su eternidad en el paraíso de Bayreuth

El nuevo Anillo estrenado en la Colina Sagrada concita divisiones, pero la fuerza de su música arrasa con todo

Mientras en España eventos musicales de tan sólida tradición como la Quincena Musical Donostiarra se enfrentan este verano de nuestro descontento con descensos de hasta el 25 % en la venta de entradas, el Festival de Bayreuth, consagrado desde sus fundación, en 1876, al enaltecimiento de la figura de Richard Wagner y la difusión de su obra resiste como el primer día.
En realidad, diríase que mucho mejor, porque pese a los elogiosos comentarios de Chaicovski, una de las personalidades que asistieron a la inauguración («Lo que ha acontecido en Bayreuth es algo que nuestros nietos y sus hijos seguirán recordando», escribió), la iniciativa se saldó con un desastre financiero que el propio Wagner tuvo que solucionar a partir de 1882 aportando sus propios recursos.
Y hoy, pese a que los agoreros continúan certificando su decadencia, lo cierto es que el festival de la Colina Sagrada mantiene una envidiable economía que viene a contradecir a los más críticos: el interés por disfrutar del sueño wagneriano, el teatro que el compositor mismo diseñó según sus propios criterios, no ha menguado en absoluto. Las huestes continúan peregrinando en julio y agosto (al menos hay que asistir una vez en la vida) con idéntico entusiasmo y fervor para rendirle tributo al genio, uno de los más grandes músicos de la historia de la civilización occidental cuyos dramas líricos se encuentran a la altura de las creaciones de Shakespeare o Calderón de la Barca.
Lo que los detractores del Bayreuth actual denuncian no se refiere tanto a la propia conveniencia de mantener vivo el culto wagneriano a través del certamen que lo santifica, si no al estado mismo de sus propuestas artísticas, que consideran muy alejadas del espíritu original. Estiman que los actuales responsables, sobre todo Kathrina Wagner, la bisnieta traidora sobre la que ahora recaen las riendas de la cita bávara, vulneran el legado del compositor (un rebelde partidario de lo eterno-joven) cuando apuestan por directores noveles, como el caso de Valentin Schwarz, encargado de la nueva producción del Anillo del nibelungo estrenada allí esta misma semana, que supuestamente retuercen a su libérrimo criterio las líneas argumentales de la obra, cambiando su sentido original.
La tetralogía de 'El Anillo del Nibelungo', de Richard Wagner, se estrena en el Festival de Bayreuth con puesta en escena de Valentin Schwarz y bajo la dirección musical de Cornelius Meister

La tetralogía de 'El Anillo del Nibelungo', de Richard Wagner, se estrena en el Festival de Bayreuth con puesta en escena de Valentin Schwarz y bajo la dirección musical de Cornelius MeisterEnrico Nawrath / Festival de Bayreuth

Pongamos un ejemplo de esta última aproximación, del pasado lunes mismo, día de su estreno. En el primer acto de La Walkyria, prodigio de pasiones incandescentes, violentas, profundas… se produce el decisivo encuentro entre Sieglinde, casada con Hunding, y el joven Sigmund. Entre ambos, que se reconocen como hermanos gemelos separados al nacer, surge un flechazo que quiebra de raíz cualquier norma sancionada por los hombres e inspirada por los mismos dioses. Ambos huyen juntos, después de haber narcotizado al marido de ella, y de su unión nacerá más adelante un hijo, el heroico Sigfrido. Pues bien, en esta versión de Schwarz, un director de 33 años, Sieglinde (la extraordinaria Lise Davidsen) aparece ya en escena haciendo gala de un notable embarazo. ¿Qué quiere esto decir? ¿La joven ya estaba embarazada de su marido cuando el nuevo amante aparece en su vida? ¿Es Sigfrido en realidad hijo de Hunding? ¿O será que antes ha tenido un hermano? Nada de esto está, por supuesto, en el texto original del propio Wagner, que tanto agradaba a Thomas Mann, donde todo parece muy claro.
Desde que el nieto de Wagner, Wieland, decidió en la posguerra despojar a los dioses de sus ornamentos para mostrar un espacio vacío y centrara el asunto del Anillo en la tragedia del hombre industrial, moderno, la magna obra ha experimentado numerosas lecturas, algunas más o menos enriquecedoras, que hunden sus raíces en el pensamiento regeneracionista del propio autor, que bebió de las fuentes del socialismo utópico, frecuentó la amistad de Bakunin, leyó con fruición a Feuerbach y Schopenhauer y participó en la revuelta de Dresde con funestas consecuencias personales.

