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Saioa Hernández en su debut en La Scala de Milán

Saioa Hernández en su debut en La Scala de Milán

Saioa Hernández explora lo novedoso de otras óperas en su primer cedé

El debut discográfico en solitario de la soprano madrileña aparece en el mercado poco antes de su debut como «Madama Butterfly», que abordará a final de mes en el Teatro Real

En otra vida, Saioa Hernández despachó discos durante algún tiempo en una tienda. Ahora la soprano madrileña, punta de lanza del magro pelotón de cantantes españoles que hoy triunfan en los principales escenarios líricos internacionales, ha pasado a protagonizarlos. El reciente lanzamiento de su debut en un recital en solitario desde luego tiene su miga, y acompañará oportunamente a su primera aparición en la piel de Madama Butterfly en el Teatro Real, a partir del próximo día 30.

Cubierta de ilverismo de Oro de Saioa Hernández

Cubierta de El verismo de Oro de Saioa Hernández

El coliseo capitalino parece que por fin se aviene a otorgarle a la artista su auténtica condición, como gran protagonista de un primer reparto con todas las de ley, después de haber asistido desde la barrera a sus repetidos triunfos en La Scala, cuya temporada llegó a inaugurar en 2018 (protagonizó allí el Attila de Verdi) y a donde acaba de regresar con una aclamada interpretación de la Santuzza de Cavalleria rusticana.

El nuevo registro de la Hernández seguramente hubiese suscitado un enorme interés en otro tiempo, cuando los lanzamientos discográficos asociados a las grandes artistas aún generaban entre la afición una mezcla de genuino entusiasmo y apasionada controversia. Fue lo mismo que ocurrió cuando Pietro Mascagni estrenó su ópera Isabeau, en 1911 (que la intérprete ha escogido ahora para iniciar el curioso programa de su cedé), en el Colón de Buenos Aires. Su rival, Puccini, acababa de presentar La fanciulla del west apenas un año antes en el Metropolitan de Nueva York, con éxito extraordinario. Así que el célebre autor de Cavalleria rusticana optó por emprender una gira americana regalándole una primicia al que era el otro gran teatro lírico de aquel continente, por aquellos días.

El Colón de Buenos Aires «tomado» por la policía

La expectación creada alrededor del estreno mundial de Isabeau fue tal que, ante la imposibilidad de conseguir más entradas, el público casi asalta el coliseo porteño, obligando a la Policía a acordonar la zona. Pero la leyenda trasladada a la ópera de Lady Godiva, con sus marcados apuntes antimonárquicos, pese a su extraordinaria acogida inicial, cayó pronto en el olvido.

A excepción de los fragmentos incluidos de óperas como Il Tabarro, Adriana Lecouvreur o Fedora, el resto de los títulos aquí reflejados obedecen a esa misma o parejas circunstancias: después de sus primeras representaciones, estas obras pasaron casi inmediatamente al desván. Y solo algunas han conocido de recientes exhumaciones, como en los casos de La Wally de Catalani o Francesca da Rimini de Zandonai.

Saioa Hernández en

Saioa Hernández en el Liceo de Barcelona

En estos dos últimos ejemplos, las piezas de Catalani y Zandonai han sido objeto, durante las últimas temporadas, de nuevas producciones en las que ha aparecido como protagonista, muchas veces en su rescate, Saioa Hernández, una artista que por las propias características de su voz, maneras y temperamento dramático recuerda a algunas célebres sopranos históricas, tradicionalmente asociadas a estas mismas óperas (u otras que también figuran en su repertorio como La Gioconda de Ponchielli o el Andrea Chènier de Giordano), desde Claudia Muzio o Magda Olivero hasta las más cercana Renata Scotto.

Repertorio poco conocido, pero sin duda interesante

Huyendo de lo trillado, con afán casi diríase que arqueológico, Saioa Hernández propone el reto de degustar varias de esas piezas desconocidas, salvo para los muy devotos, que rara vez se han reunido en un mismo volumen: selecciones de la mencionada Isabeau, junto a otros de la Lodoletta e Iris, del mismo Mascagni, además de otros elegidos de L’Arlesiana de Cilea, que estrenó Enrico Caruso; Risurrezione y La Leggenda di Sakùntala de Franco Alfaro, el encargado de terminar la Turandot de Puccini, o Marcella de Giordano.

