El malo de la película no era tal
De Antonio Salieri, compositor lastrado por una incierta leyenda negra, se conmemora este año el bicentenario de su fallecimiento (1825). Buen momento para recuperar, ahora, a este sincero admirador de Cervantes
F. Murray Abraham en Amadeus como Salieri
La envidia, esa hidra que tantas veces emponzoña a los hombres con su devastador veneno hasta amargarlos para siempre, suele ser una carretera de doble recorrido. W. A. Mozart y Antonio Salieri se conocieron de sobra, se trataron habitualmente en Viena y hasta compartieron (o se disputaron) alguna novia: ambos ejercían pareja afición por las sopranos célebres.
Del compositor salzburgués, su colega italiano, que era un músico de sólida y profunda preparación, seguramente admiraba la cautivadora perfección, casi divina, de sus creaciones; su inagotable don para sacarse de la chistera las más sublimes melodías; la cabal comprensión del ser humano que distinguía a sus personajes teatrales para caracterizarlos, a veces con un simple trazo, a través de su infalible inspiración sonora y hábil instinto dramático.
Mozart, por el contrario, anheló siempre la desahogada posición del otro, que le permitía componer, sin agobios, hasta cuarenta óperas, y vivir con el boato asociado a un funcionario de primerísimo rango, mimado por el capricho de los monarcas.
Para el autónomo creador de Las bodas de Fígaro, que siempre hacía equilibrios en el alambre, pendiente de los encargos, la tranquilidad que a Salieri le proporcionaba el cargo público de compositor oficial de los teatros imperiales, con sus generosos, puntuales y seguros emolumentos, era secreto motivo de una cierta rabia más o menos contenida.
Tío abuelo de Otto Wagner
Hay que ver cómo acabaron uno y otro: en una fosa común, el primero; Salieri, enterrado en el burgués cementerio que construiría su propio sobrino nieto, Otto Wagner. El gran urbanista encargado de forjar la Viena moderna pudo estudiar arquitectura gracias al abultado patrimonio que heredó de Salieri. (Por cierto, años más tarde, los italianos han reclamado la repatriación de los restos del compositor nacido en Legnago, cerca de Venecia, en 1750, y ese litigio se dirime aún, por ahora, en Estrasburgo).
O sea, que puestos a desearle el mal al prójimo, casi sería Mozart quien debiera albergar más recónditos deseos de acabar con la carrera de su pretendido rival, que al revés. Aunque tampoco la hipótesis contraria se sostiene.
El malentendido fue producto del chisme popular, un maledicente chascarrillo que circuló por Viena tras el prematuro (aunque en ningún modo imprevisible, dado el estado de su precaria salud) fallecimiento del autor de La Flauta Mágica, impulsado y difundido con la fuerza que Rossini atribuye a las infames calumnias públicas en su ópera más popular.
Un rumor que llegó hasta Rusia
El asesinato por encargo solo ha sido un pretexto para procurar todo tipo de obras de ficción, con más o menos fortuna. La maldad fue avivada con pretensiones artísticas, por primera vez, en Rusia, donde Pushkin concibió una de sus novelas en torno a los pecados capitales, precisamente aquella destinada a glosar la envidia, a partir de la improbable fatal vinculación entre los absurdos enemigos.
Y poco después, Rimski-Kórsakov le pondría música en una ópera que sirvió como base posterior para una película de 1962, Motsart i Salieri, del director ruso Vladímir Gorikker. Ninguna de estas piezas obtuvo el éxito multitudinario que solo concede, en ocasiones, el cine de Hollywood, cuando en 1984 Miloš Forman adoptó para la gran pantalla Amadeus, una obra de teatro de Peter Schaffer.
La torva mirada del actor F. Murray Abraham, su rostro maltratado por la viruela, en oposición al casi adolescente despliegue de obscenidades, amplificadas por las explosiones de risas histéricas del más atractivo Tom Hulce, fijarían ya por siempre los límites del cuadrilátero para una enemistad que necesariamente debería culminar con la caída del inocente y puro, víctima del mediocre y zafio.
Pero curiosamente, la vida de Salieri, que en realidad debía interesar sobre todo por sus contribuciones musicales (las hay de todos los tipos: desde la sugerencia sobre la construcción de varios instrumentos hasta la docencia con alumnos como Listz, Beethoven, Schubert, y Franz Xaver, el hijo de Mozart; a la vez que inspiró a Rossini el crescendo rossiniano y Verdi le rindió homenaje en «Un giorno di regno» y «Falstaff»), dio lugar, entre las distintas piezas teatrales, a la aparición de zarzuela de un autor español.
Protagonista de una zarzuela española
Basándose en una obra anterior, una ópera francesa con libreto de Zorrilla, Rosendo Dalmau, uno de los más célebres tenores de zarzuela durante el siglo XIX, escribió el libreto de Haz bien, que llegaría a estrenarse en el Teatro Apolo madrileño en 1881 y luego recorrería, con cierto éxito, los teatros de varias ciudades de Hispanoamérica.
La zarzuela, con música del compositor irlandés Josepf O’Kelly, sitúa en escena al compositor Salieri como uno de sus personajes principales. Y además tuvo continuidad en otra ópera, «Saliere», del músico catalán Vicente Costa y Nogueras, basada en el mismo asunto. Ninguna de las dos hace alusión alguna al supuesto episodio de la leyenda negra atribuida a Salieri.
Los españoles hemos sido menos cotillas al respecto, aunque ignoremos completamente al italiano, lo cual no fue recíproco. Salieri mostró siempre una particular devoción por la cultura hispánica, que se materializó muy pronto, en una de sus primeras óperas. Para su presentación vienesa, escogió uno de los episodios más conocidos del «Quijote», el de las bodas de Camacho, para lo que se valió de un libreto de Giovanni Gastone Boccherini, el hermano del autor de la célebre «Ritirata notturna di Madrid».
La obra contiene demasiados bailes, y quizá por ello gustó poco en su día. Salieri no le guardaba demasiado cariño, por eso caería en un olvido del que no se recuperó hasta 2016, durante unas conmemoraciones cervantinas que se celebraron en Guanajuato (México).
¿Merecería la pena que se rescatara de nuevo, en España? Seguramente: Sevilla, con su nuevo festival de ópera, bien podría hacerlo. La vinculación de Mozart con la ciudad andaluza es más que conocida. Y anécdotas funestas parte, fue Salieri la primera persona en la que se pensó para que compusiera el Così fan tutte: al él se debió que el escritor Lorenzo da Ponte se estableciera en Viena, cuando este tuvo que salir pitando de Venecia.
Ya puestos, podría exhumarse además la otra ópera que Cervantes inspiró al también autor de Variaciones sobre la Follia di Spagna (su pieza pianística más conocida), «Il Talismano», con libreto de Goldoni, que aquí recurrió como fuente literaria a «La gitanilla».
Contemporáneo del más grande
Hay mucha música interesante de este autor, iluminado por la devoción y la humildad, que recomendaba a los músicos y cantantes «abstenerse de componer de manera lánguida y melindrosa».
Quizá su única desgracia «fue la de ser contemporáneo del más grande músico que la humanidad haya tenido jamás», como alguna vez ha afirmado Riccardo Muti, uno de los principales valedores de su compatriota, del que rescató su ópera fundamental, L’Europa riconosciuta, durante sus años en La Scala. No dejen de escucharla.