El empeño de toda una vida

A partir del ya marchito marxismo, cuya primera lectura avanzó George Bernard Shaw en unos de los primeros análisis de la Tetralogía, hasta el ecologismo de último minuto, toda suerte de enfoques han servido para explicar el meollo de una obra monumental, el empeño de toda una vida, quince horas repartidas entre un prólogo y tres jornadas que no narran otra cosa que el fin del mundo: nada más y nada menos.
Los viudos de Wagner cargan también contra los actuales rectores de Bayreuth las culpas de la escasez de extraordinarios cantantes y directores musicales, expertos en servirlo como se merece. Kathrina Wagner ha intentado ampliar el espectro reclutando incluso a varias estrellas del star system como Piotr Beczala, Anna Netrebko o el propio Plácido Domingo, que dirigió una Walkyria no memorable pero que a él le sirvió para engrosar su particular Guiness. E incluso fichó como director musical, un cargo que no existía desde la posguerra, al que pasa por ser el mejor recreador actual de los pentagramas de su bisabuelo, el alemán Christian Thielemann, que finalmente se bajó del tren en marcha alegando ciertas discrepancias.

Lisa Davidsen, la clara triunfadora

En ese sentido, y como se ha dicho ya en más de una ocasión, no hay más cera que la que arde. No, lamentablemente sobre el escenario del Festpielhaus ya no van a parecer más Hans Hotter, Lauritz Melchior, Astrid Varnay, ni siquiera nuestra Victoria de los Ángeles. Pero a veces es cierto que se produce algún milagro. En esta Walkyria la clara triunfadora ha sido Lisa Davidsen, joven soprano noruega que parece haber tomado el mundo de la lírica como por asalto. Si se mantiene en su repertorio natural, hará historia en Bayreuth como en otros lugares señalados: posee una voz única, de resonancias como no se recordaban desde algunas de las sopranos históricas (Birgit Nilsson, sin ir más lejos), temperamento y madurez. Stephen Gould, el Tristán oficial de Bayreuth estos días, le ha dicho que no le gustaría morirse sin cantar esta ópera con ella. Pero la Davidsen le hará esperar, no desea apurar los tiempos. Es inteligente y tiene un carrerón por delante; los principales teatros se la disputan mientras ella elige con criterio.
Lo que resulta un fiasco es el Sigmund de estas representaciones, asignado a Klaus Florian Vogt, un tenor «de la casa», muy de las preferencias de la bisnieta. No es que cante mal, para nada, es un tenor de canto delicado, exquisito en el fraseo; pero no es el héroe que pide Wagner ni por asomo. Lo siento, suena demasiado blando, desprovisto de todo aliento épico. Y sí, Max Lorenz ya no está en las agendas, descansa justamente en su sepulcro, pero hay que buscar más para no darle la razón a quienes se quejan, aquí con merecimiento: Bayreuth tiene una responsabilidad a la hora de fijar unos estándares en la interpretación wagneriana. Si eso se tolera aquí cualquier tenorino acabará cantando no ya Sigmund, quizá hasta Siegfried en nuestros teatros. Al fin y al cabo, si Bayreuth se lo permite….
Klaus Florian Vogt solista del Anillo del Nibelungo

Klaus Florian Vogt solista del Anillo del Nibelungo© Astrid Schmidhuber/TAFF

Tampoco la aguerrida Irene Theorin es una Brünhilde para tirar cohetes, el instrumento suena ya bastante ajado, los agudos totalmente abiertos. En cambio, lo estaba haciendo bien Thomas Konieczky (extraordinario Jochanaan en Madrid, hace unas semanas, de tan grato recuerdo) hasta que se lesionó en el segundo acto al romperse una silla y tuvo que ser sustituido por Michael Kupfer-Radetzky, que solventó magníficamente la papeleta ofreciendo una convincente despedida de Wotan para terminar de redondear la jornada.
El covid aún no parece dar tregua en los teatros y el director inicialmente contratado, Pietari Inkinen, tuvo que ser reemplazado hace ya días por el responsable musical de ese excelente centro de producción operística que es la Ópera de Stuttgart, Cornelius Meister. Mejor que en el prólogo, Meister acertó aquí a modular y crear ambientes, algo particularmente necesario cuando la escena sugiere otra cosa distinta a lo que realmente ocurre en el interior de los personajes. Brilló al frente de la formidable orquesta de Bayreuth, esplendorosa en los momentos que todos tenemos en mente.
Las protestas de los asistentes, al contrario que en el Oro, fueron aquí mucho más matizadas, y al final las ovaciones estallaron tan estruendosas como si el mismísimo Knapertsbusch hubiera descendido del Walhal para oficiar esta Walkyria. Sea como fuere, lo que mueve a los partidarios de Wagner es la devoción debida al demiurgo. El mundo ya puede irse al garete porque la capacidad que tiene su música de removernos por dentro compensa con creces cualquier penalidad, fue exactamente concebida para purificarnos por quien las sufrió de todo tipo en sus carnes: exilio, traiciones, incomprensión, … Quienes no puedan desplazarse hasta Baviera tienen ahora la oportunidad de estar en Bayreuth gracias a las excelentes retransmisiones que aquí aún brinda RNE-2; este año en diferido, cierto, pero menos da una piedra.
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