El título del cedé, El verismo de oro, puede resultar algo confuso, seguramente como concesión al marketing que precisa de este tipo de ganchos, porque ni en todos los casos los compositores escogidos fueron meros productos del «verismo» ni tampoco llegaron a marcar una época completamente dorada: en parte fueron los primeros vestigios de su declive, como el género más popular. Por el contrario, en la propia Italia, el mismo Verdi entendió que aquellos jóvenes autores, en varios casos adscritos a lo que se conoció como la «Joven Escuela», en su afán por mostrarse a la vanguardia de lo que se creaba sobre todo en el centro de Europa, socavaron las auténticas raíces de la tradición lírica italiana al proponer una senda que se desmarcaba de la ópera basada musicalmente en la fluidez de reconocibles melodías, por otra de resultados inciertos.

Verdi consideraba que sus herederos imitaban a Wagner

El anciano autor de Falstaff, que no apreciaba demasiado a los alemanes («orgullosos, duros, intolerantes, que desprecian todo lo que no sea germánico… hombres de cabeza, pero sin corazón»), no veía con buenos ojos que sus herederos sucumbieran ante los cantos de sirena del sinfonismo de Brahms o frente a la armonía wagneriana. Puede que el decidido simbolismo de Iris, la ópera japonesa de Mascagni (antes de que Puccini propusiera su propia «Butterfly»), resultara demasiado próximo a la inspiración de Debussy para sus gustos. Pero, en cualquier caso, lo que los fragmentos escogidos de las óperas que conforman la interesante grabación de la soprano vecina de Aranjuez muestran es el interés por ofrecer encarnaciones dramáticas de alto voltaje, a veces más próximas a la sensibilidad del hombre común, en otro tiempo. Todo ello revestido por una orquestación opulenta, que requiere de intérpretes «con todo bien puesto» para hacerles realmente justicia.

Cantantes con voces poderosas, pero a la vez sutiles

Lidiar con pasajes tan comprometidos, al límite de sus capacidades vocales, en páginas como las aquí representadas (de Iris a Francesca da Rimini, Riserruzione o L’Arlesiana), requería como punto de partida de cantantes no solo dotados con instrumentos poderosos, sino también inteligentes y sutiles, capaces de hurgar en esas tensiones internas que hallan su reflejo en una escritura poco complaciente, aunque en el fondo resulte algo más próxima a la propia sensibilidad verdiana que a las modas y excesos que vendrían después (y en los que buena medida seguimos empantanados estos días).

Saioa Hernández, a través de su canto de buena ley, expresivo y directo, reúne de sobra las características requeridas para hacerle frente al envite y salir más que airosa con su amplia paleta de recursos, siempre al servicio de una intérprete comprometida y sensible, que se entrega hasta el límite sin forzar nunca sus propios, generosos medios.

Con la colaboración de la Sinfónica madrileña

Aquí colabora, además, con una espléndida Sinfónica de Madrid, que bajo la batuta de Carlo Montanaro ofrece el oportuno contrapunto para trazar ese dibujo necesariamente incompleto que permiten aventurar unas páginas aisladas, para invitar a acercarse hasta las obras completas de las que han sido extraídas y poder obtener una valoración más certera. El cedé contó con la participación de personas del entorno de la artista, como el tenor Francesco Pio Galasso y la soprano Mercedes Arcuri, oportunos en sus respectivos cometidos (él resulta un arrojado Luigi, en el incandescente dúo de Il Tabarro).

De todos los registros asociados a nuevos cantantes aparecidos últimamente (casi siempre todos iguales, una colección de las arias más populares, millones de veces registradas, junto a un par de cancioncillas) este se encuentra ya entre los más interesantes, por lo novedoso de una propuesta bien meditada. La audacia merece una recompensa, desde luego vale la pena el esfuerzo.

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